Querido don Ildefonso,
Querido diácono,
Queridos hermanos y hermanas,
Acabamos de escuchar la Palabra de Dios en esta celebración de la Eucaristía en este domingo XVI del Tiempo Ordinario. ¿De qué nos sirve la Palabra de Dios en esta fecha? Por una parte, hemos escuchado el texto del libro del Génesis donde aparece esa teofanía de Dios en esa forma tres personas a las que se dirige Abraham como si fuese una sola, llamándolo Señor.
Los Santos Padres han visto en esta imagen del Antiguo Testamento ya como una especie de anticipo de la manifestación del misterio de Dios, que es uno y trino. Ese Dios que es propicio y responde a la fe de Abraham y le promete que va a tener un hijo de Sara. Y Abraham cree, es el padre de los creyentes contra toda esperanza. Cree contra toda esperanza.
Y esa imagen del Señor cercano que comparte, que come, que está con nosotros, rompe esa idea de lejanía de un Dios que se olvida de la humanidad, sino al contrario, un Dios que se hace cercano. Y ese Dios se ha hecho cercano y se ha manifestado plenamente en su misterio, en su Hijo Jesucristo. San Pablo, en la carta a los Colosenses, nos ha mostrado cómo la razón de su vida es anunciar a Jesucristo anunciar el misterio de Cristo.
Y el misterio de Cristo es el desvelamiento del misterio de Dios. Dios, que es amor, predica amor y envía amor, diría San Juan de Ávila. Ese Dios, el Dios de nuestros padres, dirá Jesús, el Dios que se manifiesta en él cuando nos dice que el Padre y yo somos una misma cosa. Ese Dios al que solo podemos ir por Jesucristo, su Hijo, hecho carne.
Quién me ha visto a mí, ha visto al Padre, dirá Jesús a Felipe. Ese Dios es el Dios de misericordia, que nos lo describe Jesús en la parábola del hijo pródigo. Que sale al encuentro del hombre para perdonarlo y abrazarlo. Ese Dios es el que tiene que tal amor al hombre que ha entregado a su Hijo Jesucristo. Por un hombre bueno, se atrevería uno a morir, nos dice la Sagrada Escritura a morir. Pero la prueba de que Dios nos ama es que Dios, nosotros, siendo pecadores, Dios ha entregado a su Hijo.
Luego, ¿cómo es Dios, como nos lo muestra Jesucristo, su Hijo? Él es el Verbo y nos confiesa San Juan en el prólogo que el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios.
Esa manifestación de Jesucristo, esa manifestación del Hijo de Dios que nos muestra al Padre, es Jesús cuando proclama. Te doy gracias Padre, Señor del cielo y tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Y nos dice así, sigue diciendo Jesús, Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Ese Dios que nos muestra Jesucristo, que nos lo ha revelado, es Padre de la misericordia. Es un Dios que es amor, que es perdón. Así es una gozada de Dios. Y ese Dios, que se nos ha mostrado en su Hijo Jesucristo, con su Hijo nos da el Espíritu Santo para que podamos responderle con nuestra oración y con nuestra vida.
Y ese misterio, el misterio de Cristo, es el que San Pablo anuncia sin desfallecer. Yes el que nos invita a nosotros también a traerlo a nuestra vida. A vivir esa cercanía de Dios de manera personal y al mismo tiempo a darlo a conocer en nuestro mundo tan necesitado de Dios. Cuando Dios falta, todo se viene abajo. Cuando Dios falta, se rompen los criterios éticos, los criterios morales.
Se vive en una sociedad, pues que ya estamos asistiendo, que nos duele ese ambiente de descomposición, de pérdida de valores éticos desde los que gobiernan o los que pretenden gobernar hasta en tantas y tantas situaciones de violencia que nos preocupan. De enfrentamientos, de polarización y como no, de guerras abiertas en escenarios en nuestro mundo que nos duelen también, porque mueren tantos inocentes y son masacrados inocentes. Los niños, especialmente.
Queridos hermanos, anunciemos a Jesucristo. Vivamos y unamos nuestros sufrimientos por la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo. Somos nosotros los que prolongamos a Cristo, los que hacemos presente y tenemos que hacer presente a Cristo en medio de nuestro mundo. Él está con nosotros. Él va con nosotros. Él ha querido servirse de sus discípulos, de sus apóstoles, para anunciarle, para hacerle conocer.
No podemos finalizar el cristianismo en nosotros, sino que tenemos que transmitirlo con nuestras palabras, sí, pero sobre todo con nuestra conducta, con nuestra coherencia de cristianos. Y para ello le hemos pedido al Señor que nos dé fe, esperanza y caridad para cumplir sus mandatos. Se lo hemos dicho así en la oración colecta. Pero el Evangelio, al igual que Abraham, muestra su hospitalidad, la hospitalidad propia de los patriarcas del Antiguo Testamento, aquellos personajes.
Jesús también se nos presenta hoy en una escena de hospitalidad. En la casa de Lázaro, Marta y María, donde Jesús iba a descansar porque eran sus amigos, en Betania. Y en esta casa, donde Jesús está cómodo, está amigablemente atendido. Pues Marta se queja porque está afanada en las cosas de la casa, mientras María está embelesada escuchando al Señor.
Y Jesús le responde, Marta, Marta, te preocupas por tantas cosas, pero una sola es necesaria. María ha escuchado la mejor. Ha escogido la mejor parte. Queridos hermanos, no podemos anunciar a Jesucristo… No significa que una hermana sea mejor que la otra. No significa que Marta sólo está haciendo cosas y María es la vida contemplativa. No, tenemos que ser ambas cosas y ambas trataban a Jesús, eso es la vida contemplativa.
Pero lo que nos quiere mostrar el Señor en medio de nuestros quehaceres, en medio de tantos agobios como tenemos en mente, en medio de los trajines de la vida, que no podemos dejar a Dios a un lado. Que en el verano no podemos poner cerrado por vacaciones. Que nuestra oración tiene también que estar presente en el verano. Es más, es un tiempo en que podemos tener más espacio para rezar, para leer una lectura de la Biblia, para meditar, para asombrarnos de las cosas maravillosas que Dios ha hecho. Sea a través de los hombres en el arte, o sea a través de la naturaleza. Para estar más pendiente del Señor.
Y es más, cuando estemos pendientes de los demás, sabiendo que estamos viendo en ellos a Jesucristo, con ese sentido cristiano del servicio de la caridad, que es amar a los otros con el amor de Cristo. Luego, sin contemplación no puede haber vida interior. Y un cristiano… No podemos dejarnos llevar de la superficialidad, no podemos dejarnos llevar del estímulo respuesta sin más, sino que tenemos que ser gente con profundidad, gente con pensamiento propio, gente con ese pensamiento iluminado por la fe.
Y para ello necesitamos encontrar tiempo para instruirnos, para leer, para formarnos. No nos podemos quedar, pues, con la dosis solo del Evangelio del domingo, de las lecturas del domingo. ¿Qué tiempo dedicas a tu formación cristiana? ¿Qué tiempo dedicas a la oración cada día? Para acortar un rato cuando estás solo en casa o cuando pasas cerca de una iglesia, para ponerte como María a escuchar al Señor. Para acercarte a estos lugares de adoración que tenemos, desde el Sagrario a San Antón, al Santo Ángel, a tantos lugares de contemplativas donde está expuesto el Señor.
O una Iglesia abierta para estar un rato con el Señor. Cuando vas a la compra, cuando vuelves o cuando vas a hacer algún encargo, cuando vas paseando. Luego, que haya ese tiempo para la contemplación. Y queridos hermanos, también un tiempo para los demás. Que nuestras casas no sean una pensión, que no estemos solo reunidos o juntos, sino también unidos.
Que sea un tiempo para escucharnos. Se dice que en las vacaciones y en el tiempo de verano es cuando más enfrentamientos familiares hay, que no ocurra así en nuestras familias. Que podamos escuchar, que no vivamos ensimismados solo en lo nuestro y junto con otros, a escuchar a los hijos, a escuchar al cónyuge, a pararse un rato, a escuchar a los mayores, a tener tiempo para Dios y tiempo para los demás.
Como veis, esto de la vida contemplativa da para mucho. Da para esa mirada de Dios a nuestro interior, a nuestra vida y a la vida de los demás, con fe.
María, nos dice la Sagrada Escritura, meditaba la Palabra de Dios y guardaba todo esto en su corazón. Prueba de ello es que el Magnificat es un entrelazado, su oración, de textos bíblicos.
Ojalá nosotros, como ella, que es asiento de la sabiduría, podamos nosotros también albergar en nuestro corazón la Palabra del Señor y darlo a conocer mejor.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
20 de julio de 2025
S.A.I Catedral de Granada