«Nuestra alegría nace del hecho de haber encontrado el amor de Cristo»

Intervención del Arzobispo de Granada en el programa «Iglesia Noticia», emitido en Cadena COPE Granada el pasado 8 de julio.

Muy buenos días, queridos amigos.

Me gustaría comentaros hoy la segunda lectura de este XIV Domingo del Tiempo Ordinario. Es un pasaje según la Carta de San Pablo a los Corintios, que todos hemos oído muchas veces y que, seguramente, aplicamos de una manera que, no es que esté mal, pero no es ciertamente lo que San Pablo dice.

Es el pasaje en el que San Pablo comenta que tiene en la carne una espina, un ángel de Satanás que me apalea para que no sea soberbio, que le ha pedido al Señor que le libre de él por tres veces y el Señor le ha respondido «te basta mi gracia, la fuerza se realiza en la debilidad».

Y luego, San Pablo repite en dos ocasiones que presume de sus debilidades para que así resplandezcan en la fuerza de Cristo. Generalmente, nosotros aplicamos esa palabra, debilidad, a nuestras fragilidades morales, a defectos que tenemos, y a lo mejor con los que hemos luchado muchas veces, y a nuestras caídas, y a nuestras torpezas. Y no digo que lo que se interpreta cuando se interpreta así no sea verdad, porque es verdad que los defectos que tenemos son muchas veces la única forma que tiene el Señor de que nos acerquemos a Él como el pobre publicano diciendo: «Ten piedad de mí, que soy un pecador».

Y también es verdad que la experiencia de nuestros defectos es a veces el único camino que también tiene el Señor para librarnos de la soberbia que tendríamos si nos sintiéramos orgullosos de lo que somos o de lo que somos capaces de hacer.

Sin embargo, en el pasaje de San Pablo no se refiere a eso; se refiere a otra cosa, que yo creo que también tiene una enorme actualidad para la Iglesia de nuestro tiempo y para el contexto eclesial en este momento, en España. Y tal vez por una creencia que tiene el catolicismo español, desde hace mucho tiempo, que aparece ya reflejada en «El gran teatro del mundo», cuando la Monarquía sostiene a la religión que vacila y luego, a pesar de que la Monarquía ha vivido disolutamente, es perdonada por haber sostenido a la religión.

Y los cristianos, viviendo en nuestro contexto y eso es lo que ya expresa Calderón de la Barca, tenemos la tendencia a pensar que es responsabilidad del poder del mundo librarnos o defendernos de las dificultades que la Iglesia tiene en su camino, de un tipo o de otro.

Cuando San Pablo habla en este pasaje de debilidad, se refiere justamente a la carencia de poder, a la carencia de autoridad. Cuando se analiza cómo usa San Pablo este término -el término griego que le corresponde, «asteneia»- y justo en el contexto, dice: «Vivo contento en el medio de mis debilidades, de los insultos, de las privaciones, de las persecuciones, de las dificultades sufridas por Cristo, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte». Qué texto tan poderoso, qué paradoja tan misteriosa. San Pablo podría como fariseo, como… tenía un montón de títulos de los cuales podría gloriarse y presumir. Sin embargo, por el hecho de ser cristiano, era un perseguido, era un proscrito para su pueblo. Tuvo que recibir y aceptar de los poderes religiosos de su pueblo, como Jesús, y también de las autoridades públicas romanas en algún momento, persecuciones, cárceles, asedios, latigazos… Ésas son las debilidades a las que Pablo se refiere. Esas debilidades sirven siempre, es decir, la persecución de la Iglesia, las dificultades de la Iglesia, sirven siempre para hacer resplandecer, como la cruz de Cristo, el amor más grande, el amor más grande por el mundo. No significa eso que haya que buscarlas, pero tampoco corresponde al Evangelio pensar que habría que tener el poder, o que habría que hacerse con el poder, o que habría que buscar el poder para poder defender y sostener la fe. No, la fe se sostiene a sí misma, justamente como testimonio del amor más grande, justo cuando es vilipendiada, despreciada, objeto de burla, que es entonces cuando testimonia su raíz vivida.

Y eso corresponde a lo que el Señor nos enseñó en el evangelio. En el Sermón de la montaña, en San Mateo, en la última de las Bienaventuranzas, Jesús dice a los suyos: «Dichosos vosotros cuando os persigan, cuando os calumnien, cuando digan de vosotros toda clase de mal por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque lo mismo hicieron con los profetas anteriores a vosotros. Alegraos y regocijaos porque vuestros nombres están escritos en Libro de la Vida». Dios mío, nuestra alegría no nace de vivir en un mundo donde la Iglesia sea reconocida, valorada en el ámbito social y civil; nuestra alegría nace de que Dios es fiel, de que Dios no abandona jamás, de que nos sostiene el amor y la gracia de Dios.

En ese sentido, leído de nuevo, el pasaje de San Pablo es poderosísimo y tiene una actualidad enorme. Nuestra salvación -no es que vivamos en un mundo cristiano, que no lo será, además, si nosotros no sabemos dar testimonio de Cristo, de que Cristo vale más que la vida, que vale más que todos los honores y todos los aprecios de este mundo-, nuestra alegría no nace del hecho de vivir en un mundo cristiano, nace del hecho de que hemos encontrado el amor de Cristo, y ésa es la fuente de la vida verdadera. No hay otra.

Muy buen domingo, felicidades para todos.

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

8 de julio de 2012

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