Reaprender nuestra humanidad a la luz de Cristo

Homilía de Mons. Francisco Javier Martínez, Arzobispo de Granada, en el XXX Domingo del Tiempo Ordinario, en la S.I Catedral, en la que continúa con sus catequesis sobre el matrimonio y el amor esponsal.

Queridísima Iglesia de Jesucristo, pueblo santo de Dios, Esposa de Nuestro Señor, mis queridos sacerdotes concelebrantes, dejadme saludar hoy de una manera especial al coro parroquial de Nigüelas -ya sabéis que venís a vuestra casa y sois siempre bienvenidos: el cariño, la frescura y la sencillez de vuestros cantos, que son una preciosidad, con que hubiéramos aprendido todos lo que significa el primer canto que habéis hecho de entrada teníamos la catequesis que necesitábamos hoy para el día y para la vida, realmente-,

y queridos amigos todos:

Retomo, después de dos domingos de paréntesis: uno porque hubo Ordenaciones de diáconos y el otro porque comenzábamos el Año Santo Teresiano y, al mismo tiempo, había bajado la Imagen del (…) Cristo de los gitanos es el nombre popular, de la Abadía del Sacromonte; entonces tampoco era un día como para seguir un orden en las predicaciones dominicales, pero hoy retomamos estas catequesis sobre el amor humano que os prometí empezar hace tres semanas.

El primer día (porque no estabais todos aquí hace tres semanas) yo subrayaba que el matrimonio es un doble cheque en blanco, y que eso en nuestra cultura casi se nos había olvidado y que uno sólo está en condiciones de dar un cheque en blanco en la vida a nadie -por lo tanto, de realizar esa forma única entre un hombre y una mujer, que es el amor esponsal- cuando uno a su vez tiene la conciencia de que ha recibido un cheque en blanco de la vida entera, que la vida entera es un cheque en blanco que me ha sido dado.

Y que eso -que la vida es un cheque en blanco, que la vida es una gracia, que la vida es un don precioso, limitado en su camino por este mundo, pero abierto a la vida eterna, y por lo tanto bueno, que es posible vivirlo con esa mirada nueva que abre ese horizonte de la vida eterna, y esa conciencia de que el amor que nos ha dado ese cheque en blanco es un amor inmortal e infinito, el amor que nos ha creado es un amor inmortal e infinito- lo aprendemos junto a Jesucristo. Por tanto, la escuela verdadera donde aprender qué es el matrimonio es la Eucaristía, y por eso también yo empiezo las homilías siempre, desde que caí en la cuenta un poco de esto y del orden de la constitución sobre la Iglesia en el Concilio, saludando primero a la Esposa de Cristo, al pueblo santo de Dios, a la Iglesia de Dios, que está ahí sentada. Que en nuestro lenguaje muchas veces, cuando hablamos de Iglesia, estamos pensando muchas veces en los curas y en nuestras monjas, y no es así; las religiosas o la vida consagrada en todas sus formas claro que expresa el misterio de la Iglesia, el misterio bautismal de la Iglesia Esposa en su plenitud.

Los sacerdotes sólo presiden en un cierto sentido. En realidad, son servidores; en realidad, sirven la mesa a la que está sentada la esposa y, por lo tanto, el pueblo cristiano no es como lo hemos entendido muchas veces por deformaciones que provienen de muy atrás (ya en el siglo XVI, basta mirar las escaleras de la Capilla Real, para darse cuenta de esa deformación), pero el sacerdote es aquel que hace presente a Cristo, por supuesto. ¿Y qué decía el Señor?: ‘¿Quién es más, el que está sentado a la mesa o el que sirve?’. El que está sentado, ¿no? Pues: ‘Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve’. Nunca el sacerdote es más sacerdote que el día de Jueves Santo, cuando está lavando los pies a los discípulos, cuando está haciendo el oficio de Cristo, que es un oficio de esclavo, esclavo de esta mujer preciosa, la criatura más bella que hay sobre la tierra, que es el pueblo de Dios, que es el pueblo cristiano, Dios mío. Y ser sacerdote es tener el privilegio y tener el honor de gastar la vida por este pueblo cristiano.

Yo decía entonces que cuando uno cae en la cuenta de esto y las muchas implicaciones que esto tiene para la vida, para las relaciones entre sacerdotes y fieles, para el modo como uno puede vivir con gozo su vida sacerdotal y su celibato sacerdotal y como uno puede vivir con gozo el celebrar la Eucaristía y el poder decir en primera persona «Tomad y comed, este es mi cuerpo» es un lenguaje esponsal, el lenguaje de la Eucaristía todo él -de eso hablaremos otro día-. Pero yo hablaba de cómo la Eucaristía es la fuente donde uno puede aprender lo que significa en realidad el matrimonio, el cheque en blanco, la unión esponsal a la luz de lo que Cristo hace por su Esposa, y donde los esposos pueden aprender lo que significa ser esposos.

Pero yo apuntaba también que en nuestro tiempo eso es un idioma olvidado en buena medida, y yo quisiera detenerme hoy un poquito en las muchas causas que han ido conduciendo desde hace mucho tiempo a que eso sea un idioma olvidado. Y hoy ha habido muchos pasos, y que vienen de muy atrás y que son largos y que yo no puedo exponer aquí con el entretenimiento suficiente, evidentemente. Tendré que simplificar muchísimo, y muchísimo es muchísimo, hasta la caricatura, pero el mencionarlos al menos os puede ayudar a entender y ayudar a percibir algunos de estos pasos.

El primero de todos, a mí me parece que está -fijaros si está lejos- en el siglo XIII, y en las cortes del sur de Francia (estoy pensando en Leonor de Aquitania, sobre todo, con la invención de una cosa que a veces se piensa que es el amor tradicional y no es el amor tradicional). Estoy hablando del amor cortesano. El amor cortesano surge en Europa, y es una invención de, justo al mismo tiempo que está empezando la invención del capitalismo incipiente, por tanto, de la economía moderna incipiente, en el mismo momento en que surgen los primeros escritos que teorizan el totalitarismo. Pienso en «El Príncipe», de Maquiavelo. Estamos en el siglo XIV y es un manual de gobierno totalitario, donde el príncipe puede hacer siempre lo que quiera, porque si lo hace el príncipe está bien hecho. Es el primer manual de totalitarismo.

Historiadores que han estudiado la figura de Juana de Arco dicen que el juicio de Juana de Arco es el primer juicio moderno de la historia, el primer juicio totalitario de la historia. En ese mismo contexto surge el amor totalitario, que es la primera vez, diríamos, donde toda una concepción del amor se plasma en torno a la mirada del hombre sobre la mujer. No aparecen hombre y mujer, como decía San Pablo: ‘Ya no hay ni esclavo ni libre, ni griego ni bárbaro, ni judío ni gentil, ni hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús’. San Pablo había puesto desde el principio la absoluta igualdad de dignidad y el compañerismo, si queréis, en la vida de hombre y mujer. Es verdad que eso no existía tampoco ni siquiera en el Imperio Romano, no sólo en el mundo judío o en el mundo oriental, sino que en el Imperio Romano los padres tenían el derecho de decidir, por ejemplo, sobre la boda de las hijas, absolutamente, cosa que no sucedía con los hijos.

Por lo tanto, esa igualdad que San Pablo expresa en dos ocasiones en sus Cartas es una igualdad absolutamente revolucionaria y novedosa, es un fruto cristiano. Y en el siglo II y III hay 22 mártires que por su pertenencia a Cristo desafiaron porque ellas eran vírgenes que se habían consagrado a su esposo Jesucristo, y fueron condenadas a muerte por su misma familia, con la intervención de su misma familia, Santa Inés, por ejemplo. Unas 22 chicas jóvenes, y Santa Inés tenía 13 años, cuya pertenencia a Cristo, y son las pioneras absolutas en la historia de que una mujer comparte plenamente la vocación, la dignidad y el camino del hombre, en todos los sentidos, aunque seamos luego completamente diferentes en nuestra forma de ser.

Eso vuelve a oscurecerse, eso se va, aparece, yo creo que tiene ciertas articulaciones, a pesar de sus connotaciones germanas o anglosajonas, en el amor caballeresco. El amor
caballeresco a mí me parece mucho más cerca del amor cristiano que el amor cortesano…, pero el amor cortesano, que sería el que determinaría el arranque de la modernidad en Europa, influido ciertamente por una visión islámica de la vida, como en los otros aspectos también -también en el capitalismo, también en el totalitarismo, también en la filosofía-; la mirada de Dios como alguien, un ser que está fuera del mundo, todas esas cosas que inciden profundamente en la visión cristiana europea al comienzo de la modernidad cambian y transforman la realidad del amor humano. La mujer empieza a ser vista fundamentalmente como instrumento del placer o en función de las necesidades sexuales, afectivas y de las carencias del varón, y eso se acentúa en el Renacimiento, que es un Renacimiento del paganismo, y se acentúa en el seno de la Iglesia.

El otro día hacía yo referencia a la imagen de la Iglesia que aparece en la primera de las series de Isabel o en las series de la Reina Isabel. Pues sí, aquella Iglesia existió, era una Iglesia muy paganizada, mucho más que nuestra Iglesia. El caso es que en la Reforma Protestante el matrimonio deja de ser un sacramento, y si deja de ser un sacramento significa que está en manos de los hombres, y que, por lo tanto, es una cosa manipulable, moldeable, en función…

También en ese mismo siglo XIII, a diferencia de lo que había pasado en el monacato medieval… (en el monacato medieval, en toda la tradición de San Columbano, por ejemplo, había monasterios de hombres y mujeres, donde la abadesa de los dos monasterios tenía que ser por ley canónica, por ley de la Iglesia, la mujer; era la abadesa, la Superiora de los dos monasterios, y eso se ha borrado de nuestra memoria histórica. Y al revés, eran los hombres, el monasterio de los hombres, el que tenían que hacer, además de los 3 votos, un voto de defender a las mujeres y el monasterio de mujeres en el caso de un ataque de bandidos o de un ataque de bárbaros o lo que sea, y los hombres hacían el trabajo de la agricultura y la ganadería, y las mujeres hacían el trabajo de la escritura, de los libros, de la copia de las obras de Homero, de la copia de las obras de los autores clásicos y de los Padres de la Iglesia). Todos trabajaban, todos oraban, todos eran iguales, cada uno tenía funciones diferentes, pero era la abadesa la que gobernaba. Eso desaparece. En las escuelas monásticas había escuelas para hombres y para mujeres, y hay mujeres medievales de una cultura extraordinaria. Es en el siglo XIII donde en París, la Universidad de la Sorbona, la Universidad de París, por primera vez cierra las clases a las mujeres y en la universidad sólo se admiten a hombres.

Quiero decir que hay ahí toda una serie de cambios que no forman de la visión culturalmente y políticamente correcta de la historia, y que nos abrirían los ojos bastante. El caso es que en la Reforma Protestante se pierde el carácter del sacramento del matrimonio y como ha dicho algún crítico: ¿Entonces qué es lo que justifica ese tipo de unión única? Porque los matrimonios se siguen realizando y la gente sigue queriendo tener eso que es una relación esponsal, que es distinta a la relación de amigos, de hermanos, o de primos, o de parientes o lo que sea. ¿Qué le da solidez a esa relación? La respuesta espontánea es la sociedad, es la sociedad la que garantiza esa relación. Y algún crítico muy fino ha dicho: después de las episodios de Enrique VIII con Catalina de Aragón y todas las demás historias de sus divorcios, apareció que la sociedad misma era incapaz de justificar el matrimonio porque ella misma necesitaba ser justificada. Hoy lo vemos lo mismo, de una manera mucho más radical; no estamos en el siglo XVI (en el siglo XVI había muchos siglos de herencia y de tradición cristiana), pero hoy, ¿va a ser esta sociedad llena de corrupción, llena de mentira donde las vidas humanas y las relaciones humanas, incluso se articulan en las universidades como meras relaciones de poder, donde lo que cuenta es el número de votos; va a ser esta sociedad la que garantice el tipo de vida que un esposo y que una esposa necesitan? Dios nos libre, Dios nos ampare. No puede, no está en condiciones de sostener a un matrimonio, no puede enseñar a unos esposos a ser esposos esta sociedad. No sabe. Le faltan sencillamente las condiciones.

¿Por qué? Porque esta sociedad está construida sobre la idea de individuos abstractos, somos un número de carnés de identidad, somos un número de la Seguridad Social, somos un puntito en la máquina de la producción y del consumo. No somos Fulanito, el hijo de Fulanito y de Menganita; somos abstractos, seres abstractos y esos seres abstractos establecen entre sí las relaciones que quieren, relaciones básicamente comerciales y en ellas las relaciones también las de hombre y mujer, también en parte por rutina -digo solo en parte porque el matrimonio es algo que está inscrito en el corazón de los seres humanos, y de eso tendré que hablar el domingo que viene, pero en parte lo seguimos llamando por rutina el matrimonio, y sin embargo lo concebimos también como unas relaciones de poder-. Y en esas relaciones de poder la injusticia está garantizada, está servida, la desigualdad está servida, la frustración está servida.

En el momento en que no podamos concebir como ese cheque en blanco en el que los dos ponen en juego toda su vida por el amor de la otra persona: el hombre su masculinidad, su virilidad, todas sus características, su energía, su trabajo, todo; y la mujer, sus características, su vida… sólo ese doble cheque en blanco hace posible el florecimiento de la humanidad, una paradoja, un misterio. Un misterio como tantas cosas en la vida humana que se ilumina a la luz de Cristo, desde Cristo, y en el fondo de la Eucaristía, pero ese es el misterio, esa es la única manera de entender, de aproximarse con verdad al matrimonio.

Desde el siglo XVI, la secularización ha sido sólo progresiva. Vuelvo a hacer referencia a las películas de Hollywood, y digo películas para todos los públicos, no estoy hablando de películas extrañas. Cuántos matrimonios hemos visto celebrarse en el jardín de una casa, pensad en «Historias de Philadelphia» por citar una película clásica, clasiquísima, donde el marido se cambia en el último momento y se decide que no… ¿Pero qué es querer?, ¿qué es querer ahí?, ¿qué queda? De lo del cheque en blanco, ¿qué queda del don de la vida? No queda más que la atracción física, la atracción sexual o la atracción afectiva, pero, ¿basta eso para sostener una vida de donación, de entrega, de amor?, ¿basta eso para educar unos hijos? No, no, no basta, absolutamente no basta.

Entonces, ¿cómo podemos extrañarnos de que se rompa en España un matrimonio cada cinco minutos? Porque un matrimonio construido sobre esas categorías no puede sostenerse: a la primera dificultad se rompe, a la primera dificultad las relaciones son injustas, se rompen; concebidas en términos de relaciones de poder son siempre injustas y, normalmente, no siempre, pero normalmente, la que paga el pato es la mujer. Dios mío. Tendremos que reaprender nuestra humanidad, pero si queremos reaprender nuestra humanidad, tendremos que reaprenderla a la luz de Cristo, no hay otro camino.

Un no creyente francés (también me lo habéis oído citar más veces) escribió un libro hace pocos años diciendo: Europa no tiene delante de sí mas que dos caminos, o volver a encontrar la fe cristiana o el Apocalipsis. Estamos en el punto último donde nos es posible todavía tomar esa decisión, o volver a encontrar la fe cristiana o el Apocalipsis. El Apocalipsis no como en las películas, ni como en la imaginación, sino el Apocalipsis por alzhéimer, el apocalipsis por ruina, por mera destrucción. En cambio, a la luz de la fe cristiana, nuestra humanidad puede volver a ser aprendida.

El Evangelio de hoy en ese sentido y las lecturas de hoy son preciosas, toda la enseñanza de Cristo puede resumirse, el secreto de una vida huma
na puede resumirse en un amor, y un amor sin límites. Amar al Señor con todas tus fuerzas y amar al otro, al que tienes al lado, como a ti mismo, también sin límites. O como dijo el Señor en la Última Cena: «Amaos como yo os he amado», porque el Señor no se limitó a ponernos como camino el camino del amor, sino que se entregó por nosotros hasta la muerte, y una muerte de cruz, para ser el primero que abriera ese camino y mostrase cómo esa muerte termina en una vida nueva, en una verdadera resurrección.

Señor, enséñanos ese camino a todos porque muchas veces, tantísimas veces, no podemos devolver la salud a quienes la han perdido, no podemos devolver la juventud a la persona que amamos, no podemos resolver problemas que son complejísimos por la que yo daría mi vida, cuántas madres por problemas que afrontan sus hijos y darían su vida pero no pueden resolverlos. ¿Qué es lo que podemos hacer siempre? Amar un poco más y amar un poco mejor, y ese es el único camino verdadero, y ese es el camino que sólo tiene una escuela que se llama Jesucristo y la vida que Jesucristo nos da en la comunión de la Iglesia.

Seguiremos. Continuará. Esta serie no ha acabado. El domingo que viene yo quisiera explicar un poco cómo ese amor humano, aunque no llegue a la dimensión que Cristo nos ha revelado, tiene dentro de sí dos tendencias que hacen diferente el amor esponsal de cualquier otra forma de amor: la tendencia a la estabilidad, por lo tanto, a la permanencia en el tiempo, a la permanencia hasta la eternidad, y la exclusividad, y eso, en todas las culturas, se manifiesta como tendencia, aunque no todas hayan llegado a percibirlo con la claridad con la que lo ha percibido la tradición cristiana. Pero de eso hablaremos el domingo que viene.

Vamos a proclamar nuestra fe y a pedirle que el Señor nos enseñe a querer como Él nos quiere, que esa es la única medida digna de la grandeza de nuestro corazón de hombres, de hombres y de mujeres, criaturas de Dios, para ser imagen suya. Nos ponemos de pie.

+ Mons. Javier Martínez

Arzobispo de Granada

S.I Catedral, 26 de octubre de 2014

XXX Domingo del T.O

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