Homilía en la Eucaristía del VI Domingo del Tiempo Pascual de manos del arzobispo Mons. José María Gil Tamayo, celebrada en la S.A.I Catedral el 25 de mayo de 2025.
Queridos sacerdotes concelebrantes,
Diácono,
Seminaristas,
Queridos hermanos,
Junta de Gobierno, presidida por su hermano mayor de la Hermandad… de la Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias coronada, Santa María de la Alhambra. Hermandad Sacramental y de Penitencia,
Querido equipo y miembros de la hospitalidad de Lourdes,
Queridos enfermos,
Queridos hermanos y hermanas en el Señor.
Son muchos los motivos que concurren en este domingo para darle gracias al Señor. Acabamos de escuchar la Palabra de Dios y hemos escuchado de Jesucristo que nos ha dicho: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a Él, y haremos morada en Él. Esas palabras de Jesús en las que ya nos anuncia que se va al cielo… Ya, en estas fechas… El próximo domingo celebramos la Ascensión del Señor.
Quiere recalcarnos que el Señor no nos deja, que el Señor está con nosotros. Esas palabras con las que nos saluda el sacerdote en la celebración litúrgica: El Señor esté con vosotros. El Señor ciertamente está con nosotros. Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. El Señor está con nosotros en su Palabra, está en su cuerpo y su Sangre, real y verdaderamente presente. Está en los hermanos.
Cualquier cosa que hagáis, mis humildes hermanos, a mí me lo hacéis especialmente a los más desvalidos, a los pobres, a los enfermos. El Señor está a nuestro lado. Pero esto que hemos perdido, incluso en el lenguaje común: vaya usted con Dios, quedaos con Dios, Dios os guarde. Efectivamente, Dios nos guarda. Dios está con nosotros. Esta presencia de Dios, que es una mirada al tiempo y a nuestra situación, con una mirada de Dios y de fe en un mundo secularizado, la perdemos.
Por eso, escuchar la Palabra de Dios nos da alegría, porque esa presencia de Dios en nosotros es posible por el Espíritu Santo. Él os recordará todo, hemos escuchado en el Evangelio. Y eso es lo que nos da paz, nos da serenidad, nos da esperanza. Esa presencia de Dios en nuestro corazón, esa que nos da esa alegría interior que nos hace afrontar las dificultades, las contrariedades con un sentido cristiano.
Qué distinto es, queridos amigos enfermos, cuando se ve la enfermedad y se ve esos momentos de dolor por los que todos pasamos, en carne propia o en personas cercanas a las que estamos unidos por la amistad, por la sangre, por la estima. Pero todos pasamos por momentos de dolor, de sufrimiento. Todos experimentamos la debilidad humana, en la enfermedad que o bien nos desespera, o cuando lo miramos con los ojos de la fe y unidos al Señor, entonces nos santifica, nos da esa alegría y esa paz.
Hace un rato recibí un mensaje de una chica joven que está con un cáncer y me contaba… Le regalé un rosario que me dio el Papa y me contaba: don José María, me han dicho los médicos que me queda muy poco, pero estoy con paz. Lo ofrezco por la Iglesia. Me decía, por usted, por la Iglesia y desde el cielo rezaré por todos.
Cómo una persona joven, en la flor de la vida, humanamente es inexplicable. ¿Pero qué es lo que hace que se vean las cosas de otra manera? Y todos hemos experimentado, queridos amigos, en la pandemia. Algunos a punto de morir. Y hemos visto en nuestro estado debilidad personal y colectivo. Por mucho dinero, por mucha potencia, por muchas investigaciones, que gracias a Dios han venido en socorro, pero nos hemos visto inermes, nos hemos visto en estado de debilidad.
Pues todo eso, queridos hermanos, lo ha asumido Cristo. Y esta imagen tan bella, sin par, de Torcuato Ruiz del Peral. Donde tenemos esta angustia. Esta angustia que tiene como madre. Con esa espada anunciada ya por Simeón cuando presenta a Jesús en el templo: Y a ti una espada te traspasará el alma. Vemos como esta Virgen mira a su Hijo, como esta madre mira a su hijo, y en ese hijo nos reconoce a todos. Con qué delicadeza su mano derecha sostiene su cabeza. Como una madre a un bebé que no se sostiene, le sostiene la cabeza.
El cuerpo de Cristo en este momento no es un cuerpo rígido, veis casi desfigurado, porque ha cogido los contornos del regazo de la madre. Pues en ese hijo está representada la humanidad sufriente, la humanidad del dolor, la que persiste a lo largo del tiempo en tantas y tantas personas, desde hospitales, centros de salud o en sus casas, o en la soledad del abandono.
Esta imagen nos es tan querida porque esa angustia es compartida por todos. Ahora necesitamos el don de la fe. Necesitamos esa presencia del Espíritu Santo en nuestros corazones. Necesitamos el auxilio de la Palabra de Dios. “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”, nos dice. Y entonces, queridos hermanos, tendremos paz.
Esa paz interior, esa paz serena, esa paz que se nota en el enfermo con esperanza, en una esperanza de curación o en una esperanza de vida eterna que hoy está ocultada en nuestro mundo. Porque solo piensa de tejas para abajo y creemos que lo solucionamos todo. Y llega un momento en que ya no hay medicamentos, en que ya no hay solución, sino solo la Esperanza con mayúscula de una vida que no termina. Se trasforma, dice la liturgia.
Y al deshacerse en nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo. La Virgen nos acompaña: Mujer, ahí tienes a tu hijo, hijo, ahí tienes a tu madre, nos dice el evangelista Juan que dijo Jesús. Y desde aquel momento la recibió como algo propio. Esta virgen de Angustias Coronada, Santa María de la Alhambra.
Que aquellos hombres rescatan en 1928 esta imagen con esta advocación procedente del Convento Franciscano de la Alhambra. Nos la muestra toda Granada. Cómo nos vamos a querer a las Angustias, a Nuestra Señora de las Angustias. Pero, queridos hermanos, no nos quedemos en la imagen. Pasemos a estos Cristos, pasemos a esta realidad en nuestras casas, en nuestros familiares, en nuestros amigos, en quienes están solos, en los pobres, en los que sufren, en los sin techo.
Para que, así como hemos pedido en la oración colecta nuestra alegría pascual y el seguir celebrando a Cristo, nos lleve a llevar a las obras lo que recordamos en la memoria litúrgica de la resurrección del Señor. Porque obras son amores y no buenas razones. Y solo así nos encaminaremos a ese cielo que nos presenta el libro del Apocalipsis, libro escrito para cristianos perseguidos, donde Dios mismo estará ya plenamente con nosotros, porque su templo es el Cordero, y donde esa unidad y esa paz que anhelamos será plena.
Porque están los apóstoles en las puertas, en los cimientos, mejor dicho, ya están las tribus de Israel en las puertas. Dios lo será todo en todos. Que Santa María nos acompañe, que Ella nos lleve por el camino para un día, como le pedimos en la Salve. Gozar las promesas de nuestro Señor Jesucristo. Haznos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo. Muéstranos a Jesús, el fruto bendito de tu vientre.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
25 de mayo de 2025
S.A.I Catedral de Granada