Vivir la verdad con coherencia, con sencillez, sin imposiciones y con caridad

Homilía del arzobispo de Granada, Mons. José María Gil Tamayo, en la Eucaristía celebrada en la S.A.I Catedral en el VIII Domingo del Tiempo Ordinario, el 2 de marzo de 2025.

Queridos sacerdotes concelebrantes y diácono;

queridos hermanos y hermanas, que concurrís a esta celebración de la eucaristía dominical en nuestra Catedral, en este VIII Domingo del Tiempo Ordinario, ya enfilado el año cristiano, ya a un paso de la apertura del tiempo sagrado de la Cuaresma con la celebración el próximo miércoles, del Miércoles de Ceniza, un tiempo especial en que hemos de prepararnos como una especie de revisión de nuestra vida cristiana:

¿Pero, qué nos trae hoy la Palabra de Dios? ¿Qué mensaje viene a traernos para nuestra vida? La Palabra de Dios no puede caer en un terreno baldío, no puede caer, como nos dice la parábola del sembrador, en el camino, que nos resbale las cosas de Dios. No puede quedar sin fructificar. La Palabra de Dios no puede caer entre los espinos de querer hacer compatible la Palabra de Dios con nuestra comodidad, con nuestro egoísmo. La Palabra de Dios no puede caer en nosotros con la superficialidad de quien no tiene profundidad. Y hay mucha superficialidad hoy. Vivimos muy el “presentismo”. Somos gente, como diría Unamuno, sin ese adentramiento, sin esa vida interior, sólo volcados en las cosas, en los acontecimientos. Nos movemos según nos salga el día, según vengan las cosas y nos paramos poco a reflexionar, es decir, a volvernos sobre nosotros mismos. No tenemos tiempo para el silencio. Hoy, nada más que estamos a ver si hay cobertura o no hay cobertura y con el móvil en la mano. No tenemos un tiempo para nosotros y para los demás.

¿Qué son las propias casas? Muchas veces en vez de hogar se convierte en una pensión y tenemos que recuperar ese sentido de familia, ese sentido de escucha de los demás, de Dios mismo. Tenemos que tener tiempo para nosotros mismos, para nuestro interior, para pensar las cosas, para reflexionarlas, para discernir si las cosas las hacemos bien o las hacemos mal; si nos conviene, si no nos conviene. No estemos con esa espontaneidad de una vida de impulsos o de acciones que salen sin más de pronto, porque pueden tener consecuencias en nuestra vida. No podremos estar en acción-reacción. El ser humano es un ser que piensa. Es un ser que su vida tiene que tener una coherencia, porque nos movemos por el sentido del vivir y precisamente oír la palabra de Dios con un sabor sapiencial.

Primero, en la primera Lectura del libro de los Proverbios nos habla de que a la gente se la conoce por su habla. La carta de Santiago en el Nuevo Testamento dice que lo mismo que se gobierna a los caballos por la boca, también las personas nos tendríamos que gobernar por la boca. ¿Cuántas veces se nos va la fuerza por la boca?, decimos. ¿Cuántas veces decimos las cosas sin pensarlas? ¿Cuántas veces ponemos de vuelta y media a los demás? Y el Señor nos invita a que reflexionemos y cuidemos nuestra lengua. Muchas veces, cuánta mentira, cuánta difamación, cuánta calumnia. Hoy que se habla de las fake news, de las falsas noticias. Nos hemos acostumbrado a la mentira: la mentira en la vida política, se promete una cosa, se hace otra y da igual; la mentira muchas veces en la vida familiar, muchas veces la doble vida, una vida real y otra vida…

Queridos hermanos, hoy la palabra de Dios nos viene a poner enfrente de la verdad. La verdad forma parte, se define a Sí mismo Jesucristo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.

Y el hombre está hecho para la verdad, porque busca la razón y el sentido de su existencia. Y no podemos engañar a Dios, que lo ve todo. No podemos engañar a los demás, porque al fin y al cabo todo se sabe. Nos lo dice el Señor en el Evangelio. Y no podemos engañarnos a nosotros mismos, porque es de tontos engañarnos a nosotros mismos. Por tanto, “la humildad -decía Santa Teresa de Jesús- es la verdad”.

Recuperemos el sentido de la verdad. Moderemos nuestra lengua. Dice el refrán que “somos señores de nuestros silencios. En cambio, somos esclavos de nuestras palabras” muchas veces. Cuando las decimos, ya no somos dueños de ellas, ya empiezan a correr. Y, sobre todo, no hablemos mal de los demás. No somos quiénes para juzgar las intenciones de los demás. Sólo Dios conoce el corazón y las intenciones. Por tanto, si no podemos hablar bien de una persona, mejor es callarse. Eso sí, decir con sinceridad en nuestra propia vida; y la sinceridad no es la frescura. La sinceridad es decir lo que se debe decir a quien se le debe decir y en el momento oportuno. Y entonces, sabremos utilizar nuestra lengua, la palabra que ese don maravilloso que tiene el ser humano; la palabra para comunicarnos, para relacionarnos, no para ofendernos, no para que la mentira reine a nuestro alrededor, sino seamos testigos de la verdad de Jesús.

“La verdad os hará libres”. Una persona que vive en la verdad es libre. Una persona que vive instalada en la mentira no es libre, vive esclavizado a los gustos, a las opiniones de los demás, al qué dirán. Y hoy la Palabra de Dios nos invita a ello. Y nos invita de manera más fuerte en el Evangelio que acabamos de escuchar, cuando nos dice que tenemos que ser coherentes en nuestra vida. Por sus frutos los conoceréis. No podemos ser cristianos sólo de cabeza. No podemos ser de esa clase de cristianos creyentes, pero no practicantes. No podemos decir que tenemos fe y luego nuestra vida vaya por otro derrotero. Este es quizá el pecado más grande de los cristianos de nuestro tiempo: que no terminamos de creernos de verdad del Evangelio; que somos cristianos muchas veces sólo de nombre, pero luego nuestra vida desmiente lo que decimos proclamar.

Queridos amigos, vivamos la coherencia. Vivir de acuerdo con lo que uno es, con lo que uno cree, con lo que uno piensa, sin chaqueteos. No podemos ser unas personas que varíen según la moda, según el qué dirán, según la opinión de las mayorías sin más, para no quedar mal. Estamos llamados a vivir la verdad en nuestra vida. Que pueda decirse de nosotros esta persona es una persona de una pieza. Esta persona es de ley, no me engaña. Esa coherencia es la que el Señor nos pide hoy. Del árbol bueno sale el fruto bueno, de un corazón bueno y noble salen las obras buenas. Podéis decir, pero eso es para los perfectísimos. No, nosotros también. Podemos cometer errores, podemos prometer una cosa y luego nos venimos abajo, pero tenemos siempre la capacidad de rectificar, de pedir perdón, de no fijarnos sólo en los demás y decir que lleva una mota de polvo en el ojo del hermano y no advertimos, como nos dice el Señor, la biga en el nuestro.

El Señor nos invita a examinarnos, el examen de conciencia. El examen de conciencia es pararse, al menos un rato, por la noche o cuando se tiene tiempo, en casa, y a solas preguntarse qué he hecho mal, para pedirle al Señor perdón; qué he hecho bien, para darle gracias; qué puedo hacer mejor mañana, en qué tengo que mejorar, para vivir constantemente en esa lucha por ser mejor y no vivir asilvestrado en su vida cristiana. Porque todos tenemos defectos, unos defectos que son una temporada, otros defectos que nacen de nuestro carácter, de nuestro temperamento.

Queridos amigos, nadie es perfecto y tenemos que tener la humildad para reconocerlo. Y también vivir una realidad que el Señor nos pide en el Evangelio, que es la de corregir al que hierra. Es una obra de misericordia y es corregir. Los padres parece que han tomado miedo. Saber decir por el bien de la persona. Y cuando uno corrige, cuando uno pide por esa persona que tiene un defecto, que nadie le dice nada, estás ayudando, estás viviendo la caridad, porque cuando no se corrija, se murmura; cuando no se corrija, se sale por otro lado. Hoy, el Señor, como veis, desciende a detalles y nos habla de que tenemos que ser personas auténticas.

Que la Virgen Santísima, Madre de la Sabiduría, Ella nos ha dado a Jesucristo que es la verdad; en Ella no hay doblez de corazón, que Ella nos ayude desde su sencillez y su humildad, que Dios vio y por eso hizo obras grandes en Ella, nos ayude a vivir la verdad con coherencia, con sencillez, sin imposiciones a los demás y siempre con caridad.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

2 de marzo de 2025
S.A.I Catedral de Granada

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