“Que lo que verdaderamente deseemos es la salvación de Dios”

Homilía en la Santa Misa del miércoles de la XXVII semana del Tiempo Ordinario, el 7 de octubre de 2020, en la S.I Catedral.

Muy queridos hermanos:

Estas Lecturas de hoy son dos de las Lecturas que no tienen desperdicio y darían para muchísimo, muchísimo comentario: el pasaje de la Carta a los Gálatas, que es junto con la segunda Carta a los Corintios, la carta más apasionada de San Pablo (también la menos ordenada, por ese motivo, pero una carta fundamental en la historia de su pensamiento y en la historia de su vida, pero también una carta fundamental para la historia de la Iglesia), y el pasaje que hemos leído explica uno de los hechos fundamentales de la historia de la iglesia, que San Pablo explicaría a la manera de los rabinos.

“Si la Ley judía ha condenado a muerte a Jesús, Dios, al resucitar a Jesús de entre los muertos, ha desautorizado la Ley judía”, que sirvió como instrumento pedagógico para educar al pueblo de Israel, pero que no es una obligación para quienes creen en Jesús, sean gentiles o judíos. Eso fue una cuestión de vital importancia en la vida de la Iglesia más primitiva de todas. Nosotros somos cristianos porque justo, en los primeros años de la Iglesia, quedó claro que el Evangelio era algo dedicado a todas las naciones. No al pueblo judío o a los que pasaran, por así decir, por la pertenencia mediante la circuncisión de la carne, mediante las prácticas de la Ley judía, al pueblo del antiguo Israel.

No me detengo en ello, aunque digo que es un texto lleno de detalles, sumamente interesantes e importantes, también para nuestra vida. Por ejemplo, el hecho de no obrar por simulación. El reproche que Pablo les hace a algunos de los apóstoles de tratar de quedar bien con los que provenían del judaísmo, evitando así el conflicto, pero tratando de quedar bien con todos, cómo eso no es lo que normalmente caracteriza a los siervos de Dios. También el hecho de cómo San Pablo acude a las columnas de la Iglesia para verificar su Tradición: si lo que él había aprendido en Damasco y en la provincia romana de Arabia –que no es la Arabia Saudita de hoy–, de los cristianos acerca de la Tradición sobre Jesús, si era la Tradición verdadera o es que él había corrido en vano. Los rabinos y los discípulos de los rabinos repetían con frecuencia su Tradición, que habían aprendido de memoria, delante de los rabinos más considerados, más expertos, más sabios, y se dejaban corregir por ellos. Hay en ese pasaje muchísimos detalles.

Pero el pasado del Evangelio es la oración que Jesús nos enseña, es la oración que hacemos en la Eucaristía, y por lo tanto es un pasaje también central. De la oración del Padrenuestro también se puede hablar muchísimo, y todo sabroso. La verdad es que comprender bien y en detalle las peticiones del Padrenuestro es todo un curso de cristianismo. Pero sólo voy a deciros una cosa que resume todas las peticiones. Lo que pedimos en el Padrenuestro es una única petición: “Señor, sálvanos”. Por lo tanto, Le pedimos a Dios que actúe, tanto como cuando Le pedimos que sea santificado Su Nombre como que venga Su Reino. Sólo ahí hay una petición que, por rutina, el Evangelio de San Mateo (lo que estamos leyendo es el Evangelio de San Lucas, que tiene la palabra de “el pan cotidiano, dánosle hoy”. Pero San Lucas tiene una palabra en griego muy rara, que significa realmente “super sustancial”. Podemos comprender lo que quería decir al decir “super sustancial”, que, repito, la traducción española ha preferido lo más cómodo que es tomar el adjetivo de San Mateo y ponerlo aquí, pero no es lo que San Lucas dice)…. Pero cuando uno hurga en lo que significa ese “super sustancial”, detrás estaba una oración aramea que significa “el pan de mañana”. “El pan de mañana” es el pan de la vida eterna. Lo que pedimos en esa petición es participar en el banquete del Reino de los Cielos, del cual es un signo nuestra comida, Dios quisiera que familiar, cotidiana, por lo menos dominical, y del cual es un signo siempre la Eucaristía, que anticipa el banquete del Reino de los Cielos.

Pero lo que pedimos en esa petición no es el “pan de cada día”, como decimos. Es legítimo pedir el pan de cada día, pero rompe la lógica de todas las peticiones del Padrenuestro y se puede probar que la forma original pedía el pan de la vida eterna, es decir, el alimento que perdura, del que habla tantas veces… o el pan de la vida, del que habla Jesús en el Evangelio de San Juan. Eso es lo que pedimos en el Padrenuestro. Que no excluye lo otro. No es que sea ilegítimo pedir el pan nuestro de cada día, y necesitamos pedirlo para nosotros y pedirlo para muchos otros para quienes, ahora quizá, la mayoría de los hombres no tienen asegurado el pan de cada día, por lo tanto, no tienen asegurado el sustento más necesario para la vida. Pero nosotros, que lo tenemos, es útil recordar que lo que pedimos en el Padrenuestro es, sobre todo, participar en la vida eterna, es decir, lo mismo que pedimos en las demás peticiones.

Sólo hay una que implica una acción nuestra. Todo lo demás son acciones de Dios que Le pedimos que haga: salvarnos. Pero sólo hay una donde pedimos “Señor, perdónanos de modo que también nosotros podamos perdonar a nuestros deudores”, “que también nosotros podamos perdonar a lo que nos ofenden”. Lo único que el Señor nos pide que hagamos es perdonar. Nuestra salvación, por lo tanto, si queréis, es amar por encima de la ofensa, amar por encima de la justicia. Pero todo lo demás de nuestra salvación le corresponde a Dios.

Sólo quiero decir que rezamos el Padrenuestro (y yo lo rezo muchas veces) con muchísima rutina, sin darme cuenta de lo que pido. Aunque me dé cuenta de lo que estoy pidiendo, lo pido de una manera demasiado banal, como si fuera una petición demasiado banal. San Agustín decía que para rezar bien un Padrenuestro hay que trabajar el corazón de forma que lo que verdaderamente deseamos es lo que pedimos en el Padrenuestro; que lo que verdaderamente deseemos es la salvación de Dios.

Que ese sea el deseo de nuestro corazón, que ese sea nuestro tesoro, y eso requiere toda la vida. Educar a nuestro corazón, para que no pongamos nuestra felicidad en bienes de este mundo, o en cosas de este mundo, sino que lo pongamos sencillamente en la participación de la vida divina. Eso requiere una educación del corazón, que es larga, que es paciente, que es humilde. Pero cuando rezamos el Padrenuestro, si queremos rezarlo bien, pedimos que el Señor eduque nuestro corazón para que nuestros deseos sean las cosas que pedimos en el Padrenuestro y nada más. Porque, además, es lo único que verdaderamente sacia -y sacia hasta el fondo y de manera desbordante- los anhelos y los deseos de nuestro corazón.

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

7 de octubre de 2020

S.I Catedral de Granada

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