Carta pastoral de Mons. José María Gil Tamayo, con motivo del mes de la Patrona de Granada, Nuestra Señora de las Angustias, en septiembre.
Queridos hermanos:
Un año más celebramos el mes de septiembre dedicado a Nuestra Patrona y Madre, la Santísima Virgen de las Angustias, a quien venera Granada entera y ante la que se rinde, de una manera agradecida, con una devoción sin igual, especialmente en las celebraciones litúrgicas y festivas de estos días y que culminan con su gran procesión el último domingo de mes, a la que prepara su solemne novena.
Es un mes que corona con nuestro cariño a la Virgen de las Angustias nuestro particular carácter mariano, que forma parte de la innegable identidad granadina y cristiana a la vez, como lo es también nuestro amor a la Eucaristía.
Por todo esto, además de desearos unas provechosas jornadas en torno a Nuestra Patrona y una participación activa en su culto, cuya cuidada preparación agradezco a la Hermandad de Nuestra Señora de las Angustias y al párroco y demás sacerdotes de su Basílica, deseo pediros que este año os fijéis para vivirlo en vuestra vida de cada día, en la necesidad de practicar la oración a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo y de su Madre Santísima, modelo de oración e intercesora nuestra.
Como sabéis, el próximo año 2025 celebraremos en toda la Iglesia el Jubileo, convocado por el Papa Francisco como un tiempo especial de conversión y renovación cristiana bajo el lema “Peregrinos de esperanza”. El propio Papa desea que nos preparemos bien y en todas partes para este acontecimiento, y ha señalado que le alegra pensar que el año 2024 en que estamos y “que precede al acontecimiento del Jubileo, pueda dedicarse a una gran sinfonía de oración; ante todo, para recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo. Oración, para agradecer a Dios los múltiples dones de su amor por nosotros y alabar su obra en la creación, que nos compromete a respetarla y a actuar de forma concreta y responsable para salvaguardarla. Oración como voz “de un solo corazón y una sola alma” (cf. Hch 4,32) que se traduce en ser solidarios y en compartir el pan de cada día. Oración que permite a cada hombre y mujer de este mundo dirigirse al único Dios, para expresarle lo que tienen en el secreto del corazón. Oración como vía maestra hacia la santidad, que nos lleva a vivir la contemplación en la acción. En definitiva, un año intenso de oración, en el que los corazones se puedan abrir para recibir la abundancia de la gracia, haciendo del “Padre Nuestro”, la oración que Jesús nos enseñó, el programa de vida de cada uno de sus discípulos».
Ciertamente no se entiende el cristiano sin la oración, hoy más necesaria que nunca en nuestro mundo secularizado y descreído. La oración es precisamente una de las notas más repetidas de la enseñanza de Jesús: la invitación a orar, que es exigencia de nuestra condición de hijos de Dios y Él mismo nos da ejemplo de ello y así los relatan los evangelios: Jesús no sólo ora en los acontecimientos decisivos, sino en todo momento: «se retiraba a lugares solitarios para orar» (Lc 5, 16), «de madrugada…» (Mc 1, 35-37), «lleno de gozo…» (Lc 10, 21); porque tiene la certeza de la cercanía de Dios: «Yo no estoy solo, el Padre está conmigo» (Jn 16, 32), «Yo sé muy bien que me escuchas siempre» (Jn 11, 42). Lo mismo enseña a sus discípulos: «Es necesario orar siempre, sin desfallecer» (Lc 18, 1). Reza en el Templo y en las sinagogas con frecuencia (Lc 4, 16), participa en el culto público, recita los salmos y las plegarias judías (Mc 14, 22-23; 27), bendice los alimentos (Jn 6, 11)… Ora en lugares solitarios durante 40 días, de noche, en muchos momentos (Mt 14, 23; Lc 11, 1), con sus propias palabras. A sus seguidores nos enseña también a orar «En la intimidad» (Mt 6, 6), «en espíritu y verdad» (Jn 4, 23). Reza también por los discípulos, por Pedro (Lc 22, 32), por los suyos (Jn 17, 11ss), por los que creerán (Jn 17, 20), por el mundo (Jn 17, 21), por los enemigos (Lc 23, 34). Ora en los momentos difíciles: «de rodillas» (Lc 22, 41), «postrado» (Mt 26, 39), «con lágrimas» (Heb 5, 7), en la Cruz (Mc 15, 34; Lc 23, 45).
La oración ha de formar parte irrenunciable de la existencia del cristiano si queremos comportarnos como tales y vivirla todos nuestros días ya sea personal o comunitariamente, en nuestras casas o en nuestras iglesias. ¡Cuánto deseo que los templos de Granada puedan estar abiertos más tiempo para poder orar en ellos con paz y visitar al Señor y a Nuestra Señora!
En este año dedicado a la oración por el Papa esta es precisamente la razón por la que os pido que, a ejemplo de Nuestra Madre Santísima, orante y oferente en su bella imagen dolorosa que nos preside, nosotros, como ella, oremos proclamando las grandezas del Señor (Lc 1,46) e intercediendo por los demás (Jn 2,1-12).
Oremos a Nuestra Señora de las Angustias, “vida dulzura y esperanza nuestra” como le canta el pueblo cristiano, pues como dice la antigua oración mariana del “Acordaos”, “jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorándonos vuestra asistencia y reclamando vuestro socorro. Haya sido desamparado”. Recémosle con las sencillas oraciones que hemos aprendido desde niños de nuestros mayores. Y oremos con Ella en el Santo Rosario, siguiendo los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos, que el santo Papa Juan XXIII llamaba “el Evangelio de los sencillos”.
Juan Pablo II confesaba que el Rosario era su «devoción predilecta». Benedicto XVI, por su parte, escribió que “si la Eucaristía es para el cristiano el centro de la jornada, el Rosario contribuye de manera privilegiada a dilatar la comunión con Cristo, y enseña a vivir manteniendo fija en Él la mirada del corazón para irradiar sobre todos y sobre todo su amor misericordioso”. El papa Francisco, por su parte, ha declarado muchas veces que reza diariamente el Rosario de la Virgen María. “Soy de Rosario diario”, nos ha dicho más de una vez. Ha confesado también que en su familia, particularmente devota de María Auxiliadora, se rezaba diariamente. “La Virgen María fue en casa una continua referencia”, ha comentado en ocasiones.“Una cosa que me hace más fuerte todos los días –reconoció hace algunos años- es rezar el Rosario a la Virgen. Siento una fuerza tan grande, porque voy a estar con ella y me siento más fuerte”. La Virgen, como confiesa el Papa, nunca nos abandona: “María no nos deja solos; la Madre de Cristo y de la Iglesia está siempre con nosotros. Siempre, camina con nosotros”.
Queridos hermanos: ¡Reavivemos en nosotros, en nuestras familias y comunidades parroquiales, el rezo del Santo Rosario en este Año de la Oración, que nos prepara al Jubileo del 2025! ¡Tenemos tantas necesidades por las que pedir y motivos por los que dar gracias! Me encomiendo a vuestra oración.
Con mi afecto y bendición,
✠ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
Granada, 1 de septiembre de 2024