“Sabemos de quién es el anhelo que llena nuestro corazón”

Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía del XII Domingo del Tiempo Ordinario en la S.I Catedra. Para escuchar la homilía.

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa de Jesucristo, muy queridos sacerdotes con-celebrantes, queridos amigos todos:

El literato y novelista Kafka decía en una ocasión «conocemos la meta, pero no hay ningún camino, por eso nuestras vidas están tan perdidas». Y en gran medida, si lo que él dice se refiere a la situación o está describiendo la condición del hombre contemporáneo, tenía razón. No es ni siquiera tan claro que el hombre contemporáneo sea capaz de nombrar la meta. Lo que es inextinguible e imposible de desapegar del alma humana es la necesidad de ser feliz, el anhelo de ser feliz, el anhelo de que la vida, de alguna manera, se cumple y uno pueda tener una alegría que no tenga la necesidad de fabricar, de construir, de usarla para tapar algo, sino una alegría fresca como un manantial de agua de montaña, que brota limpia y gozosa, sin posos, transparente, bella. Esa alegría que, sin embargo, estamos hechos para ella, y aunque apenas hayamos intuido en algunos momentos de nuestra vida, todos somos capaces de reconocer, aunque no siempre seamos capaces de darle su nombre verdadero: felicidad, es probablemente ser felices, el deseo, la necesidad de estar contentos.

Fijaros que la liturgia de hoy ha subrayado ese aspecto en el Salmo. Lo dice con mucha claridad: «Mi alma está sedienta de ti como tierra seca, agostada, sin agua». Lo que pasa es que ahí, en el Salmo, se nombra la meta. Sabemos de quién es la sed, sabemos de quién es el anhelo que llena nuestro corazón. Como tierra reseca, agostada, sin agua, nos podríamos reconocer muy fácilmente todos los seres humanos. Yo creo que esa es la complicidad fundamental que el anuncio del Evangelio tiene con el corazón humano. Que además no necesita hacer grandes estudios ni grandes cálculos. (…) Uno percibe una cierta correspondencia con aquello para lo que nuestro sabor, nuestro paladar, en este caso, nuestro corazón está hecho. Es lo que yo llamo la complicidad de nuestro corazón con el anuncio del Evangelio, con Cristo.

La verdad es que para poderlo lograr, aquello para lo que estamos hechos, es decir, aquello que llena nuestro corazón, hay que haberlo encontrado ya. Sólo cuando uno ha encontrado, dices: realmente, esto es lo que estaba esperando, esto es lo que mi alma necesitaba, esto es la sed o esto es el agua que mi tierra necesitaba para que germinase, para que no fuera un desierto.

También hay analogía de la experiencia humana de eso: sólo cuando se encuentra la amistad o un amor verdadero, uno es capaz de reconocer que eso es lo que a uno le faltaba. Si no lo ha tenido nunca, vive en el malestar, en el desasosiego, vive inquieto, vive tal vez -hoy los pedagogos le dan muchos nombres- como hiperactivo o sin capacidad de concentrarse, vive roto de alguna manera, o no es capaz de fijarse en nada en concreto; tiene que ver con la atención, una cierta incapacidad de atención. Porque para que la atención se fije, para que nuestro corazón descanse, es necesario haber encontrado el objeto capaz de fijar la atención, y eso se llama amistad, se llama afecto, se llama amor. (…)

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

S.I. Catedral

23 de junio de 2013

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