“Sólo siendo verdaderos, somos hijos de la luz”

Homilía en la Misa del martes de la X semana del Tiempo Ordinario, el 9 de junio de 2020.

El episodio de Elías en Sarepta de Sidón es un precioso testimonio de cómo Dios no abandona a los que tienen caridad, y a los que Le buscan y a los que confían en Él.

En los tres años que duró aquella sequía, y para Palestina una sequía os aseguro que era “no comer” tan duro como puede ser para una persona que vive de su sueldo lo que ha vivido en estos meses. Sin embargo, el Señor sostiene a quien lo busca, de una manera o de otra, y es precioso el ver también cómo surgen y surgen, y se llevan a cabo iniciativas a veces pequeñísimas, a veces muy sencillas. Esta noche oía yo de un hombre que había entrado en un supermercado y había robado cuatro yogures. Le vieron y explicó que tenía hijos y que no tenía nada que darles de comer. Iban a pagar los yogures pero el que estaba en el supermercado ya había llamado a la policía, y otra gente que estaba en el supermercado estaban dispuestos a pagarles los yogures, pero el policía le sacó a él y fue uno de los dos policías que iban el que, cuando se lo llevaban, pagó los cuatro yogures.

Si es verdad que las dificultades sacan a veces lo peor de nosotros mismos, sacan también un montón de gestos humanos de una belleza y de una grandeza muy grande. Y esos gestos humanos, como somos imagen de Dios, son siempre imagen y signo. Yo no sé si el policía era un hombre piadoso, pero un gesto como ese es un gesto que nace de Dios, porque todo lo que hay en nosotros de bello, de bueno y de verdadero nace de Dios, de la luz de Dios.

El Evangelio nos dice que somos “la luz del mundo”. Pero todos recordáis que quien es la luz del mundo es Jesucristo. Por lo tanto, ¿cómo somos nosotros luz? Pues, somos luz en la medida en que nuestras vidas son signo, sacramento, de la luz que es Cristo.

También lo dijo el Señor: “Quien vive en la luz camina en la luz y obra en la luz, porque sus obras buscan la luz”. Un signo de que uno está en la luz es que uno no se cierra sobre sí mismo, que uno no se esconde, no teme, no teme el ser conocido, no teme el conocimiento de los defectos. Que a veces eso es muy difícil. Que hasta en el seno de las familias, donde todos nos conocen muy bien, pero tratamos de esconder nuestros defectos o de parecer que somos lo que no somos y cosas así. La luz es no temer lo que somos, porque lo que somos es eso, imagen de Dios, y porque somos amados por Dios, tengamos los límites, y hasta los pecados y la pequeñez que, ciertamente, tenemos todos.

Un signo de que somos de Cristo es andar en la luz, que es lo contrario de la oscuridad, de los escondites y así. La luz brilla, como dice el Señor: “Una ciudad no se esconde, se pone en lo alto del monte, que vean vuestros hermanos vuestras buenas obras”. No porque las hacemos para que se vean. Vivimos en una sociedad que es como una sociedad del espectáculo y muchas cosas se hacen para la galería, y no.

El Señor quiere que seamos verdaderos. Sólo siendo verdaderos somos hijos de la Luz, y pidiéndole a Él que nos comunique Su Luz seremos luz para los demás. No nos damos cuenta, quienes tenemos el don de haber crecido o de vivir en una comunidad cristiana en la Iglesia, del drama y de la tragedia que es para muchos seres humanos la vida misma; tragedia, en el sentido que, efectivamente, para nosotros, es un misterio, es un enigma. Nosotros decimos “es un misterio”. Pero un misterio para nosotros es una cosa muy luminosa. Pero, para tantas personas, y tan cerca de nosotros, la vida misma es un enigma; un enigma que parece insoluble, y lo que hace uno es huir de acercarse a ello, porque le da miedo y ver la forma de estarse evadiendo constantemente. Sólo hay una posibilidad para tantas personas: tener una luz cerca, entonces empezarán a ver. Tener una humanidad y una humanidad que pueda uno ver que es una humanidad sencilla, transparente, que vive con la confianza puesta en el Señor; que no teme, ni al pasado ni al futuro, porque conoce a Dios y sabe cuál es Su Misericordia y sabe cuál es la profundidad de Su Amor.

Que brille así nuestra luz. Que el Señor, que es Luz de luz, haga brillar Su Luz en nuestras vidas, de una manera sencilla y transparente, de forma que podamos ser pequeñas lucecitas, pero pequeñas lucecitas que indican el camino a nuestros hermanos los hombres.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

9 de junio de 2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)

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