Tiempo de recuperar una humanidad plena

Homilía en la Santa Misa el viernes de la V semana de Pascua, el 15 de mayo de 2020.

Queridísima Iglesia del Señor;

muy queridos hermanos y amigos:

Vuelve el Señor a recordarnos el mandamiento nuevo, que es como el resumen, verdaderamente, de todo lo que el Señor espera de nosotros, en nuestras relaciones humanas: “Que os améis unos a otros como Yo os he amado”. Él nos ha amado hasta la entrega y el don de su propia vida y así nos pide que nos amemos. Es fácil decir “la vida cristiana se resume en el mandamiento del amor”. Lo que sucede es que la palabra “amor” es una palabra muy gastada, muy gastada, y en la que influyen mucho muchos factores culturales. En nuestro contexto, alguien decía a finales del siglo XX que la mayor dificultad en las relaciones humanas para el hombre contemporáneo eran que es muy difícil evitar que nuestras relaciones sean manipulativas, porque como nos sentimos de alguna manera, cada uno, el centro del mundo, es muy difícil que cuando nos acercamos a los demás, nosotros no vayamos buscando algún interés, y que la persona no perciba que quien se acerca a ella “¿qué interés tendrá?”, y cuanto más amable y más afectuoso pueda ser el acercamiento, más sospecha “¿qué es lo que me irá a pedir?”. Hasta los padres llegan a decirlo, cuando los niños se ponen muy cariñosos con la mamá, “¿qué me irás a pedir?”. De entrada ya damos por supuesto que ése es el modo de relacionarse y, a veces, se da a ese modo de relacionarse el nombre de “amor”, pero no lo es.

Otras veces se piensa que el amor es un sentimiento. Por ejemplo, el sentimiento erótico. Cuando, precisamente si el destino del hombre es el amor, tiene que implicar todas las facultades de la persona humana, tiene que implicar la inteligencia y el juicio de la inteligencia, tiene que implicar la libertad: no hay amor que no sea libre. Yo, con frecuencia, cuando trabajaba más con muchachos jóvenes y con parejas de novios, o con parejas que estaban empezando a salir, les decía “no tratéis de seduciros, precisamente porque la verdadera condición para un amor estable, duradero, capaz de llenar la vida y de satisfacer el corazón, tiene que ser la certeza de que uno no ha seducido a la otra persona”. Pasa lo mismo con una vocación: quien adquiere una vocación, porque te empujan y te empujan y te empujan, aunque quienes te empujan sean tus padres, no funciona. Probablemente más si quienes te empujan son tus padres. Se llamaba amor libre, hace unas décadas, al amor que no tiene reglas, ni morales, ni éticas, ni de ningún tipo. Y es todo lo contrario. Es decir, la condición que la Iglesia pone para un matrimonio, para un amor esponsal duradero y capaz de llenar la vida es justamente que sea libre. Pero la libertad no es algo fácil. La libertad es algo que hay que pedirlo. Para ser libres, nos ha liberado Cristo. Nuestro conocimiento y nuestra entrega a Jesucristo nos hacen verdaderamente libres: libres del afecto de los demás, libres de las circunstancias que sean favorables o no favorables, libres de mi propia imagen de mí mismo, de mis proyectos…, de todas esas cosas que, si se vienen abajo, me vengo yo abajo. No. Un hombre libre es el hombre que no se viene abajo por esas circunstancias más o menos exteriores. Y una persona libre es una persona capaz de darse a sí misma, pero se da a sí misma libremente.

El amor implica la inteligencia y el juicio de la inteligencia, no sobre si la persona tiene muchas cualidades o pocas, porque eso ya es estar valorando a la persona por lo que no es, y por lo tanto, por algo que yo puedo obtener de ella. Si es la persona, por ejemplo, en un juicio previo de un noviazgo para un matrimonio, es si me parece que con esta persona si tengo signos, indicios −porque en la vida, de estas realidades importantes, sólo se tienen signos e indicios− de que yo con esta persona puedo hacer mi camino hasta el Señor y hasta la vida eterna. Y ése es el amor, y ése es el amor verdadero. Y ese juicio de la inteligencia es esencial. Si falta, son los sentimientos, por muy fuertes que sean, van y vienen como el viento, y pasan muy pronto y son de muchas clases, y muy diferentes a lo largo de la vida. La libertad y el afecto, que es “el atractivo -decía Santo Tomás- que la verdad y el bien suscitan en nosotros”. Es decir, la belleza de la verdad y el bien. La belleza de la verdad y el bien de una relación, de una amistad, la belleza de la verdad y el bien de una vida de familia. Cuando se tiene en cuenta que el amor implica estas cosas, entonces sí, entonces, se puede decir como San Agustín “ama y haz lo que quieras”. O se puede decir “el amor es el contenido de la vida humana”. Es el anhelo de la vida humana y el contenido de la vida cristiana.

Dios mío, uno podría ahondar mucho más y con mucho más detalle, pero saber que nosotros hemos sido creados para el amor y la vida de la Iglesia, con el don que Jesucristo nos hace de Sí mismo, en el que renueva –“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”- el don de Su vida, la venida a nosotros y el don de Su vida en cada Eucaristía que celebramos, nos hace posible amar así como somos amados por Dios. Nos hace posible querernos unos a otros como Dios nos quiere a nosotros; nos hace posible perdonarnos unos a otros como Dios nos perdona a nosotros.

Le pedimos al Señor: “Señor, enséñanos a orar”, “enséñanos a ser conscientes de la relación que Tú has establecido con nosotros y a pedirTe que esa relación sea el núcleo, y el esqueleto y la consistencia de nuestra vida”, “enséñanos a querer y a ser queridos”, que a veces casi cuesta más, a muchas personas, el dejarse querer que el querer. Porque en el querer, hay también su parte de orgullo y de vanidad, y cuando uno se entrega mucho y eso, uno puede fácilmente hincharse de sí mismo, y hace falta mucha humildad para dejarse querer. Y normalmente, no es la humildad lo que sea más característico de nuestro hombre viejo, de nuestra humanidad pecadora. Tiene que irnos curando y construyendo el Señor por dentro.

Os decía que hoy era San Isidro y no voy a dar una homilía sobre la vida agrícola, aunque sí que me gustaría hacer algunas preguntas, que además nos vienen provocadas por el virus, por la pandemia que estamos viviendo también. La agricultura es esencial a la supervivencia del hombre y, sin embargo, la hemos despreciado, en las últimas generaciones, quizás en el último siglo, quizás incluso un poquito más que el último siglo. Desde las revoluciones industriales. Pero a cuántas madres, a cuántas buenas madres, les he oído decir yo “hijo mío, tú vete, estudia, sal del campo para que no te pases la vida como tu padre destripando terrones”. Eso, aparte de destruir en la familia el afecto de los hijos hacia el padre, o de las hijas, aunque pueda tener su parte de verdad, pero porque la agricultura ha sido una cosa menospreciada, abandonada… necesitamos una cultura nueva. Y en esa cultura nueva hay que dar un lugar, bien importante, a la agricultura, que no será una economía de pelotazos. Pero la economía de pelotazos no hace más que enriquecer a unos pocos y hacer muy pobres, más pobres, a la multitud, al pueblo. Por lo tanto, habrá que repensar la agricultura. ¿No llama la atención que el lugar donde ha sido más cruel el virus han sido en las megalópolis, en las grandes ciudades, y que una zona como la Alpujarra pues prácticamente no haya habido virus? No estamos hechos para las megalópolis. Nos introducen en un mundo que es virtual. Podemos comer comidas indonesias en cualquier parte del mundo, en cualquier restaurante de cualquier gran ciudad o podemos comer comidas japonesas o tacos mejicanos, que luego están hechos en el pueblo de al lado, en la ciudad o en una fábrica. Pero, ¿es eso humano? Si estos días nos están sirviendo también para redescubrir nuestra humanidad, ¿no será necesario redescubrir y volver a defender y a alentar y a fomentar una agricultura inteligente, sabia?

Una economía es buena cuantas más pequeñas empresas y también pequeñas empresas agrícolas…, porque uno de los problemas de la agricultura es que, si se deja en las manos de las grandes multinacionales, de lo que llaman “el agrobusiness”, muere la agricultura, mueren los pueblos, morimos nosotros, morimos todos. Se dañan las aguas. En una zona de Nicaragua donde yo estuve el verano pasado, llena de lagos, no se podía uno bañar porque quien se bañaba en esos lagos moría, de la cantidad de química que tienen esas aguas, de abonos… Y leía yo esta misma tarde en un autor que es un gran crítico literario y es un autor inglés conocido, que en el mundo, tal como tratamos la tierra en explotación abusiva y masiva, perdemos todos los años una extensión de tierra equivalente a Gran Bretaña, para poder cultivarla. Y esa explotación abusiva está detrás de las hambrunas de Etiopía, y está detrás de toda la desertización del Sahel y de muchos otros fenómenos de los que apenas somos conscientes o somos conscientes solamente cuando algo extremadamente violento sale en las noticias.

Yo sólo digo que tenemos, en este tiempo que viene, y que va a haber mucho paro, y hay mucho paro porque hay también mucho asalariado. La familia agrícola casi autosuficiente… tenemos que aprender a depender menos de comprar cosas y a saber hacer más. Una de las cosas que más se buscaba en los supermercados era harina, para hacer pan, para hacer galletas, para hacer bollos, para hacer bizcochos. Fantástico. Un ser humano adulto tendría que ser capaz de hacer prácticamente casi todo lo que necesita para vivir. Y eso, paradójicamente, nos hace más libres y nos ayuda a comprender más la necesidad que tenemos unos de otros. Si todo lo compramos, sabemos muy bien el precio que tiene cada cosa, pero, a veces, no nos damos cuenta del valor que tienen las cosas y despreciamos las que tienen más valor y sólo valoramos las que tienen más precio.

Que el Señor nos ayude, pero no recuperaremos una humanidad plena (y no estoy hablando de Granada exclusivamente, estoy hablando del mundo entero) si no nos tomamos en serio la purificación y la limpieza y la recuperación de una agricultura humana, de una agricultura a la medida humana, porque las cosas que no tienen medida humana terminan volviéndose todas contra nosotros.

Que el Señor nos ayude en este camino y que el Señor os ayude a todos, porque es una reflexión a empezar, y hace muchos años que la tenemos olvidada y abandonada.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

15 de mayo de 2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)

Escuchar homilía

Contenido relacionado

Homilía en el domingo XXXI del Tiempo Ordinario

Homilía de D. José María Gil Tamayo, arzobispo de Granada, en...

Enlaces de interés