Retorno al centro

Artículo de Mons. Javier Martínez, Arzobispo de Granada, aportando algunas claves del magisterio de Benedicto XVI.

Retorno al centro es el título en francés de un pequeño e importante libro de H.U. von Balthasar de 1969. Y acaso vale también como descripción del leitmotiv del magisterio de Benedicto XVI. El centro no es simplemente un punto en la circunferencia o en la esfera. El centro unifica y da consistencia a todo desde centro, lo integra y lo sitúa en su lugar propio. El centro rescata a la experiencia cristiana de su fragmentación, que hace que siempre importen más los árboles que el bosque, y siempre con el mismo resultado: la desaparición de la novedad cristiana en todos los ámbitos de la vida, y la disolución del cristianismo en la cultura dominante. (El fenómeno tiene mil formas, de derechas, de izquierdas, y de centro). Corolario inevitable: el testimonio cristiano se sustituye por estrategias, por la propaganda y el marketing.

La cuestión central es la fe. Tampoco la fe es sólo un capítulo del tratado sobre las virtudes teologales. La fe da nombre al conjunto de la experiencia cristiana, y a la unidad indivisible de esa experiencia. Es el abecedario del cristianismo, su gramática más elemental y profunda. Desde el Informe sobre la fe de 1985, eso estaba claro. Todo, desde la teología de la liberación hasta las Conferencias Episcopales, se miraba desde el centro. Y esa misma preocupación por el centro de la fe guió la elaboración del Catecismo de la Iglesia católica y ha guiado todo en el ministerio y el magisterio de Benedicto XVI: sus discursos, sus viajes, sus gestos, sus encíclicas. Deus caritas est. No hay, en todo el Nuevo Testamento, una frase que formule con más exactitud y brevedad la experiencia que define el cristianismo.

El centro de la fe cristiana es Jesucristo. «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna» (Deus caritas est, 1). El encuentro con Cristo nos abre a la vez al Dios verdadero y a la plenitud humana, que es la vida eterna.

La Iglesia es el lugar del encuentro con Cristo y de la novedad de vida que nace de Cristo. Esta Iglesia de carne y hueso es el cuerpo de Cristo vivo, su humanidad actual, que prolonga en cierto modo en la historia la Encarnación. En la Palabra de Dios que resuena en ella, en su vida litúrgica y sacramental, y en la comunión y la santidad de sus miembros, nos entrega a Cristo, y alcanzamos la «libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Rm 8, 21). Su testimonio y su tradición son el único acceso a Jesús. Fuera de ella, irremediablemente, lo que se da como el Jesús histórico son proyecciones varias del hombre moderno y de su concepción de la vida. De ahí nace que una buena parte de las catequesis del Papa han estado dedicadas a los Padres de la Iglesia, y a los santos y doctores (hombres y mujeres) que la han iluminado y guiado en su historia. La Iglesia no habla de Jesús como de un acontecimiento presente, contemporáneo. Y sólo por eso puede proponer a Cristo a los hombres de hoy.

Pero como ese núcleo central de la fe -Jesucristo y el valor del testimonio de la Iglesia acerca de Él- es objeto, en la cultura moderna, de un debate muy articulado racionalmente, aunque viciado en muchas de sus premisas (y no sólo intelectuales), el Papa decidió bajar a la arena de ese debate sobre el centro de la fe cristiana sin empeñar su magisterio, sin refugiarse en su autoridad como sucesor de Pedro, ni servirse de ella. Empeñando hasta el fondo, eso sí, su yo humano y todas sus capacidades, y mostrando con ese gesto de arriesgada libertad un camino a seguir por pastores y fieles. Ése es el significado de Jesús de Nazaret, que recupera los modos de hacer de los Padres.

La fe, clave de lo humano

El encuentro con Cristo en la Iglesia, que pone en juego la inteligencia y la libertad, permite acoger con afecto todas las preguntas del hombre y responderlas, pero no en abstracto. La respuesta cristiana auténtica implica el testimonio de esa «gracia que vale más que la vida» (Sal 63, 3). De hecho, la fe cristiana se hace problemática en la medida exacta en que la experiencia de la redención de Cristo -lo sobrenatural-, se vuelve abstracta, se separa de la vida y deja de ser la clave de lo humano y de lo temporal. Así también lo sobrenatural deja de serlo. Pasa a ser un montaje humano, y un tropiezo para quienes buscan a Dios con corazón sincero.

Y es que lo natural, lo humano, está constitutivamente abierto, ordenado a lo sobrenatural, lo divino, cuando no es ficticio, y puesto que Dios es amor, se orienta enteramente a la transformación del mundo humano. Se puede hablar de simbiosis. Entre fe y razón, entre gracia y libertad, entre gloria de Dios y anhelo de belleza, entre agape y eros. Cristo tiene que ver con todo lo humano y todo lo humano apunta a Cristo y necesita de Cristo para su plenitud. Por ello, el secreto más íntimo de la Historia, su motor, es la caridad. Caritas in veritate. Es la única posibilidad de un futuro humano. Aunque los economistas y los políticos católicos, al igual que los demás, no nos hayamos enterado todavía de ello.

+ Francisco Javier Martínez

Arzobispo de Granada

Publicado en el Semanario católico Alfa y Omega (28 de febrero de 2013)

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