“Nuestra confianza está en la certeza de que el Señor es fiel”

Homilía en la Misa del Martes Santo, el 30 de marzo de 2021.

Las Lecturas de estos días primeros de Semana Santa nos ponen ya a las puertas del gran Acontecimiento de la Pascua, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Y probablemente de lo que se trata en estos días es, justamente, de irnos asomando, de ir contemplando, de ir buscando que esta realidad grande y luminosa que es lo que celebramos en estos días pueda ir penetrando y llenando nuestro corazón, y en la medida en que lo llena, lo cambia, lo modifica, lo purifica, lo ensancha también a la medida del designio de Dios.

El siervo del que hablan estos cantos del profeta Isaías que estábamos leyendo son a veces como una especie de plantilla sobre la cual se puede leer la Pasión del Señor. Y se puede leer también nuestra Pasión, porque no olvidéis que la Pasión de Cristo y nuestros sufrimientos, nuestra historia, nuestra vida -eso es lo que yo quiero subrayar-, más que ninguna otra cosa, se corresponden, porque, por la Encarnación, el Hijo de Dios se ha unido a nosotros de tal manera que cuando celebramos estos días no simplemente recordamos algo que sucedió, algo que sucedió hace dos mil años y que sucedió bajo Poncio Pilato, en un momento preciso de la historia, en una geografía concreta, sino que celebramos que eso ha cambiado de tal manera la Historia que todas nuestras vidas, nuestro presente, nuestras circunstancias, todo ha sido iluminado y transfigurado en ese abrazo inmenso que es la cruz del Señor.

Yo leía esta Primera Lectura y cuando decía el siervo de Dios, como una especie de anticipo -si queréis-, de las torturas internas que el Señor padeció en el Huerto de los Olivos, en Getsemaní, decía Él: “En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas”. Cuántas veces todo ser humano ha pensado eso en su vida. Todos lo hemos pensado. Cuántos padres no se sienten padres fracasados que no han sabido educar o transmitir lo que más querían o era más precioso para ellos a sus hijos. Cuántas veces una mirada sobre nuestra vida parece que hemos corrido tras el viento y que el tiempo se lo lleva todo y lo gasta todo. Sin embargo, eso, que es tan profundamente humano, que yo creo que es un pensamiento compartido de algún modo por todo ser humano, porque nunca la vida responde realmente a nuestro anhelo al mismo tiempo, es respondido por el Señor.

En realidad, el Señor defendía mi causa. Mi recompensa la custodiaba Dios. Eso lo hemos repetido en el Salmo: “Tú eres la roca de mi refugio. El alcázar donde me salvo, mi peña y mi alcázar eres Tú. Mi boca contará tu justicia y todo el día tu salvación”. Es decir, nosotros somos lo que somos y nuestra confianza no está en lo que somos o en lo que podamos llegar a ser, o en lo que somos capaces de hacer, sino que nuestra confianza está en la certeza de que el Señor es fiel. Es fiel a Su amor. Fiel a Su alianza. Fiel a Sí mismo. Y porque es fiel a Sí mismo, es fiel a nosotros y no nos abandona.

De hecho, yo ayer tuve la ocasión de asomarme a alguna de las iglesias donde estaban algunas de las Imágenes que solían salir en estación de penitencia en el Lunes Santo, y veía, igual que el domingo por la tarde, al pueblo cristiano de Granada acercándose a saludar, a orar un momento a sus Imágenes, a verlas. La mayoría son casi las mismas: una Imagen de Cristo y una de nuestra Madre. A veces, una Imagen de Cristo sola, otras veces una Imagen solo de la Virgen Dolorosa. Y uno ve que la historia que está detrás de cada una de esas Imágenes, que es la Pasión y la Muerte de Jesús, dice “cómo es posible revestirla de plata, de oro. Poner a una Virgen que está llorando llena de encajes de reina, que resplandecen de majestad y belleza”. Pues, por esto. Porque lo que celebramos no es simplemente un acontecimiento del pasado, no es simplemente la muerte de una víctima inocente. Esas las hay todos los días en nuestro mundo, a millares. Sino que lo que celebramos es que, cada una de esas víctimas que hoy mueren en nuestro mundo, el Señor las tiene en su corazón y no las deja. Y nuestras pobrezas, y nuestra miseria y nuestras pequeñeces. A veces no son miserias muy grandes. Son simplemente eso, pequeñeces, pero que nos hacen sufrir tanto, nos hacen decir como el siervo “en vano he gastado mi vida, en viento y en nada he gastado mis fuerzas”. Y el Señor responde “mi amor Te acompaña, mi amor está conmigo”. “Yo estaba a tu lado como fuerte soldado”, que dice otro pasaje de la Escritura.

El Señor está a nuestro lado como fuerte soldado, y en ese amor podemos aproximar y colgar y hacer que renazca nuestra vida. Renace a la luz de ese amor. Y sólo a la luz de ese amor.

Que el Señor nos conceda acercarnos al Misterio grande que celebramos en estos días, al amor infinito que se da en la Cruz de Cristo y, quedándose, vence al pecado y a la muerte, y que sea Él nuestra esperanza. La esperanza no es el optimismo. La esperanza no es la confianza de que ahora nosotros nos vamos a empeñar y vamos a ser por fin como queremos ser, o como Dios quiere que seamos. La esperanza es una virtud teologal porque tiene por objeto a Dios. Al Dios que es fiel. Al Dios cuya misericordia es eterna. Al Dios que cumple siempre sus promesas.

Que el acercarnos al Misterio de la Pasión sea acercarnos a ese Dios cuyo amor sin fondo, cuya fidelidad y misericordia sin fondo, se revelan en Jesucristo para cada uno de nosotros y para todos los hombres.

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

30 de marzo de 2021

Iglesia parroquial Sagrario-Catedral

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