“Una invitación a la conversión”

Homilía en la Misa del viernes de la XXXI semana del Tiempo Ordinario el 6 de noviembre de 2020.

Ya pasaba en tiempos de Jesús lo de que los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz, porque no tienen más tarea que la de ser astutos; y los hijos de la luz tienen algunas tareas más importantes que la de ser astutos que es vivir y vivir bien. Pero, ¿a que este Evangelio os escandaliza un poco? Porque parece que lo hace el administrador, que, cuando lo van a echar, o cuando ya le han amenazado con que lo echan, es una trampa. Y, sin embargo, la parábola termina diciendo que el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Entonces, parece que el Señor alaba esa trampa y, en ese sentido, nos estaría invitando a hacer trampas parecidas. Bueno, no es así, pero hay que situarse, como tantas veces, en el Evangelio en el tiempo de Jesús.

En el judaísmo estaba totalmente prohibido, la Ley judía prohibía la usura. Y como quien hizo la Ley, hizo la trampa, pues, ¿qué hacía la gente que quería practicar la usura sin que se notase?: se llevaba eso, cien fanegas de trigo, se llevaba ochenta fanegas de trigo y, entonces, le debía cien, no había usura, porque había un recibo que ponía que se había llevado cien fanegas de trigo. Y entonces, quedaba por así decir, la usura, los intereses del amo quedaban ocultos y no se les podían denunciar ante el Sanedrín local, o ante el Sanedrín judío. Pensad que en aquella cultura nunca ha habido distinción entre poderes civiles y poderes religiosos, era el mismo. Era la Ley de Dios la que prohibía la usura. Entonces, lo que hace el amo para que le reciban es un gesto de conversión. Es decir: “Yo os he estado cobrando a todos con usura, con una cosa que está prohibida, reconozco mi pecado y ahora, ya que me han echado o me van a echar de todas maneras, que veáis que me convierto y que hago las cosas bien”. Y efectivamente, eso es lo que podría permitir que a un hombre que se ha expuesto así, reconociendo que había obrado mal públicamente y pudieran recibirle en algún otro sitio como administrador, de tal manera que cuando Jesús alaba a este administrador no lo alaba por haber hecho una trampa, lo alaba por haber echo un gesto de honestidad que exponía su pecado públicamente ante la gente de su pueblo, o de su comunidad, o de su ciudad si era en Jerusalén, o en Samaría. Por lo tanto, Jesús no alaba una mala obra; alaba la prisa que se dio en arreglar las cosas y a ponerse en orden con Dios y con la Ley judía, aunque le costase el hecho de ser vituperado por haber obrado mal. Pero es alguien que ha obrado mal, lo ha reconocido públicamente y se ha puesto a obrar bien.

En realidad, la parábola es una invitación a la conversión, a ser astutos con las cosas de nuestra vida, a ser ágiles, vigilantes, a estar atentos a nuestra vida en la presencia de Dios. Y no a las cosas que les preocupan a los hijos de este mundo que los llama Jesús. A una conversión -en el lenguaje del Papa Francisco, que lo lleva diciendo desde que empezó, en otro lenguaje también lo decía Benedicto XVI y San Juan Pablo II- pastoral. Una conversión pastoral que nos dé la libertad, la fortaleza, la valentía también para empezar de nuevo y parar ir al corazón de los cristiano. No defender al cristianismo como si fuera una ideología, no sostener como si fueran creencias, o una manera de pensar. No. Vivir según el Señor.

Ese es el testimonio que nos dan los mártires. Y nos lo dan también en una cosa que decía la Primera Lectura y que es central: si verdaderamente nos tomamos en serio nuestra vida, somos ciudadanos del Cielo. Y hace falta tener la conciencia de que nuestra patria es el Cielo, de que nuestra raíz es… no es el linaje del que venimos, ni la historia del que venimos, sino que nuestras raíces están en el punto de llegada porque estamos hechos para el Cielo. Por lo tanto, mi pueblo, mi familia, mi nación sois vosotros, los que el Señor me ha confiado. Y eso, a pesar de todas nuestras fragilidades, que son muchas y que no nos hace a nadie ni “superman” ni “superwoman”, pero nos permite afrontar la historia con serenidad, con fortaleza, con capacidad de discernimiento, con la astucia del administrador injusto.

Los mártires siempre han ido… No es una gracia que uno tenga ni siquiera que pedir porque Dios la da a quien quiere, como quiere y cuando quiere. Pero que Cristo sea lo más querido. Y vivir cada día sabiendo que Cristo es lo más querido. Y luego, las circunstancias las pondrá el Señor y Él dará la Gracia para afrontar lo que haya que afrontar en cada momento y la sabiduría que la pedimos unos para otros, sobre todo la pedimos juntos y afrontamos lo que sea juntos.

El otro rasgo de los mártires era el perdón. Ellos, todos ellos -y es una de las condiciones que pone la Iglesia para beatificar a un mártir- murieron perdonando. A veces, pidiendo a su familia que perdonase por favor, que no tomasen ninguna actitud de venganza posterior. Eso distingue el cristianismo de cualquier ideología.

En Alhama, donde hay una de las personas que está ya reconocida como mártir pero que no hemos podido por la pandemia celebrar su beatificación, la hermana de uno de los chicos mártires iba a llevarle la leche al que había matado a su hermano, a la cárcel, después de la guerra civil. Y la gente del pueblo se burlaba de ella, porque se lo mandaba su madre; y la gente del pueblo decía “pero, con lo bestias que son si han matado a tu hermano qué haces tú, eres imbécil”, cosas de ese tipo, en ese tipo de lenguaje u otro parecido que no es de aquí. Y sin embargo, la madre le daba la leche para que se la llevase a la cárcel al asesino de su hijo. Eso es una cristiana, de las de raza, de las que conocemos todos tantas que son la columna del Pueblo de Dios.

Que el Señor multiplique nuestro gozo por pertenecer a ese Pueblo, que es un Pueblo de santos.

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

6 de noviembre de 2020

Iglesia parroquial Sagrario-Catedral

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