Amigos miembros de hermandades y cofradías y todos aquellos que en los días de la Semana Santa os acercáis a contemplar y vivir más de cerca los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, permitidme que desde esta tribuna os haga llegar algunas reflexiones para esta semana tan importante.
Es indudable la contribución de las cofradías y hermandades de nuestra archidiócesis de Granada, así como de la Real Federación, que las agrupa en nuestra capital, a poner en valor la Semana Santa y su contenido religioso, así como procurar su realce. De todo ello soy testigo a lo largo de este año y medio que llevo entre vosotros. Por eso, quiero mostraros como Arzobispo mi gratitud y reconocimiento, y hacerlo extensivo a todos los que participan en los actos de culto, procesiones y demás manifestaciones de la religiosidad popular que se llevan a cabo. Pero a la vez, permitidme recordar que la esencia de estos días solo se puede descubrir plenamente desde la fe, es decir, únicamente podremos valorar adecuadamente lo que celebramos en la Semana Grande si caemos en la cuenta de que Jesús es el Hijo de Dios y de que dio la vida por salvar a la humanidad.
Nadie pone en duda el cada vez más reconocido valor cultural y artístico de nuestra Semana Santa granadina, que, a medida que lo voy conociendo, su belleza me cautiva y admira más; y hemos de seguir cuidándolo como parte de nuestro patrimonio y, sobre todo, como aspecto propio de nuestra Tradición cristiana, inseparable de nuestras señas de identidad granadina. Pongo Tradición con mayúscula deliberadamente, porque no me refiero a una tradición menor, sino que nuestra Semana Santa forma parte de la Tradición de la Iglesia: el mensaje que queremos trasmitir con nuestros pasos y nuestras procesiones lo hemos recibido de nuestros padres y abuelos, y ellos de los suyos, y así hasta llegar a la primitiva Iglesia cristiana, que fue testigo ocular de estos hechos que nos narran los Evangelios y que, presente en nuestra tierra desde los inicios de la Iglesia por la predicación de san Cecilio, ahora mostramos en nuestras calles con los bellos pasos procesionales.
No caigamos en la tentación de ver la Semana Santa como algo del pasado, o simplemente costumbrista o estético y no digamos como un “paquete turístico” que vender como un atractivo más. La Tradición que hemos recibido y que vivimos de manera especial en las celebraciones litúrgicas del Triduo Pascual, nos recuerda que Jesús resucitó, que está vivo, y que quiere seguir pisando nuestras calles a través de cada uno de nosotros. Por eso invito, especialmente a los cofrades, a que no solo salgáis estos días con vuestros pasos procesionales a representar unas escenas del pasado, sino que deis vida a ese Misterio imitando las actitudes de Cristo y haciendo así que siga vivo en medio de nosotros.
Os animo también a recibir el Sacramento de la Penitencia como signo de verdadera conversión y a participar, de manera consciente y activa, en la bella liturgia de las celebraciones de la Semana Santa en el interior de nuestros magníficos templos, acercándoos bien dispuestos a recibir en la Sagrada Comunión al mismo Cristo, pues “el amor y el cuidado de las manifestaciones de piedad tradicionalmente estimadas por el pueblo debe llevar necesariamente a valorar las acciones litúrgicas, sostenidas ciertamente por los actos de piedad popular” (Directorio sobre Piedad popular y Liturgia, 138).
Nuestros mayores nos han legado la Tradición más bella jamás contada en la historia de la humanidad: que un hombre inocente dio la vida por la humanidad. La historia de amor más grande del mundo. La del Hijo de Dios hecho hombre que se entregó por nosotros en la Cruz y resucitó victorioso de la muerte. ¡Salid a la calle a seguir anunciando el mensaje de amor que Cristo nos legó! Pero, no como una historia del pasado, sino para contar que ese mismo Jesús, acompañado de su Madre Santísima, sigue ofreciendo su mano al hombre y la mujer de hoy para que descubran el verdadero amor, ese amor gratuito y entregado del que la pasión de Cristo da testimonio, y que nosotros hemos de testimoniar con coherencia para con los enfermos y los más pobres y necesitados de nuestro tiempo que prolongan con su sufrimiento la pasión de Cristo.
San Pablo nos invita a ello y resume mejor que nadie cuáles han de ser nuestros sentimientos en la Semana Santa y en general en nuestra vida de cristianos cuando nos señala: “Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó sobre todo… y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 1-11).
Vivamos, por tanto, estos días hondamente y no nos quedemos en el exterior del misterio cristiano o solo en lo emocional, sino que revivamos los sentimientos que Cristo experimentó a lo largo de su pasión, muerte y resurrección, para que podamos llegar a experimentar que El sigue muriendo por mí y por ti, y así podamos afirmar, no por lo que dicen otros, sino por nosotros mismos, que Jesús ha resucitado y nos invita a la esperanza que trasciende la muerte y da sentido a la vida.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
Marzo de 2024