“Somos portadores del Misterio de Cristo allá donde vamos”

Homilía en la Eucaristía del miércoles de la XXX semana del Tiempo Ordinario, el 28 de octubre de 2020.

El hecho de que el Evangelio de hoy prácticamente no contenga más que la lista de los apóstoles nos pone ante los ojos algo muy sencillo y, a la vez, muy importante: que el ser cristiano consiste menos en una serie de creencias que uno podría tener en cualquier sitio, y de cualquier manera con tal de que se adhiriese a esos pensamientos que serían las creencias cristianas, cuanto la pertenencia a una historia. Igual que nuestras vidas no se explican por lo que pensamos, por lo que decimos, o por lo menos no fundamentalmente; se explican, sobre todo, porque somos “fulanito o fulanita de tal”, hijo de “fulanito” y de “fulanita”, y hemos nacido en tal sitio y en tal época de la historia en este momento presente que estamos ahora. Y nos vinculamos a esa historia. Es evidente que no estamos determinados por ella.

Yo os contaría historias de santos… Pienso en una que es la única beatificación en la que yo he participado en el proceso directamente cuando yo era obispo auxiliar de Madrid. Era la historia de una hija natural, en un pueblo de Barcelona, donde su madre primero la vendió y luego, cuando murió la mujer a la que se la había vendido, cuando ella tenía 7 u 8 años, la trajo consigo a la escuela (era una escuela como en un internado) y la obligó a casarse con su amante y la niña estuvo casada, con 14 o 15 años, con el amante de su madre durante unos meses, hasta que no aguantó más y con otra chica se fugó.

Quiero decir, que el Señor hace santos de cualquiera; de cualquiera puede hacer santos, cuando verdaderamente la Gracia de Dios le toca. Y nos toca siempre a través de una historia y esa historia tiene siempre como piedra angular a Jesucristo. No se es cristiano si no es con un vínculo con la Persona de Jesucristo. Y el vínculo nuestro con la Persona de Jesucristo pasa por los Doce apóstoles y por la sucesión apostólica, y por la imposición de las manos que ha venido de esa imposición apostólica (que la vida de la Iglesia está llena de sacerdotes que han sido -o que hemos sido- apóstatas, infieles, pecadores, sacerdotes en todos los grados, desde obispos… y, sin embargo, no podemos prescindir de esa historia porque es nuestra historia).

De hecho, todo eso que yo os he contado de esa beata es conocido porque, aunque en la congregación que luego ella fundó nunca contó nada de su infancia, alguien, reconstruyendo su vida, se encontró con que había una foto de un hombre que era un diputado de Barcelona, una foto de un hombre colocada en la mesilla de noche de ella. Y por los edificios que había detrás sacaron el nombre y luego, poquito a poco, tirando de los hilos fue saliendo toda la historia. Es una historia de la Gracia, del triunfo de la Gracia. Y somos santos por el triunfo de la Gracia. Pero recordad que hasta en el Libro del Apocalipsis, cuando se describe el Triunfo final de Jesús, la ciudad que baja del Cielo engalanada como una novia para su esposo, para la fiesta de bodas, tenía doce puertas con los nombres de los Doce apóstoles del Cordero. Es decir, que el Cielo nos está prometido por la vinculación a esta historia, que es una historia de pecado, pero es una historia que donde sobreabundó el pecado ha sobreabundado siempre la Gracia. Si la historia de la Iglesia está llena de pecadores, está más llena de santos. Esa es la diferencia con una historia humana en la que el Señor no estuviera presente. Lo que determina la historia no son nuestros pecados, sino la Gracia infinita de Dios, que donde sobreabundó el pecado, sobreabundó la Gracia y sobreabundará de tal manera que triunfará, sin duda, sobre el mal.

Que el Señor nos sostenga y nos ayude a apoyarnos en esa certeza del amor de Cristo sobre todo. Los tiempos en los que vivimos son tiempos difíciles. Yo recordaba al comenzar la Misa el funeral de Juan Pablo II y lo que ese funeral significó. (…) muchos momentos, mucho peores, ha vivido la Iglesia a lo largo de los siglos, y la fidelidad del Señor es tal… Primero: los lazos que nos unen, que es la comunión de los santos, son lazos invisibles; no son los muros visibles de las puertas de las iglesias, son lazos que provienen del Espíritu Santo, que son la Presencia de Cristo en medio de nosotros y es momento, son momentos (los que el Señor quiera que tengamos que vivir) que son para la purificación de la fe, purificación de la Iglesia, porque nos hacen centrarnos. Es verdaderamente importante. Segundo: para fortalecer esos lazos, los lazos de comunión entre nosotros, los lazos de comunión con el Santo Padre y con la vida de la Iglesia, y ser cada uno portador del misterio entero de Cristo y del misterio entero de la Iglesia de la manera que mejor sepamos hacerlo, con las fuerzas que el Señor nos dé.

Pero no temáis, no temáis nada. Yo celebrara el viernes en un pueblo de Granada unas Confirmaciones, eran 25 personas, en una iglesia relativamente bastante pequeña, eran siete adultos y el resto jóvenes, y estaban sólo los padres, los hermanos y los padrinos (que muchas veces coincidían con los padres, bueno con algún esposo y alguna esposa también), y me atrevo a deciros que son las Confirmaciones más bellas que yo he celebrado desde que soy obispo, y hace 34 años que lo soy. Había un silencio, una atención, los ojos de los niños y las niñas detrás de las mascarillas se bebían la celebración.

Señor, si todo, todo, todo lo que sucede es para nuestro bien. Por lo tanto, no temáis, estamos edificados sobre el cimiento de los apóstoles y la piedra angular es Jesucristo. Y Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Atravesaremos las circunstancias que nos toque atravesar colgados de Ti y es una gracia darnos cuenta de que Tú eres nuestra única esperanza y nuestra única vida. Porque antes pensábamos que lo eran otras cosas y en eso vivíamos, en la mentira. Ahora nos damos cuenta de que eres Tú quien nos sostiene. Cada uno de nosotros somos portadores del Misterio de Cristo allá donde vamos. En nuestra vida, en nuestros gestos, en nuestras actitudes, más que en nuestras palabras, mucho más.

Que el Señor multiplique los signos de Su Presencia, de esa Presencia profunda en cada uno de nosotros, y nos haga apóstoles. ¿Sabéis los que significa apóstol?: “enviado”. Somos todos enviados al mundo; enviados a ser signos de que Cristo está vivo. Y eso lo podemos ser con iglesias o sin iglesias, con colegios o sin colegios, con instituciones, universidades o sin nada de eso. Los siglos más fecundos como siglos misioneros, como tiempos misioneros en la Iglesia, fueron los tres primeros. No os podéis imaginar cuánta fecundidad había en esas comunidades cristianas, que ni siquiera podían celebrar la Eucaristía en público. En Roma, la celebraban a las orillas del río, que era un sitio abandonado, como en mitad del campo, o a veces en las catacumbas y, por eso, la Iglesia no paraba de crecer, porque crecía el Espíritu Santo y la presencia del Espíritu Santo en los cristianos.

Que así sea en nosotros. Que el Señor nos conceda ese don y que multiplique los santos en medio de nosotros, quienes él quiera, como él quiera, pero que los multiplique, que el mundo nada necesita tanto como santos.

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

28 de octubre de 2020

Iglesia parroquial Sagrario-Catedral

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