“Señor, sálvanos”

Homilía de Mons. Javier Martínez en la Santa Misa del jueves de la XI semana del Tiempo Ordinario, el 18 de junio de 2020.

El Evangelio de hoy es una gema, un diamante dentro del contexto del Evangelio. Porque, si la relación determinante de nuestra vida es la relación de Dios con nosotros, y nuestra relación con Dios (pero empiezo diciendo la relación de Dios con nosotros para que no pensemos que somos nosotros los que establecemos esa relación de Dios, con nuestras obras. La relación de Dios con nosotros está establecida desde el momento en que nacemos y desde antes de nacer, desde toda la eternidad, el Señor nos ha amado, nos ha deseado, nos ha mirado con una mirada de misericordia, de ternura, de afecto infinito; pero esa relación es la más importante porque determina todas las demás. De la misma manera que la libertad religiosa, decía con mucha frecuencia Juan Pablo II, determina todas las demás libertades. Un pueblo en el que se merma o se cercena la libertad religiosa, no hay ninguna garantía de que las demás libertades no sean una farsa; con frecuencia, resulta un encubrimiento de intereses de un tipo o de otro, aunque se les llame libertades).

Si en estas quince líneas, nos describe Jesús cómo relacionarnos con Dios, cuál es nuestra relación verdadera con Dios, tiene que ser un texto que es una preciosidad. Los Padres de la Iglesia lo comentaron muchas veces, los más grandes de ellos, y es un texto inagotable. Yo voy a decir dos cositas.

Una, que la palabra más importante de toda la oración es la palabra “Padre”. Por eso, la liturgia, que siempre es muy sabia, hasta en sus gestos más pequeños y, por lo tanto, fiarse de la liturgia es saber que hay algo que no se debe perder. Y pongo un ejemplo. Si habéis estado en un bautizo, hay un momento en que el sacerdote le pone un pañuelo blanco al niño. Ese pañito blanco a nosotros nos parece una cosa ridícula. Es un resto de la primitiva liturgia del Bautismo. Primero, el Bautismo era por inmersión y se bautizaban adultos fundamentalmente y, cuando salían del Bautismo, se vestían con una vestidura blanca, porque el Bautismo es una celebración nupcial. De esa vestidura blanca del Bautismo viene la vestidura blanca de las novias. Tiene mucha más miga de lo que parece y es un bien…, “¿qué significa este pañito?”. En la liturgia no hay que perder las cosas. Y una cosa que la liturgia dice siempre es que el Padrenuestro hay que introducirlo con una monición. Alguien tiene que introducirlo, ¿para qué? Porque, si yo no la introduzco, tengo yo que empezar rezando el Padrenuestro y vosotros empezáis ya con “santificado sea Tu Nombre”. La palabra más importante que hay que decir ahí es “Padre” y si yo pongo la monición, digo “nos atrevemos a decir…” y empezáis vosotros.

“Padre” ha sido el nombre que ha escogido Dios. Yo sé que todas las palabras, cuando hablan de Dios, son infinitamente pobres y la palabra “Padre” no agota todo el Ser de Dios, evidentemente que no. Por ejemplo, no expresa especialmente esa realidad en la que yo os insisto tanto que Dios está en todas las cosas; que no hay nada que esté fuera de Dios mas que el pecado. Que todas las cosas es una participación en el Ser de Dios. La palabra “Padre” no es que lo niegue eso. Se podría explicar. Porque el padre desea dar la vida y con la vida te da todo, pero eso queda como en la sombra. No hay ninguna palabra humana que exprese con plenitud. Sólo hay una palabra que expresa con plenitud el Ser del Padre y es la palabra que el Padre pronuncia, que es el Hijo. El Hijo de Dios, que se encarna, que viene a nosotros; esa es la palabra. Entonces, no hay que perdérsela, y más en el mundo en el que estamos. Hay que poder decir “Padre” y decirlo con gusto. Yo sé que hay corrientes, incluso en la catequesis, donde se suele decir “bueno, como hoy la gente tiene una experiencia de la paternidad tan pobre, con muchos padres ausentes… y eso afecta mucho a la vida de los hijos, a lo mejor no hay que insistir tanto en la paternidad de Dios”. ¡No, todo lo contrario! Si no tienes un padre que sea verdaderamente un padre, razón de más que sepas que tienes uno que sí que es verdaderamente padre; que te comunica la vida, que te ama, que te acompaña, que desea que tu corazón se ensanche, y que tu vida crezca, y florezca y dé fruto; y que te entrega su Hijo único, en quien está todo Su Ser, para que tú vivas en ese Ser y puedas relacionarte con el Padre como un verdadero hijo, que has recibido todo del Padre y que aguarda la herencia del Padre, que es su propia vida, su propia vida divina. Entonces, la Palabra padre es una palabra que sólo con ella podríamos estar muchos días.

Quitando lo de la palabra “padre”, que los judíos no la decían, y los musulmanes que copiaron una oración parecida al Padrenuestro, pero ellos no van a decir nunca “padre”, dicen “señor”, las demás peticiones podrían ser todas peticiones judías: “que venga Tu Reino”, “que venga la Salvación”. Todas las peticiones del Padrenuestro podrían reducirse a una: “Sálvanos, Señor, sálvanos”. “Santificado sea tu nombre”, “hágase tu voluntad”…. Lo de “danos hoy nuestro pan de cada día” nosotros lo referimos normalmente, y San Mateo lo dice así: es el “pan cotidiano”. San Lucas tiene una palabra muy extraña, que no es “cotidiano”, es una palabra que se usa muy poco, super sustancial. ¿A qué pan se refiere? Se refiere al pan de la vida eterna: “Danos a Cristo”. “Yo soy el Pan de Vida”, dijo el Señor. “Danos cada día a Cristo”. Eso es el fondo de la petición del “danos hoy nuestro pan de cada día”. Algunas de las versiones, muy antiguas, del Evangelio de San Mateo, dice “danos el pan de la vida eterna”. O sea, danos como participar en el banquete de la vida eterna, el cual es anticipación en la Eucaristía. Lo digo para que no pensemos que, cuando rezamos el Padrenuestro, estemos pensando en que nos consiga el Señor trabajo, que nos consiga un sueldo digno… O sea, que todas esas cosas son legítimas y se pueden pedir, y hay que pedirlas también, si es que es voluntad del Señor, pero que el pan que no nos puede faltar es Jesucristo. El pan que no nos puede faltar, porque entonces perdemos nuestra vida, es la vida eterna.

Bien, explicado eso, lo único, aparte de la palabra “Padre” y este sentido del “pan” que tiene el Padrenuestro en relación con oraciones judías parecida o semejantes en algunos aspectos, o incluso en frases casi literales, es el “perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos”, porque es la única condición que Jesucristo nos pone para nuestra Salvación; que tengamos misericordia, como el Señor tiene misericordia de nosotros. Que sepamos perdonar una vez más. Es como el corazón del Evangelio. Un amor misericordioso es un amor como el de Dios. Un amor que no es misericordioso, que no acoge y abraza el bien, que es la única medicina para el mal, no la reconvención, ni la exigencia… es la única verdadera medicina, para el mal el del mundo, para el que hay al lado de nosotros y para el que hay dentro de nosotros, de cada uno de nosotros. “Señor, como Tú nos perdonas, enséñanos a perdonar”.

Decía san Agustín que naturalmente el Padrenuestro no está para enseñarle nosotros a Dios qué es lo que necesitamos, que Dios lo sabe perfectamente, y lo dice aquí mismo. “Dios sabe lo que os hace falta antes de que se lo pidáis”. Sino, para que nosotros aprendamos qué es lo que tenemos que pedir y ese aprendizaje requiere la vida entera, porque significa acomodar nuestros deseos a los deseos de Dios ¿Cuál es la Voluntad de Dios? “Que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad”. ¿Cómo acomodamos nuestros deseos? El día que sólo deseemos salvarnos y que todos los hombres se salven y lleguen también ellos al conocimiento de la Verdad, que nosotros hemos recibido tan inmerecidamente, ese día estamos en sintonía con el corazón de Dios. Pero eso, dice San Agustín, es trabajo de toda la vida. Toda la vida, por lo tanto, repetimos muchas veces el Padrenuestro, claro que sí; y si no lo repetimos de manera rutinaria es, primero, para disfrutar de que Dios es nuestro Padre y nosotros somos hijos de Dios, y para, al mismo tiempo, poder pedirLe “Señor, que nuestro corazón desee sólo a Ti”, porque la salvación no son cosas que Tú nos vas a dar. Hasta el Cielo eres Tú. Por lo tanto, ¿a qué deseamos? A Ti. Que nuestro corazón aprenda a desearTe a Ti, esa es la tarea educativa que vive un cristiano.
Vamos a pedirlo hoy cuando recemos el Padrenuestro, pero también a lo largo de nuestro día. “Señor, sálvanos”. Me gustaría decir algo sobre Elías. Simplemente, que nuestro mundo necesita unos cuantos Elías. Decía la Lectura que Elías fue un fuego en mitad de su pueblo. Pues, necesitamos un poco de fuego, en este tiempo de mascarillas, en este tiempo en que nos habituamos a, diríamos, encogernos un poquito: “Señor, un poco de fuego”, que también lo dijo Jesús, “he venido a traer fuego a la tierra y estoy deseando que arda”. Ese fuego es el del Amor de Dios, no es otra cosa.

Que pidamos “Señor, mándanos a algún santo que sea de fuego, para que nos ilumine y arda un poquito nuestros corazones, para que nos movamos un poco, para que la vida que Tú nos das y que Tú quieres para los hombres florezca entre nosotros”. Se puede decir muy sencillo: “Señor, danos algún Elías”. Pedídselo al Señor también.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

18 de junio de 2020
S.I Catedral de Granada

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