Ser cristiano es pertenecer a un pueblo

Homilía en la Eucaristía en la S.I Catedral en el XXXII Domingo del T.O, fiesta de la dedicación de la basílica de san Juan de Letrán y Santa Misa de Acción de Gracias por la beatificación de Álvaro del Portillo en la Diócesis.

Queridísima Iglesia Santa, pueblo santo de Dios, Esposa amada de Nuestro Señor Jesucristo, templo, como hemos recordado en las lecturas de hoy, en el que habita la Santísima Trinidad, en el que habita el Dios vivo, inmortal y eterno,

mis queridos sacerdotes concelebrantes,

queridos todos:

Celebramos hoy una fiesta preciosa, desconocida por desgracia casi para el pueblo cristiano, que apenas, diríamos, en la imaginación cristiana popular ocupa un papel de alguna relevancia, y (…) la liturgia de la Iglesia, y no olvidéis que hay un principio que dice que la ley de la liturgia es la ley de la fe. Es decir, que aquello celebra y dice en los textos oficiales de la liturgia es la norma de la fe cristiana. La liturgia de la fiesta la pone por encima de la liturgia del domingo, cosa que es muy poco frecuente, sólo ciertas fiestas o solemnidades, como la que acabamos de celebrar hace apenas una semana (la Fiesta de Todos los Santos, la conmemoración de los Fieles Difuntos), pueden prevalecer por encima de la celebración del domingo que es la fiesta por excelencia de los cristianos: el lugar y el día en el que recordamos y hacemos memoria y revivimos la Pascua de Cristo, la Resurrección de Cristo, que nos ha abierto el camino del Cielo, que nos ha abierto el horizonte de la vida eterna.

Pues bien, ¿cuál es esta fiesta que la Iglesia celebra hoy en todo el ámbito del occidente latino? La dedicación de la basílica de Roma, de la Catedral de Roma, que no es San Pedro. San Pedro es el lugar donde vive hoy el Vicario de Cristo, pero la Catedral de Roma es la iglesia de san Juan de Letrán. Y hoy la Iglesia entera, evangelizada, diríamos en el ámbito de la Iglesia latina, celebra la dedicación de aquella Catedral que es la Catedral de todos los católicos romanos.

Nosotros, como hemos vivido siempre un ambiente católico romano, no subrayamos ese aspecto, para nada, no necesitamos quizás subrayarlo, pero quienes nos ven desde fuera, por ejemplo (…) en el ámbito anglosajón siempre nos llaman «roman catholics», es decir, ellos se dan cuenta de que hay una particularidad en nuestro catolicismo. No somos católicos que dependan del patriarca de Antioquía o del patriarca de Alejandría, (…) o de ninguno de los antiguos patriarcados orientales. Nosotros somos la Iglesia latina. Y la Iglesia latina tiene, todas las Iglesias tienen su cabeza en el Primado de Pedro; pero luego nuestra tradición litúrgica, nuestro modo de entender y de vivir el cristianismo, nuestra tradición concreta, encarnada en nuestra historia, es la tradición que nace de Roma. En España, si queréis, menos pura que en otros lugares, aunque queramos mucho al Papa, porque, por ejemplo, nosotros celebramos la fiesta de la Epifanía, que es una fiesta de las Iglesias orientales y que casi, casi, casi es desconocida en aquellos lugares que son propiamente latinos. (…)

(…)

Pongo esto simplemente para subrayar dos cosas que me parecen importantes. Primero; que el ser cristiano no es asumir unos principios morales, o unas creencias o una cosa así, sino la pertenencia a un cuerpo, a un cuerpo que tiene una historia. La plegaria eucarística romana, la única que se rezaba en nuestras iglesias hasta el Concilio Vaticano II, recuerda siempre los nombres de los primeros obispos de Roma y de los primeros mártires -ellos y ellas, mujeres y hombres- de la Iglesia romana. Porque la Iglesia romana es de una manera particular para nosotros, para todos, la referencia suprema del vínculo con Jesucristo; pero para nosotros de una manera especial, porque es nuestro patriarcado, es nuestra tradición, hasta el Credo (el Credo breve es el Credo latino; ese Credo que llamamos largo es el Credo más propio de las Iglesias orientales, sobre todo de las Iglesias que dependen del Patriarcado de Constantinopla, el Credo del Concilio de Nicea, que es un ciudad muy cerquita de Estambul).

Dios mío, recordad eso, que el ser cristiano no es adherirse a unos principios abstractos, o a unas reglas abstractas: es adherirse a un pueblo, un pueblo que tiene una cabeza, es una realidad carnal. Porque en ese pueblo es donde Cristo se nos da. En ese pueblo es donde el don de Cristo -que es el don más preciado, porque la vida sin Cristo no tendría sentido-, esa Vida nos es comunicada, y nos es comunicada desbordantemente. (…)

+ Mons. Javier Martínez

Arzobispo de Granada

S.I. Catedral de Granada

9 de noviembre de 2014

XXXII Domingo del T.O

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