“Nuestra vocación es el amor”

Homilía en la Santa Misa del martes de la XXX semana del Tiempo Ordinario, el 27 de octubre de 2020.

La Lectura de hoy de la Carta a los Efesios es una de las Lecturas que más -en una de sus frases, en una simplemente- polémica suscita en nuestro tiempo y en nuestra cultura. Y yo creo que eso se debe en gran parte a que, en nuestra cultura, como considera que somos ante todo individuos que luego nos relacionamos más o menos tangencial o marginalmente, y luego que realmente la realización más importante de nuestra vida está en nuestra incorporación al mercado laboral, pues, es incapaz de comprender no sólo la maternidad, también la paternidad. Y, de hecho, yo diría que la paternidad es una realidad más ausente en nuestro mundo que la maternidad, porque está más inscrita la maternidad en el ser de la mujer de lo que la paternidad está en el ser del hombre. Y, sin entrar en eso que necesitaría mucho rato para explicar lo que acabo de decir, se olvida la segunda parte siempre, cuando se trata de este texto, que es lo que Le pide el Señor a los esposos, a los maridos: que den la vida por su mujer como Cristo por Su Iglesia.

No olvidemos que el modelo de matrimonio es siempre la Eucaristía. No se aprende lo que es el matrimonio haciendo cursillos prematrimoniales, donde te dan unas charlitas. Se aprende viviendo la vida de la Iglesia y participando de la Eucaristía, y comprendiendo qué es lo que hace el Esposo por su Esposa, y cómo le surge a la Esposa, espontáneamente, como fruto de ese amor, el ofrecerse a su Señor. Y ahí se aprende qué es un matrimonio, como se aprenden muchas otras cosas de la vida, pero no entro en ello. Sólo voy a hacer un comentario en una frase que le oí a un padre de familia en una ocasión y dijo: “Mire, Dios nos pide a cada uno de los dos lo que más nos cuesta hacer”. A la mujer le pide que se someta, que deje el final de las decisiones al marido, sobre todo delante de los hijos, y eso le cuesta muchísimo; y además, que la familia funciona normalmente mejor cuando ella decide sobre las cosas concretas, porque lo sabe hacer mejor. Pero le cuesta mucho eso de obedecer.

Es un milagro de la Gracia. Pero como consecuencia de eso, al marido le cuesta mucho querer a su mujer; no el sentir el atractivo sexual o el deseo sexual, eso no cuesta, pero lo que es querer y querer hasta dar la vida por ella cuesta mucho. Tanto, como a la mujer someterse. Y el Señor Le pide a los dos lo que no pueden hacer por sí mismo, lo que no les pide su psicología y necesitan la Gracia para hacer. Pero
–repito- que esto necesitaría también mucha más explicación sobre el trasfondo de la cultura, que es una cultura -la nuestra- muy particular, donde las relaciones se miden muchas veces en términos de poder y el poder en términos de quién manda, y todo eso envenena todas las relaciones humanas, también las de compañeros de trabajo, las de amistad; también, sin duda, las relaciones familiares. No sólo la de marido y mujer, sino también la de los padres, los hijos con los padres, las familias más amplias.

Y si nuestra vocación es el amor, que el Señor enseñe y enseñe a todos a vivir más y más en ese amor, y a fiarnos más de la Palabra de Dios que de los criterios que flotan en el ambiente, que muchas veces son como el virus, que son venenosos y contagiosos.

Y luego, el Evangelio es una preciosidad, porque es una palabra de aliento del Señor. La parábola del grano de mostaza o de la levadura lo que viene a decir es que somos muy poquito, que somos muy pequeños. Cuando el Señor predicaba no siempre tenía a los 5.000 de aquella vez que multiplicó los panes, sino que, a veces, y sobre todo a medida que avanzaba Su ministerio y aquello parecía como más peligroso, se quedaron muy pocos. Una vez hasta a los discípulos les preguntó Jesús: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Y él alentó a los discípulos con estas dos parábolas. El grano de mostaza es muy pequeño y, sin que uno sepa cómo, por el poder de Dios se convierte en un árbol grande. Y la levadura es un trocito muy pequeño que uno introduce en la masa del pan y hace fermentar toda la masa.

Que no nos avergoncemos nunca de ser poco. Que nos avergoncemos de no ser verdaderos, de no vivir conforme a la nobleza y a la grandeza de la vocación que el Señor nos ha regalado, del don que Él nos hace de Sí mismo y que es más poderoso en Su amor que ninguno de los poderes del mundo.

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

27 de octubre de 2020

S.I Catedral de Granada

Escuchar homilía

Contenido relacionado

Enlaces de interés