Homilía del arzobispo de Granada, Mons. José María Gil Tamayo, en la Eucaristía celebrada en el V Domingo del Tiempo Ordinario.
Queridos sacerdotes concelebrantes, especialmente los sacerdotes de la Diócesis de Chicago en los Estados Unidos que nos visitan y concelebran en esta Eucaristía. Lo mismo que el padre Marcus, de Costa de Marfil, que viene para animar la campaña de la lucha contra el hambre en el mundo,
Queridos hermanos y amigos, especialmente los matrimonios que cumplís las bodas de plata y las bodas de oro,
Miembros del equipo de Pastoral Familiar, así como también los que estáis empeñados en el equipo de trabajo de la lucha contra el hambre de Manos Unidas,
Queridos hermanos y hermanas, todos
En este domingo concurren, como veis, varias celebraciones que atraen nuestra consideración, nuestra atención. ¿Y qué nos ha dicho la Palabra de Dios? Que, como dice la propia Escritura, es lámpara para nuestros pasos, luz en nuestro sendero.
Ella ilumina nuestras situaciones. Ella, como dice el Concilio Vaticano II en la Dei Verbum, cuando es proclamada en la liturgia es como si Dios mismo nos hablara. ¿Y qué nos dice la Palabra de Dios para nosotros aquí, ahora en Granada, en esta celebración para esta semana, especialmente? Por una parte, acabamos de escuchar la vocación del profeta Isaías. Va de vocación. No solo porque se está celebrando que termina esta mañana el Congreso de Vocaciones de la Iglesia en Madrid, sino porque todos estamos llamados.
Dios nos ha llamado a todos con una vocación santa. La carta a los Efesios “Bendito sea Dios Padre que nos ha elegido en la persona de Cristo antes de la constitución del mundo, para que seamos santos, irreprochables ante Él por el amor”. Hay una llamada que el profeta nos da unos rasgos de esa llamada, y es la grandeza de Dios que llega al templo. En esa visión que tiene el profeta Isaías y que desde allí Dios le envía un ángel para que ante la excusa del profeta soy un hombre de labios impuros. ¿Qué voy a hacer yo ante la misión que me confía? Soy un hombre. Nos desborda la misión, nos desborda aquello a lo que nos llama el Señor. ¿Y qué hace? Es purificada su lengua con el ascua encendida.
Y el profeta dice “Aquí estoy. ¿A quién enviaré? Aquí estoy. Mándame.” Y vemos después, como San Pablo, en la segunda, lectura tomada de la primera Corintios, después de hablarnos de lo esencial cristiano del anuncio de la resurrección de Cristo, de esa tradición que él ha recibido como apóstol, nos habla de su vocación. Y él se considera a sí mismo como el último al que ha llamado Cristo. “Como un aborto, el último me llamó a mí, a pesar de haber sido un perseguidor también de la Iglesia”, dice Pablo. Pero lo envía a una misión. A anunciar precisamente la resurrección de Cristo, la salvación que ha traído el Señor Jesús. Como veis, la inmensidad, la grandeza de Dios y la pequeñez del hombre. Pero Dios ha querido esta lógica de servirse de nosotros para hacer un mundo mejor y para hacer un mundo más cristiano, para llevar a todos la salvación del Señor Jesús, para evangelizar.
Y lo vemos ya más claramente en la propia llamada personal que hace Jesús, el Hijo de Dios, hecho hombre a los propios apóstoles. En el capítulo cinco del Evangelio de Lucas, que ha sido proclamado. Cuando Jesús tiene tras de sí esa multitud que se agolpa para escuchar la Palabra de Dios. Y Jesús quiere llegar a ellos, y se sube a la barca de Simón. De Simón Pedro y Andrés, pescadores.
Y Jesús les dice que remen mar adentro y que echen sus redes. Y Simón Pedro dice Pero bueno, que viene a darme lecciones. A nosotros que conocemos el lago como la palma de la mano. Viene este extraño, este Rabí y este maestro, pero un extraño y se fía en tu palabra. Echaré las redes. Y sacan cantidad de peces. Una pesca milagrosa. Y Simón Pedro se da cuenta de que está ante el Mesías. Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Y vemos, al mismo tiempo, cómo el Señor lo elige. Desde ahora seréis pescadores de hombres con una vocación que es compartida por su hermano. Y llaman a sus a sus compañeros, a sus socios. A Santiago y Juan. Luego, hermanos, todos tenemos esta misma lógica de Dios en nuestra existencia.
El matrimonio también es una llamada. Es una vocación que vosotros, queridos amigos matrimonios que celebráis los 25 en los 50 años, habéis vivido y estáis viviendo con fidelidad. El uno al otro, pero todos a Cristo, que nos ha llamado. No hemos sido lanzados a la existencia sin un sentido. No somos, como decía aquel nihilista francés, un personaje absurdo de una novela idiota.
Nuestra vida no es un sinsentido, precisamente en el ser humano no se contenta simplemente con tener medios de vida. No somos más felices porque tengamos más. Es más, en la dinámica de nuestro mundo, que el Papa denuncia como el mundo de descarte. Vemos también cuántos pobres, cuántas necesidades, cuántos bienes en manos de unos pocos que controlan la economía, la política y deja toda esa multitud inmensa de descartados en el Tercer Mundo, especialmente. Que viven esa necesidad de salir, de moverse porque les llegan las noticias espectacularizadas de una prosperidad en el primer mundo. Y huyen de las guerras, de las sequías, de los desastres naturales y buscan, como haríamos los otros, como hemos hecho nosotros ,que hemos sido un país de migrantes. Y cómo ese mundo… Tenemos que ayudarles con ese lema que nos propone Manos Unidas este año. El reparto… El compartir es la mayor riqueza. Y tenemos que salir de una lógica y de una dinámica de competencia, de solo buscar nuestro propio bien. Queridos hermanos, el ser humano no es un individuo perdido en una colectividad, que busca solo su supervivencia a base de tener cosas en detrimento de los otros. En un mundo de competencias que se salve el que más pueda.
No, somos personas y la persona siempre tiene una significación social de referencia a los otros. Sin los otros no somos nada. Es más, la gran lección de la pandemia es que somos dependientes, que somos débiles, que podemos desaparecer. Y que dependemos de Dios y de los demás. Queridos hermanos y amigos, todos estamos llamados con una vocación. Con una vocación radical, que es la de nuestro bautismo.
Dios nos ha llamado a ser santos, a santificarnos en medio de nuestras circunstancias ordinarias, y luego en la vida va mostrando vocaciones particulares a la vida consagrada, a la vida misionera, al sacerdocio. Y nosotros también, vuelvo a repetir, vemos las grandezas de Dios y nuestra pequeñez. Pero Dios nos llama para una misión. A vosotros, queridos esposos, para formar una familia, para abiertos a la vida, que veis con gratitud en vuestros hijos y en vuestros nietos, ya. En una vida que tiene dificultades, pero que se superan precisamente con la gracia y con la fuerza de la bendición del Señor en el sacramento. Y en la unidad, en el amor mutuo.
Y que sabéis que la vida no es color de rosa, sino que tiene momentos de dolor y de sufrimiento, y al mismo tiempo grandes momentos de satisfacción y alegría. Y que sabéis también que esos momentos y esos contrastes de la vida, dice la vieja canción castellana, Corazón que no quiere sufrir dolores pasa la vida entera libre de amores. Como decía Benavente, “Al amor le pasa como a los niños. No se nota que viven hasta que no lloran”. Sabéis que esos momentos de dolor, de dificultad, os han unido y habéis pasado por ello, porque ya tenéis un tramo de vida y de experiencia común. Y vuestros hijos, a los que no solo habéis dado unos medios de vida, sino que les habéis dado unas razones por las que vivir.
Y eso es lo que hay que pedir hoy para las familias, que sepan ser iglesia doméstica, que sepan ser hogar donde se enseña lo más fundamental de la vida. Por eso es tan importante la familia, por eso se ataca a la familia, para disgregar a la sociedad. La familia cristiana no es una familia de museo, pasado de moda. No es una familia tradicional, como si fuese algo de la Edad Media. Es la unión de un hombre y de una mujer para toda la vida. Abierto a la vida. Donde recibe, en la bendición de Dios, los hijos, que son el más grande.
Queridos hermanos, gracias por vuestro testimonio y adelante. Transmitir a los hijos no solo bienes, sino sobre todo amor. Y seguir haciéndolo. Y queridos hermanos, seamos generosos en esta colecta en favor de manos Unidas, en la lucha contra el hambre. Es un grano de trigo.
Pero sobre todo es enseñar a cultivar, es ayudar al desarrollo de los pueblos, a través, fundamentalmente de los misioneros. Por eso nos acompaña hoy uno de ellos, para dar testimonio al final de la Eucaristía.
Queridos amigos, démonos cuenta de que compartir es nuestra mayor riqueza. Pidámosle a la Virgen María que ella, como en las bodas de Caná, que ayuda a aquellos esposos, siga ayudándoos a vosotros, queridas familias. Y siga obteniendo también bienes necesarios para quien tanto lo necesita en nuestro mundo, y el hambre sea erradicada, y las armas y las guerras se han alejado. Y la paz sea fruto de la justicia.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
9 de febrero de 2025
S. A. I. Catedral de Granada