De la Pastoral Bíblica de la Archidiócesis de Granada, para el domingo 23 de marzo de 2025.
Continuamos nuestro camino cuaresmal, un tiempo privilegiado para conocer más al Señor y experimentar su misericordia. La liturgia de hoy nos invita a redescubrir el rostro compasivo de Dios que camina con su pueblo y hace propio el dolor de la humanidad. Hoy se nos invita a volver al Señor que, como viñador paciente, espera nuestros frutos.
He oído el clamor de mi pueblo
Leemos este domingo la vocación de Moisés, un relato rico y profundo; hoy vamos a detenernos especialmente en las palabras que Dios dirige a Moisés. Narra el libro del Éxodo que el pastor se sintió atraído por la visión de una zarza que ardía sin consumirse. Asombrado por lo sorprendente del hecho, Moisés se acercó curioso. Y allí se produjo el encuentro y conoció el verdadero rostro de Dios.
Tres acciones de Dios reclaman nuestra atención: “he visto”, “he oído” y “he descendido”. Ver, oír y descender son verbos que sugieren cuidado y atención. El “ver” de Dios nos remite a su mirada atenta al mundo y a la realidad y, en concreto, a su dolor. Por su parte, el “oír” sugiere su capacidad de escucha, su especial atención a la súplica del pueblo. Y, finalmente, el “descender” de Dios viene empleado para señalar su compromiso con la humanidad que se concreta en su actividad liberadora.
Dios se revela a Moisés como el que guía la historia de la salvación y se conmociona por el sufrimiento de su pueblo. No es un Dios ajeno a la realidad humana o desentendido de ella, sino Aquel que la ve, la escucha y la libera ofreciéndole un futuro próspero: un lugar dichoso donde habitar en libertad. Es un Dios compasivo y misericordioso y así lo canta el salmo de este domingo.
A ver si da fruto en adelante
El evangelio presenta una escena tan cotidiana que incomoda. Unos hombres se acercan a Jesús para comentar las noticias de actualidad: la matanza de los galileos por parte de Pilato coincidiendo con una fiesta y con los sacrificios ofrecidos con ocasión de esta. Claramente, se trata de una acción cruel, pero, además, tiene lugar en un marco festivo y sagrado. Los comentarios de los interlocutores de Jesús asocian la muerte con el sacrificio a Dios y dejan entrever una interpretación del suceso, quizá, pensando que lo que ha sucedido a sus contemporáneos es fruto de su propio pecado.
La respuesta de Jesús es contundente y no deja lugar a dudas. Ni el mal que acontece en nuestra vida, ni tampoco las catástrofes del mundo son fruto de un castigo divino. Dios no es así, no tiene una lista de buenos y malos, de inocentes y culpables, sino que nos tiene a todos en su corazón de Padre y espera que nos volvamos a él. Como hemos leído en la primera lectura, Dios actúa por medio del cuidado del amor y de la misericordia.
El evangelio, por tanto, nos invita a continuar contemplando al Dios que es misericordia y que, al igual que el viñador paciente, da un nuevo tiempo a la higuera que no da fruto, la llena de cuidados -prepara y nutre el terreno- y espera un tiempo para que fructifique. La invitación de Jesús tiene cierta urgencia: ahora es el tiempo de la conversión. Nos dejemos pasar más tiempo. Dios nos espera, espera que nos convirtamos, que demos fruto.
La Palabra hoy
Cuantas veces escuchamos o, incluso nosotros mismos, decimos que el que sufre algo habrá hecho, o que Dios está distante y ajeno a nuestra realidad. Cuando acontece alguna desgracia nos preguntamos ¿Dónde está Dios? La Palabra de hoy nos invita a descubrir el verdadero rostro de Dios que ve, escucha, desciende y se coloca junto a quien sufre.
La Cuaresma es un tiempo especial para gustar la cercanía de Dios, su presencia. ¡No perdamos la oportunidad de acercarnos a él!
Ignacio Rojas Gálvez, osst
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