Un alma para Europa

Basta asomarse a los medios de comunicación, o mejor estar atento al eco de las conversaciones de los ciudadanos, para tener la impresión de que, además de la nefasta. polarización que sufrimos, se percibe una creciente sensación de pesimismo y desesperanza ante la falta de resultados convincentes en la solución de la crisis económica.
Ahí están para comprobar esta percepción el miedo de una Europa tensionada y tambores y escenarios de guerra en su territorio, así como las dramáticas consecuencias de los recortes del gasto en políticas sociales, no acompañadas siempre del suficiente apoyo al crecimiento económico, así como también el aumento del desempleo, que afecta sobre todo a los jóvenes.
Esto evidencia, sin entrar en valoraciones técnicas y políticas, además de la aparición creciente de un peligroso “euroescepticismo” vinculado a populismos nacionalistas, que hay carencias meta -económicas que no se han tenido en cuenta a la hora de afrontar adecuadamente los problemas y que responden a un déficit que no se refleja en los balances de cuentas de resultados ni en los ratios de solvencia económica, sino que son de valores espirituales. Ello es fruto del debilitamiento cuando no el ataque ideológico de los fundamentos pre-políticos -de naturaleza ética y moral basados en la Ley Natural- que sustentan la organización y convivencia de las sociedades libres y democráticas.
En este diagnóstico participa el Papa Francisco, cuando ha llegado a señalar ya en los comienzos se su pontificado que “la crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica. La negación de la primacía del hombre! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32, I 5-34) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y un objetivo verdaderamente humano… Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética, el rechazo de Dios… Para los agentes financieros, económicos y políticos, Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, porque llama al hombre a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud. La ética -una ética no ideologizada, naturalmente- permite crear un equilibrio y un orden social más humano” (Discurso a nuevos embajadores. 16 de majo de 2013).
En definitiva, es innegable que ha habido en Europa, como tantas veces había advertido el recordado Benedicto XVI, un olvido, cuando no la buscada marginación, de las raíces culturales y religiosas del viejo continente, de aquello que ha constituido históricamente y constituye hoy su identidad compartida y su activo de civilización más importante, del que la religión cristiana y con ella la dimensión trascendente de la persona, es uno de sus componentes esenciales.

La recuperación de los valores espirituales ha sido siempre uno de los recursos más importante y eficaces para la superación de las crisis personales y colectivas, ya que las personas y las sociedades humanas se mueven no sólo por la imprescindible búsqueda de los dignos medios de vida, sino también de las no menos necesarias razones por las que vivir.
La insistencia en manifestar la identidad y la propuestas de los valores cristianos en la construcción europea no es algo nuevo, sino que viene de lejos y ha alcanzado una de sus formulaciones más completas en la Exhortación Apostólica de S. Juan Pablo II “Ecclesia in Europa”.
En ella, fruto de la que fue la II Asamblea Especial del Sínodo para Europa, se propone el Evangelio de la Esperanza, que partiendo de la conversión reactive en el continente europeo la dimensión del testimonio de los cristianos. Esto exige, además de un claro fortalecimiento y manifestación de la propia identidad cristiana, una mayor toma de conciencia evangelizadora que fomente aún más la presencia coherente de los católicos en todos los ámbitos, desde el personal y familiar al espacio público y social: “Los cristianos no sólo pueden unirse a todos los hombres de buena voluntad para trabajar en la construcción de este gran proyecto, sino que, más aún, están invitados a ser su alma, mostrando el verdadero sentido de la organización de la ciudad terrena”. (n. 116).
No es ni más ni menos que la reiterada invitación del Papa Francisco a ser una
Iglesia que sale de sí misma, que experimenta en el decir de Pablo VI, “la dulce y confortadora alegría de evangelizar”(EN n. 80).
Es lo mismo que repetía en su discurso el mismo Papa Francisco a1 recibir el Premio Carlo Magno en presencia de todos los líderes de la Unión Europea: “Sólo así será posible una verdadera esperanza que supere el pesimismo europeo y posibilite construir sobre sólidos cimientos la casa común, ya que, como se indica en la mencionada exhortación apostólica, “Europa necesita una dimensión religiosa. . . tiene que dejarse tocar por la mano de Dios. En efecto, la esperanza de construir un mundo más justo y más digno del hombre, no puede prescindir de la convicción de que nada valdrían los esfuerzos humanos si no fueran acompañados por la ayuda divina, porque «si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los albañiles» (Sal 127[126], 1)” (n. 116).
Los sueños del Papa Francisco
Deseos, estos, que el Papa Francisco, hacia resonar como un sueño a los dirigentes europeos en el mencionado discurso del Premio Carlo Magno: “Con la mente y el corazón, con esperanza y sin vana nostalgia, como un hijo que encuentra en la madre Europa sus raíces de vida y fe:

  • Sueño un nuevo humanismo europeo, ‘En proceso constante de humanización”, para el que hace falta “memoria, valor y una sana y humana utopía” (10).
  • Sueño una Europa joven, capaz de ser todavía madre: una madre que tenga vida, porque respeta la vida y ofrece esperanza de vida.
  • Sueño una Europa que se hace cargo del niño, que como un hermano socorre al pobre y a los que vienen en busca de acogida, porque ya no tienen nada y piden refugio.
  • Sueño una Europa que escucha y valora a los enfermos y a los ancianos, para que no sean reducidos a objetos improductivos de descarte.
  • Sueño una Europa, donde ser emigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano.
  • Sueño una Europa donde los jóvenes respiren el aire limpio de la honestidad, amen la belleza de la cultura y de una vida sencilla, no contaminada por las infinitas necesidades del consumismo; donde casarse y tener hijos sea una responsabilidad y una gran alegría, y no un problema debido a la falta de un trabajo suficientemente estable.
  • Sueño una Europa de las familias, con políticas realmente eficaces, centradas en los rostros más que en los números, en el nacimiento de hijos más que en el aumento de los bienes.
  • Sueño una Europa que promueva y proteja los derechos de cada uno, sin olvidar los deberes para con todos. Sueño una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso por los derechos humanos ha sido su última utopía”.

Esto vale también para España, en la Europa Unida de la que formamos parte.

 

+ José María Gil Tamayo

Arzobispo de Granada

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