“Sostenidos en el camino de la fe y de la vida de la Iglesia”

Homilía en la Santa Misa del miércoles de la III semana de Pascua, el 29 de abril de 2020.

Muy queridos hermanos y hermanas:

La verdad es que este Evangelio es una preciosidad. “Les has ocultado estas cosas -el misterio del Reino, el misterio de la vida verdadera- a los sabios y entendidos”, y se los has revelado a la gente sencilla, a quien es sencillo de corazón.

Yo lo voy a comentar porque quiero hablaros con motivo de Santa Catalina de Siena, solamente con una frase que solía decir mi madre (ya era yo sacerdote o seminarista mayor): “Hijo mío, vosotros habláis mucho del misterio que es la fe y que la fe es un misterio, y yo no entiendo nada”. Ella no había ido nunca a la escuela, porque en las aldeas de la montaña de Asturias, eran los padres quienes enseñaban a leer sus hijos y así había aprendido a leer. Luego se había hecho una lectora infatigable y probablemente de ahí me viene a mí el vicio, pero sólo en casa había aprendido a leer y a escribir. Y decía: “Vosotros habláis mucho del misterio de la fe y a mí que me parece que la fe es luminosa y que lo que es misterioso y oscuro y me resulta imposible de pensar es cómo se puede vivir sin fe”. Y a mí eso se me ha quedado mucho. Decimos: “Mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. Pues, claro que sí. El yugo que es grande es tener que afrontar la realidad de la vida sin pensar o pensando que nada más que todo lo que tenemos es lo que tenemos entre nuestras manos, y lo que tenemos en nuestras manos se nos va, se nos va como el agua, no lo podemos retener con el paso del tiempo. Todo: la juventud, la sabiduría, la ciencia, nuestras relaciones humanas muchas veces. El tiempo parece que es como la orilla del mar que roe, roe y roe las rocas y se las termina desmenuzando. Sin embargo, la fe nos ancla en la eternidad y nos da la posibilidad de afrontarlo todo con un sentido, que no es nuestro. Si es que es obvio que no hemos fabricado el cristianismo, que no hemos fabricado la fe. La fe irrumpe en la Historia con la fuerza de la Resurrección de Cristo y genera unos modos de vida nuevos e impensables sin la verdad del Acontecimiento de Cristo.

Celebramos hoy la fiesta de una Doctora de la Iglesia, del siglo XIV. Yo creo que es una Doctora de la Iglesia que vive justo en el momento en que la cristiandad empieza, por así decir, a fragmentarse. Es un poco el tiempo, si queréis, también de San Francisco, que recordáis que tuvo aquella visión en que se caía una iglesia, y él no sabía que el Señor le llamaba a reconstruirla, y no era la capillita de la Porciúncula la que se caía; lo que se estaba cayendo era la Iglesia de Dios con el Cisma de Occidente…, con muchas otras cosas, pero la más dura de todas, un momento en que en la Iglesia había tres Papa en donde cada uno reclamaba ser el Papa verdadero. Y en ese contexto viven curiosamente dos mujeres que para mí son como referencias. Viven en los momentos en los que empieza la Modernidad, en los que nacen los primeros momentos del embrión del capitalismo. Una es Santa Catalina y otra es Santa Juana de Arco, condenada a muerte por un tribunal de monseñores, canónigos, obispos; pero de la que una historiadora a la que aprecio yo mucho, contemporánea, que ha publicado sus procesos, tanto el de condena como el de rehabilitación de Santa Juana de Arco, dice: “El proceso de Juana de Arco es el primer proceso moderno de la Historia”. Es decir, el primer proceso, por así decir, en donde se condena a alguien por motivos ideológicos que no eran religiosos. En el caso de Jesús es al revés. A Jesús se le condena a muerte porque se le dice a Pilatos que quiere ser rey. No, no es verdad. Porque decía que era el Hijo de Dios y eso era una blasfemia que el judaísmo no podía tolerar. En el caso de Juana de Arco, la acusan de brujería, y de hereje y de desobediente y de todo, y el motivo era político. El motivo era la lucha entre Francia e Inglaterra en aquel momento y las alianzas entre los dos gobiernos de Francia y de Inglaterra la llevaron a ella a la muerte. No era un motivo verdaderamente religioso. Mientras que el pueblo sencillo fue el que reconoció que Juana de Arco era santa, y la reconoció y testimonió siempre en favor de ella.

Os he traído una cosa para leer de Santa Catalina, que se lee en la Liturgia de las Horas. ¿Recordáis que yo he hecho varias veces en estos días referencia a ese pasaje de San Pablo en el que dice “ya no hay griego ni bárbaro, ya no hay judío ni gentil, ya no hay esclavo ni libre, ya no hay hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús”? ¿Significa eso que San Pablo era un modernista defensor de la ideología de género al decir que ya no hay hombre ni mujer? No, en absoluto. Fijaros que en el tiempo de Jesús una mujer no podía dar testimonio ante un tribunal, porque su testimonio era inválido por el hecho de ser mujer. Que, en cuanto a la dignidad humana, en cuanto a la vocación -como dirá un gran defensor del papel de la mujer en la Iglesia, San Efrén-, nos ha hecho iguales en el camino y compañeros en el camino de nuestra vocación hacia Cristo y hacia la vida eterna. Y, por lo tanto, compañeros en ese camino y con una posibilidad de no relacionarse exclusivamente desde los ámbitos de lo que en la Tradición cristiana se llamaría después “lujuria”, sino de relacionarse en los ámbitos desde la mirada que Dios tiene igual que con todos. La mirada que Dios tiene sobre cada uno. El designio de amor que Dios tiene para cada uno; la vocación, diferente en el caso del hombre y de la mujer, que Dios tiene para cada uno; las cualidades que Dios nos da a cada uno.

Pero yo quisiera subrayar que, por ejemplo, en las visiones más simplistas de la cultura popular actual y seguramente dominante, se suele decir que el cristianismo es machista. ¡No! Cómo puede serlo si la figura humana más grande que nosotros reconocemos es la figura de una mujer, la Madre de Jesús. Porque Jesús, al fin y al cabo, era el Hijo de Dios, era el Verbo de Dios, pero quiso tomar Su humanidad de una mujer para ser en todo semejante a nosotros y nacer como un hijo nace de una mujer. Y ahí es donde se vincula lo divino y lo humano de una manera única. Pero si uno mira la Historia, resulta que el primer cristiano de Europa fue una mujer: Lidia de Tiatira. Pablo y su grupo de compañeros querían ir hacia Asia, el Señor no les dejó, dice “el Espíritu no nos dejó ir a Asia”, entonces cruzamos y llegaron a Tiatira y se encontraron allí a unas mujeres lavando en el arroyo. Y esta Lidia de Tiatira, que era mujer de un fabricante de púrpuras, que teñían por lo tanto telas y las vendían, debía ser una mujer fuerte de personalidad, porque hablaron con Pablo, Pablo les habló de Jesucristo y ella les invitó a ir a su casa y él dijo que no, pero dicen los Hechos de los Apóstoles: “Ella nos obligó a hospedarnos en su casa”, es decir, que era una mujer con brío. Pero esa misma historiadora que ha estudiado mucho a Juana de Arco y a otras mujeres, sobre todo en la Antigüedad y en la Edad Media, cuenta que las primeras biografías verdaderas que tenemos de mujeres en la historia son las de 22 mártires cristianas del siglo II y del siglo III, algunas de las cuales se mencionan en el canon en la Plegaria Eucarística: Felicidad y Perpetua, Águeda, Lucía, Inés, Cecilia, Anastasia… Son unas poquitas. Hay veintidós mujeres cristianas del siglo II y del siglo III cuyas biografías conocemos. Algunas de ellas se enfrentaron con pocos años. Santa Inés tenía no más de 14, y se enfrentó con la ley romana y con su familia. Porque según la ley romana una mujer no elegía nunca su esposo, lo elegía el padre. Inés y algunas otras de las que he mencionado se enfrentaron con sus padres y, en el caso de Inés, fue el padre mismo quien ordenó su muerte. Se enfrentó con su padre para decir “yo ya tengo esposo, yo soy esposa de Jesucristo”, y por lo tanto me niego a casarme con otra persona. Y le costó la vida. Significa que eran muy conscientes de lo que significaba Jesucristo para ellas y de lo que significaban ellas para Jesucristo. Y son las primeras mujeres de las que tenemos una biografía. Son santas de la Iglesia.

Luego, si vamos a la época de los bárbaros, y ella hace ese recorrido, desde Rusia hasta España, quienes evangelizaron Europa en este caso fueron princesas: desde la princesa Olga de Rusia hasta una hija de Leovigildo, que no recuerdo ahora su nombre, pero toda Europa pasando por Italia, Alemania… un grupo de mujeres han sido las grandes evangelizadoras de Europa. Si yo os dijera que sólo en el siglo XIII se prohibió a las mujeres estudiar Medicina en la Sorbona de París. Es en el siglo XIII cuando empieza a darse el fenómeno del amor cortesano, que es el comienzo de lo que luego sería el amor romántico. Es un amor donde la mujer es vista siempre desde los intereses del hombre, y digo intereses con toda conciencia, no desde una fraternidad y de una relación fundada en Jesucristo. Y a partir de ese momento, sólo algunas figuras sueltas aparecen como grandes santas.

Os cuento otra cosa de la Edad Media. En la tradición benedictina, anglosajona sobre todo, la herencia de San Columbano, había monasterios benedictinos de hombres y de mujeres, pero había una tradición según la cual en esa rama del benedictinismo siempre había cerca un monasterio de hombres y otro de mujeres. ¿Sabéis quienes se dedicaban a la cultura, a aprender griego para copiar, no sólo el Nuevo Testamento y la Biblia en griego, sino también a Homero, a Ovidio en latín y a los poetas griegos? Las mujeres, siempre. ¿Y los hombres sabéis a qué se dedicaban? También tenían que estudiar, pero fundamentalmente a la agricultura y a la ganadería. Y había siempre dos monasterios cerca, uno de hombres y otro de mujeres. ¿Sabéis quién era el superior de ambos monasterios? Ya os lo he dado a entender: la abadesa. Y me parece de una sabiduría extraordinaria, porque si hubiese sido un varón el que gobernase los dos monasterios, siempre habría el riesgo de aprovecharse de su fuerza de algún modo y tener sometido al monasterio. Entonces, por constituciones, era la abadesa la que gobernaba los dos monasterios. Pero los hombres tenían un cuarto voto, aparte del de pobreza, castidad y obediencia, ¿y sabéis cual era? El voto de defender con las armas el monasterio de mujeres si eran atacados por bárbaros o por bandidos. Estoy hablando del siglo V o VI, donde Europa estaba medio vacía. Me parece precioso. Así es como la Iglesia considera al hombre y a la mujer, y Santa Catalina, lo mismo que Juana de Arco… Juana de Arco era casi analfabeta, prácticamente analfabeta, y sin embargo, Dios mío…

Os leo un par de párrafos de Santa Catalina, de un diálogo sobre la Divina Providencia:

“Oh, Deidad Eterna.
Oh, Eterna Trinidad, que por la unión de la naturaleza divina diste tanto valor a la sangre de tu Hijo Unigénito.

Tú, Trinidad eterna, eres como un mar profundo, en el que, cuanto más busco, más encuentro; y cuanto más encuentro, más Te busco.
Tú sacias el alma de una manera en cierto modo insaciable, pues en tu insondable profundidad sacias al alma de tal forma, que siempre queda hambrienta y sedienta de Ti, Trinidad eterna, con el deseo ansioso de verTe a Ti, la luz en tu misma Luz.

Con la luz de la inteligencia, gusté y vi en tu Luz tu abismo, Eterna Trinidad, y la hermosura de tu criatura, pues revistiéndome yo misma de Ti vi que sería imagen tuya, ya que Tú, Padre Eterno, me haces partícipe de tu poder y de tu Sabiduría, sabiduría que es propia de tu Hijo Unigénito, y el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, me ha dado la voluntad que me hace capaz para el amor”.

Es un texto exquisito, sencillamente exquisito.

En Nicaragua, el verano pasado, me decía un obispo que “las mujeres nicaragüenses son héroes y son las que sostienen la fe de este pueblo y la fortaleza de este pueblo en medio de todas las dificultades en que viven”.

Señor, que sostenga a nuestras madres, a nuestras hermanas, que sostenga a las mujeres en los matrimonios, que sepamos que nos ayuda el Señor a educar a las niñas y a las adolescentes, porque yo creo que de ellas depende el mundo, realmente. Y a valorarlas como nos enseñó también de nuevo Juan Pablo II, en su preciosa Carta sobre la dignidad de la mujer, pero la Iglesia, en lo que tiene de verdadero y de bueno, siempre ha sostenido el lugar de la mujer como un lugar privilegiado. Es cuando nos deterioramos, cuando decae la vida de la Iglesia, es cuando surgen fenómenos como el machismo, la falta de respeto.

Que el Señor nos siga sosteniendo a todos en el camino de la fe y de la vida de la Iglesia, y nos sostenga justamente también a defender la dignidad de la mujer, que no se la defiende muchas veces en el contexto actual, aunque lo parezca. Y, sin embargo, yo creo que ha sido confiado a nosotros el cuidar, el sostener, el promover esa dignidad de la mujer, que es el alma de un pueblo cristiano. No hay pueblo cristiano si no hay madres cristianas; si no hay catequistas; si no hay vírgenes consagradas; si no hay mujeres cristianas.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

29 de abril de 2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)

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