Homilía de Mons. Javier Martínez en la misa del lunes de la I semana de Adviento, el 30 de noviembre de 2020.
Queridos hermanos;
queridos familiares de Cruz Fernando (ndr. por quien se ofrece la Eucaristía), los que estáis aquí y los que no seguís desde México:
Yo estaba explicando en estas últimas semanas, un poco el desarrollo, y habíamos llegado al comienzo del Credo, y me daba yo cuenta de que el Credo requiere por sí mismo tanto espacio y tanto tiempo para ser explicado bien que nos iba a hacer olvidar lo que había sido mi intención inicial, que era explicar cómo la Eucaristía, cada Misa, es un diálogo entre el Esposo y la Esposa. Entre el Esposo y la Novia, que culmina en la Alianza nueva y eterna, es decir, en el desposorio pleno que se da en la Comunión, por el que Cristo se une con una fidelidad total a Su Esposa la Iglesia.
Y entonces, me ha parecido que mejor sigo explicando –diríamos- esa conversación y ese diálogo, que es la estructura de la Eucaristía, y cuando hayamos terminado con la Eucaristía, tomamos el Credo y hacemos una exposición del Credo despacito, como el Credo requiere. Pero no perder el hilo de la argumentación con la explicación del Credo, que requiere mucho detalle, y un detalle que nos puede servir mucho para la vida.
Dejamos, por supuesto, nuestro diálogo en que las Lecturas eran el relato de una historia de amor; de la historia de amor más grande que explica y da sentido a todo amor humano, a todo amor esponsal, que es el amor de Dios por su Pueblo, consumado en la Encarnación del Hijo de Dios. Y el Evangelio era la Buena Noticia en la que el Hijo de Dios mismo declara su amor a la Esposa. Y eso, todos los trocitos del Evangelio, hay que leerlos en esa clave, hay que escucharlos en esa clave. Y sólo en esa clave tienen sentido las peticiones de perdón; sólo en esa clave tienen sentido también las enseñanzas que el Evangelio contiene, y cómo el Credo es la respuesta a esa declaración de amor del Esposo a su Esposa.
En el Credo Le decimos al Señor, la Iglesia le dice al Señor: “Señor, yo Te conozco, Te conozco como Dios verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en el Espíritu Santo espero de Ti lo que no podría esperar de ninguna persona en este mundo, ni de ningún amor de este mundo, que es el perdón sin límite de los pecados, la Resurrección de la carne y la vida eterna”. El Credo es, pues, esa respuesta, ese “sí” al amor de Dios, que es una primera realización de la Alianza. El Esposo, el Novio le dice a la Esposa que la quiere, y la Esposa le dice “sí” en el Credo. Pero no termina ahí el “sí” de la Esposa, sino que la Esposa le trae regalos a su Señor. Regalos que representan la dote, regalos que representan la ofrenda que los hombres, desde siempre, han hecho a los dioses, en el sentido a cómo ellos representaban a Dios. Nosotros Le presentamos, en el ofertorio, pan y vino.
En la antigüedad se presentaban muchas más cosas. Se traían dones y ofrendas que servían no sólo para la Eucaristía, sino para la atención de los pobres. Eso ha quedado después reducido a la colecta, pero se traían bienes en especie y en algunas iglesias de Oriente, todavía, en los pueblos del fondo de Egipto, hace años todavía eso se hacía. Se llevaba arroz, se llevaba trigo y eso representaba el “fruto de la tierra y del trabajo del hombre que hemos recibido de tu generosidad”, conscientes de que esos dones que ofrecemos, por una parte, son dones que Dios nos ha hecho y que nosotros, sencillamente, Le devolvemos lo que Él nos ha dado. Es decir, que no podemos presumir de sus dones, porque, aunque son dones fruto de nuestro trabajo, son dones que hemos recibido del Señor.
Pero, lo que yo quisiera subrayar es que, cada vez que el sacerdote, en nombre nuestro, presenta el pan y el vino… Fijaros que en la Eucaristía actual nosotros no hemos traído esos dones. Están en la sacristía, se preparan para la Eucaristía y eso hace que podamos perder la conciencia de que son nuestra ofrenda al Señor, son nuestro “sí” al Señor, nuestro regalo. El regalo que Le podemos hacer al Señor para nuestra boda, sencillamente, o para preparar la boda o para fomentar su amor por nosotros. Y son dones nuestros, aunque estén en la sacristía preparados. De hecho, esa parte de la liturgia del ofertorio termina con una oración. Igual que el acto penitencial del principio termina con la oración que se llama “colecta”, el ofertorio termina con una acción que se llama “secreta”. Claro, “secreta” en español significa como “secreto”, algo que se hace en voz baja… Pero lo que significa es “oratio super secreta”, es decir, sobre los dones que se han separado. Porque de los dones que ha traído el pueblo cristiano, se apartan los que se van a usar para el pan y el vino que se van a usar para el sacrificio. Y esos dones, separados, eso es lo que significa “secreta” en latín, en uno de sus significados; se ora por ellos y esa es la oración que luego hacemos. Y antes hay una oración del sacerdote que dice “con Espíritu de humildad y con corazón contrito, acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro Espíritu humilde. Que este sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu Presencia, Señor, Dios nuestro”. Esta oración la hace el sacerdote inclinado y en voz baja. Yo la hago todavía en latín, que es como la aprendí, pero es una expresión de que no ofrecemos el pan y el vino. El pan y el vino son expresión de nuestra ofrenda. Nosotros nos ponemos en manos del Señor. Nosotros nos ofrecemos a Dios. Le ofrecemos también nosotros y nuestra vida la hemos recibido de Dios, como el pan y el vino, y también nosotros ponemos esa ofrenda en manos de Dios. E igual que el pan y el vino se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Pero, la finalidad de la Eucaristía no es que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sino que la finalidad de la Eucaristía es que nosotros nos convirtamos en el Cuerpo de Cristo. Y por eso, presentamos el pan y el vino, pero, con ellos, intencionalmente, en nuestro corazón, nos ofrecemos nosotros. Y el Señor nos devolverá esa ofrenda convertida en su Cuerpo y en su Sangre para alimentar nuestra vida, nuestra vida diaria, para sostenernos en esa vida diaria.
Yo sé que necesitamos ese sostén y esa fortaleza de Dios. La necesitamos siempre, todos los días, la necesitamos habitualmente. Cuando hemos perdido a un ser querido, la necesitamos más. Cuando vivimos unas situaciones difíciles, como las que estamos viviendo, lo necesitamos más. Pero vamos a ir paso a paso.
Después de escuchar el relato y la declaración de amor de Jesús a su Esposa, la Esposa, es decir, la Iglesia, es decir, nosotros, nos ofrecemos al Señor en el pan y el vino que se presentan en su altar. Y el Señor hará, con esa ofrenda, algo infinitamente más grande que lo que nosotros Le damos a Él.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
30 de noviembre de 2020
Iglesia parroquial Sagrario Catedral