Homilía en la Misa del miércoles de la III semana de Adviento, el 16 de diciembre de 2020.
“Los hechos -dice Jesús en esa ocasión- dan razón a la sabiduría de Dios”. Al final, la Presencia de Dios. Al final, nadie cree en Dios por convencerse -lo decía Benedicto XVI- de una gran idea o por unos principio morales, como fruto de un acto de pensamiento con nosotros mismos, sino por el reconocimiento de un hecho, y ese hecho es el Acontecimiento cristiano. Es decir, el Acontecimiento de Cristo que sigue en nosotros.
Celebramos la Navidad. Celebramos, sin duda, que hace dos mil año nació el Hijo de Dios, en Belén. Y que ese Acontecimiento es un Acontecimiento que tiene hoy la misma frescura que la noche de la Navidad; que tiene hoy el mismo contenido que la noche de la Navidad. ¿Por qué? Porque el Hijo de Dios ha entregado Su vida por nosotros, ha vencido al pecado y a la muerte, Su resurrección, nos ha comunicado Su Espíritu. Es para lo que había venido. Entonces, esa comunicación del Espíritu a nosotros es lo que, a veces, como lo hemos vivido toda la vida, como es para nosotros tan espontáneo como el hablar español, porque lo hemos aprendido al mismo tiempo que aprendíamos a hablar, no nos damos cuenta de que es un Acontecimiento. Y que es un milagro tan grande como el hacer ver a los ciegos, o hacer oír a los sordos. El hombre que nace del encuentro con Jesucristo es un hombre hecho para el amor, hecho para una mirada capaz de reconocer en todas las cosas la Presencia de Dios. Dicho en las palabras de esa gran santa, de esa preciosa santa que es Teresa de Lisieux: “Todo es gracia”, porque en todo está el Señor y poder reconocer… ese es el gran cambio.
Cuando pedimos, y en este tiempo de Adviento lo pedimos, “Cielos, lloved vuestra justicia”, que desde lo Alto, el rocío de Dios, la Gracia de Dios ha aparecido en Jesucristo, viene a nosotros cada día en Jesucristo. Que esa Gracia de Dios cada día crezca, fructifique. ¿Cuál es el fruto? Hombres y mujeres nuevos. ¿Qué significa eso? Pues, hombres que no viven para sí mismos, sino que, viviendo para Cristo… es una frase de San Pablo: “Cristo murió por nosotros, de manera que no vivamos ya para nosotros mismos, sino para Él, que por nosotros murió y resucitó”. Viviendo para Cristo, uno es libre. Y uno es capaz de, sabiendo que Cristo es la plenitud de nuestra vida, teniendo conciencia de ellos, si sucede el Acontecimiento de Cristo en nosotros, sencillamente, uno es un hombre cuyo gestos más pequeños pueden… Y, veréis, no se trata de que nosotros vayamos por la vida -no es ese el plan de Dios- dando la vista a los ciegos, o haciendo signos como el de las bodas de Canaá. Pero, hay una manera de estar en el mundo que los hombres reconocen como signo de Dios. Y eso es lo que tenemos que pedirLe al Señor: que acontezca en nosotros, de tal manera, que una mirada nuestra, un saludo, un gesto, las cosas más pequeñas, puedan ser signo del amor que Tú nos tienes, y del fruto que ese amor que Tú nos tienes produce en nuestras vidas.
El fruto ese es el gusto por la vida y un amor a todas las criaturas. Un amor a todas las personas. Un amor a todas las circunstancias también, porque no hay nada que el Señor nos dé que sea para nuestro mal. Todo eso se traduce en una súplica: “Cielos, destilad el rocío, destilad al justo, que venga Cristo a nosotros, que venga Cristo a nuestras vidas para que resplandezcan de Tu luz”.
Cada uno de vosotros sois una navidad para el mundo. Sedlo. Sedlo las veinticuatro horas del día. PedidLe al Señor que los podamos ser, porque eso no es cuestión de voluntarismo, ni de esfuerzo. Esa es la Gracia que pedimos cuando anhelamos la Venida de Cristo: que cada uno de nosotros podamos recibir al Señor de tal manera que podamos ser, y todos juntos podamos ser, navidad en medio de este mundo tan necesitado de la Luz de Cristo.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
16 de diciembre de 2020
Iglesia parroquial Sagrario Catedral