“Todo ser humano, todo rostro humano, es imagen viva de Dios”

Ante la Imagen original de Inmaculada Niña, procedente de México, homilía de Mons. Martínez en la Eucaristía de Acción de Gracias celebrada en la parroquia de Inmaculada Niña con la que la congregación festejó su presencia por primera vez en España desde su fundación, hace 113 años.

Queridísima Iglesia del Señor, esposa de nuestro Señor Jesucristo, pueblo santo de Dios, mis queridos sacerdotes concelebrantes, querida hermana María, queridas hermanas todas, hermanos y amigos:

Os debo confesar que no había visto nunca la Imagen de la Divina Infantita o de la Inmaculada Niña, la original. Si la había visto, no había caído en la cuenta nunca de ella, y cuando la he visto, al incensarla, me ha dado un vuelco el corazón: como ver la imagen de tu madre, cuando a veces te enseñan fotos de su infancia o de su juventud.

Hay una película preciosa, obra de un chino -es un director de cine chino que ha hecho películas de muchas clases y de muchos tipos muy diversos, pero ha hecho muchas películas de amor preciosas. Una que ha sido reciente y a lo mejor os suena: «Amor bajo el espino blanco». Pero tiene otra que a mi juicio es todavía más exquisita y más bella en todos sus sentidos, que se titula «El camino a casa»: es de un chico que vive en la ciudad, profesor de universidad, y vuelve al pueblo de las montañas del interior de China, donde venía por el entierro de su padre. Y ve una foto de sus padres cuando eran novios y todo el resto de la película es la historia del noviazgo de sus padres. Es una película preciosa, conmovedora, exquisita.

Os aseguro que, con la misma ternura puede uno ver esa Imagen, o por lo menos a mí me ha sido indicado verla así. He visto muchas imágenes de Inmaculada Niña a lo largo de mi vida, pero ésta no la conocía, os lo aseguro.

Dejadme explicaros primero por qué veneramos nosotros las imágenes. Las imágenes son imágenes y es verdad que son obra de hombres. Hubo en siglo IX -del siglo IX hasta el siglo XI-, por influencia del Islam, unas batallas muy grandes, en el Medio Oriente, sobre si era legítimo tener imágenes. Y los emperadores bizantinos persiguieron los iconos -se llaman las controversias iconoclastas-, y son Juan Amasteno y otros santos que defendieron, con su vida a veces, que puesto que el Hijo de Dios, y ése es el argumento fundamental, puesto que Dios se había hecho carne, las imágenes son legítimas porque nos recuerdan justamente la humanidad de Dios, y nos recuerdan que esa humanidad de Dios se prolonga en la historia, en su cuerpo, que es la Iglesia, y nosotros veneramos ese cuerpo.

Por esa misma razón veneramos hasta las cenizas, hasta los restos de nuestros difuntos, porque esos restos han sido unidos a Cristo por el Bautismo, y han sido alimentados por la divinidad del Hijo de Dios, y por eso son objeto de cariño, de respeto, son sagrados. Como todo ser humano es sagrado para un cristiano. Es decir, si yo busco una imagen de Dios, ¿dónde la puedo buscar, la primera?: en vuestros rostros, vuestros rostros son la imagen más auténtica, más expresiva, vuestros ojos… Y esto expresa algo muy profundo en la vida cristiana, y es sencillamente que ese Dios al que San Juan dice que nadie ha visto jamás, se hizo carne y entonces su imagen, de esa Encarnación del Hijo de Dios, brota un respeto, un amor, un afecto sin límites por cada ser humano, por cada persona humana, desde el momento de su concepción hasta su muerte natural, sin excepciones de ninguna clase. Todo ser humano, todo rostro humano, es imagen viva de Dios.

Juan Pablo II solía decir que desde Belén, lo más importante que pasa en la historia, aunque no salga en los periódicos, es el nacimiento de un niño, porque la vida humana es sagrada desde que el Hijo de Dios se ha abrazado a ella, y no olvidéis que la Virgen representa ahí a toda la humanidad redimida, representa el significado de la vida humana a la luz de la Encarnación. (…)

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

Parroquia de Inmaculada Niña

16 de noviembre de 2013

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