Homilía en la Eucaristía en la S.I Catedral en el III Domingo de Adviento (Domingo Gaudete) y celebración de la Virgen de Guadalupe en la Diócesis, con la participación especialmente de la comunidad latinoamericana y granadinos.
Fecha: 15/12/2019
Queridísima Iglesia del Señor, Esposa Amada de Jesucristo, Pueblo Santo de Dios:
muy queridos sacerdotes concelebrantes, y saludo especialmente a los dos sacerdotes que hoy nos acompañan que provienen los dos de Venezuela;
saludo también especialmente a quienes, desde países distintos de América, tal vez no sólo de América Latina, alguno quizás también de América del Norte, que se haya unido a esta celebración (es un privilegio):
Para mí es una alegría inmensa que estemos celebrando esta fiesta por primera vez en esta catedral. (…) Sois muchos los latinoamericanos que vivís entre nosotros. Hoy sois vosotros los portadores de una fe que nosotros a veces damos la impresión, y muchas veces hemos perdido.
Juan Pablo II hablaba de cómo nos necesitamos los unos a los otros. Y el Papa Francisco insiste constantemente en que ninguno de nosotros podemos ser autorreferenciales, y eso significa justo, lo mismo, que nos necesitamos los unos a los otros. Nosotros os podemos aportar la tradición, que, además, es la tradición de la que ha nacido vuestra fe. A muy pocos kilómetros de aquí, en Santa Fe, se inició el camino que condujo hasta las Indias Occidentales, aunque en aquel momento ni se sabía que eran las Indias Occidentales y que se iba a llamar América.
Desde muy cerca, en el monasterio de Guadalupe, de ahí salieron los primeros misioneros para América Latina. Los españoles hemos hecho, como todos los pueblos, muchas burradas y muchos errores y muchos crímenes en nuestras conquistas; también tengo que decir, que menos que otros pueblos, porque la gran presencia indígena en América Latina y la enorme cantidad de mestizaje da testimonio de unos pueblos que siempre han estado vivos, mientras que en otras partes del mundo la conquista ha significado la práctica exterminación de los pueblos indígenas. Pero aun así siempre ha habido delitos, y crímenes, y robos, y explotación y miseria. La historia humana está llena de miserias. Pero hay una luz que no ha dejado de brillar y que también nació de aquí. Fueron los misioneros quienes primero defendían a los indígenas, y frenaban a los encomenderos y a otros de sus abusos, y muchos de los pueblos indígenas veían en la Corona de España una defensa contra aquellos encomenderos que abusaban de ellos y les explotaban. De hecho, por ejemplo, los indios araucanos en Chile -me contaba a mí un chileno- habían luchado contra los supuestos libertadores del lado de la Corona de España, porque tenían más confianza en la protección que les podía dar la Corona que en la protección que les podían dar o que les prometían dar quienes se iban a hacer con el poder.
Esa historia es muy compleja y, gracias a Dios, los cristianos cada vez que nos reunimos pedimos perdón por nuestros pecados, porque todos los tenemos. Pero, al mismo tiempo, la fe, como una llamita frágil, que parece que está siempre a punto de apagarse, pero es la única victoria que vence al mundo. Lo dijo ya San Juan: “Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe”. Y vosotros sois testigos de esta fe. Nosotros os podemos aportar la tradición, pero a veces las tradición que nosotros os mostramos es una tradición fósil, un poquito muerta, un poquito fósil, un poquito muerta, en la que hay tesoros, pero que a veces cuidamos más cosas que hay marginales en esa tradición que el centro de la fe, o cosas que son secundarias, o adornos en esa tradición, más que lo que es el corazón mismo de la fe. Y lo protegemos y lo cuidamos, pero como algo que está ahí, como las montañas, que no se mueven, que cuesta moverlo. A veces, los que tenemos la fe no somos capaces de mover esa tradición, de hacerla vida. Vosotros traéis la juventud, sin la cual la Tradición justamente se muere. Y traéis una fe viva, ardiente, que se expresa en el ritmo de vuestros cantos también, y en la alegría de esos cantos, y en la alegría de vuestros pueblos, y en la firmeza de vuestra resistencia.
Tenemos que unirnos. Los españoles hemos estado estas últimas décadas mirando demasiado a Europa y no hemos mirado a América Latina. Y tenemos una obligación fundamental con respecto a vosotros, porque sois nuestros hermanos. Yo he contado algunas veces que –es una anécdota pequeñita, pero la cuento con mucha alegría y con mucho orgullo– mi madre era una mujer muy sencilla que nunca fue a la escuela pero que tenía la fe profunda que han tenido muchas de nuestras madres en un pueblo cristiano. Y un día, ya era yo obispo auxiliar en Madrid, llegaba yo a casa tarde y me encontré a mi madre sentada delante de la televisión llorando. Y dije: “Pero mamá, ¿qué pasa?, ¿por qué lloras?”. Y me dijo: “No, hijo, lloro de alegría, es que México y nosotros hoy volvemos a ser uno”. Le dije: “¿Me lo explicas?”. Vosotros sabéis que después de la Guerra Civil se rompieron las relaciones diplomáticas con México, y el día aquel -sería por el año 88-89- se habían restablecido las relaciones diplomáticas con México y se estaba haciendo un programa de televisión que se hacía al mismo tiempo desde México y desde Madrid, pero mi madre lo que entendió es “México y nosotros volvemos a ser uno”, y lloraba de alegría.
Dios mío, yo sé que la conciencia nacional en vuestros países es fuerte, pero hay algo que nos une que es más fuerte que nuestras naciones y que nuestras banderas, y ese algo es nuestra fe católica. Y esa fe católica está representada más que nada en la imagen de una Virgen que es una Virgen de Adviento, porque es una Virgen embarazada, que está aguardando el Nacimiento de Jesús, como el Acontecimiento fundamental de la Salvación y de la historia; y que fue el verdadero comienzo de la evangelización y del crecimiento de la fe en América Latina, Nuestra Señora de Guadalupe. Por eso, con razones, “Patrona de las Américas”. Yo digo, desde Canadá hasta los glaciares de la Tierra de Fuego, en el sur de Chile.
Que esta Eucaristía sirva hoy para unirnos en la acción de gracias por el don de la fe. El Señor está a las puertas. El Señor multiplica la esperanza; bueno, a veces, la hace nacer. La Presencia del Señor hace nacer la esperanza, cuando nada de nuestra mirada al mundo parece que favorezca el que crezca la esperanza. Todo parece destinado a machacar nuestra esperanza. Acogemos a Cristo y la esperanza nace en el corazón. Y además, una esperanza que no defrauda porque es la experiencia del Amor de Dios en nuestras vidas. De la experiencia de ese Amor nace la verdadera esperanza, que no es el optimismo, que no es una ficción, que no es una ilusión o una alucinación. Es una esperanza de veinticuatro quilates, porque está araigada en la experiencia del amor.
Nuestro tesoro es nuestro conocimiento y nuestra experiencia de Cristo. Nuestro tesoro es nuestra fe. Y Le damos gracias al Señor por esa fe, claro que se la damos, con toda el alma. Y Le pedimos al Señor: “Ven, ven más y más a nuestras vidas, llena nuestros corazones, sostén nuestros trabajos”. Dios mío, yo sé, por relación con muchos de vosotros, y también porque he vivido un poquito de manera distinta la experiencia de ser emigrante, lo que significa llegar a un país donde no conoces a nadie, donde no siempre las personas que encuentras son las que más te ayudan, donde no siempre tienes compatriotas o amigos cercanos. Yo Le pido al Señor que cada iglesia sea para vosotros una casa. Que, puesto que sois y os sentís hijos de la Virgen, y lo sois igual que nosotros, o más que nosotros, con más conciencia de lo que eso significa de lo que muchas veces lo somos nosotros; que lo podáis sentir, cuando entráis en nuestras Iglesias, cuando entráis en vuestras parroquias. Recuerdo con horror una parroquia de Estados Unidos hace muchos años que celebraba los domingos una Misa para los latinos, pero les cobraba un alquiler por celebrar aquella Misa. Lo recuerdo con verdadero horror. Decía: “Dios mío, pero ¿somos la Iglesia una?, ¿somos esa multitud hecha de todos los pueblos, de todas las razas, de todas las naciones, “de toda lengua, pueblo y nación”?, ¿somos el Pueblo del Señor? Somos el mismo pueblo, somos la misma familia, somos el mismo cuerpo.
Que contribuyamos todos, los cristianos de Granada y los que estáis ya aquí, más asentados, o tenéis más tradición, a que realmente para vuestros pueblos, para vuestros emigrantes, para vuestras familias, seamos una familia más que os acoge, que os acoge con los brazos abiertos. Hasta deseosos de que vengáis porque necesitamos vuestra presencia para que se renueve la fe en nuestra tierra. Eso se lo decía yo al cardenal de México este verano. Decía: “Venid ‘a invadirnos’, no tengáis miedo, ‘venid a invadirnos’, venid, ‘venid a invadirnos’ con toda libertad, os necesitamos”. Y me dijo, “¿por qué?”. “Pues, porque en España nos estamos muriendo y necesitamos sangre joven”. Y dijo “pues, pida usted por nosotros, si necesitamos fe joven. Pida usted por nosotros para que nosotros nos sostengamos en la fe”. Y una mujer brasileña que le dijo lo mismo me dijo “esperaros que ya vamos”. Os digo: “Venid. Venís a vuestra casa”. Somos parte del mismo Cuerpo de Cristo, somos la misma familia. Dios mío, que sepamos expresar eso como lo expresamos hoy. Hoy para mí es una alegría muy, muy especial, estar celebrando y tener, además, a mi lado a la Virgen. Inauguramos una tradición que será todos los años el último domingo antes de la Navidad o el primer domingo después del día 12, que es el día que se celebra la Virgen de Guadalupe. La celebraremos juntos dando gracias a Dios, pidiendo que el Señor nos sostenga y os sostenga, y nos sostengamos unos a otros en la fe, en la esperanza y en el amor. Y pidiendo también en vuestros países. Los poderes del mundo, los grandes poderes del mundo que manejan los hilos, esos que nunca nos enteramos quiénes son, porque están siempre detrás de las noticias y nunca salen a la luz; esos grandes poderes quieren desestabilizar el mundo entero, y sobre todo quieren desestabilizar el mundo católico. Es muy obvio en América Latina.
Que el Señor os sostenga en vuestra resistencia y que nosotros, con nuestra oración, os sostengamos en vuestra resistencia. Simplemente, perseverad, perseverad en la fe, manteneos firmes, unidos a vuestros pastores, luchad por vuestra libertad, por vuestra vida, por poder expresar lo que sois y vivir lo que sois sin tener que vivir en el temor y sin dictaduras que oprimen, y que machacan y explotan a los pueblos. También en eso quisiéramos estar a la una y sosteneros, sostenernos unos a otros, porque ese peligro está en el mundo entero en este momento.
Vamos a vivir con gozo nuestra Eucaristía, vamos a ofrecerLe nuestras vidas al Señor, para que él nos las devuelva llenas de Él, en su Cuerpo, para alimentarnos y sostenernos en nuestro camino común hacia nuestra verdadera patria, nuestra verdadera nación, que para todos nosotros, chilenos y canadienses, argentinos y venezolanos, y mexicanos y de la Republicana Dominicana, todos…, nuestra patria verdadera es el Cielo y hacia él caminamos juntos.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
15 de diciembre de 2019
S.I Catedral de Granada