Extracto de la homilía de Mons. Javier Martínez, Arzobispo de Granada, en el III Domingo de Adviento en la Santa Iglesia Catedral, el 16 de diciembre de 2012.
El Señor viene y que el Señor venga a nuestras vidas, que venga a nosotros -pobres criaturas, pobres seres humanos, frágiles, heridos por la vida, marcados por mil cicatrices- es algo que sólo puede suscitar asombro y adoración, sobrecogimiento de algún modo, y una alegría profunda; es la alegría de saber que Aquél que es la fuente y la plenitud de todos los anhelos de nuestra vida no sólo no se olvida de nosotros, sino que una y otra vez renueva el don de la Encarnación, el don de de su Pasión y Muerte, el don del Espíritu Santo nos llama a participar de su vida divina. Y ésa es la alegría de la Navidad, que vence a todo, la alegría de que sea cual sea nuestra historia nuestras circunstancias, nuestras capacidades, nuestros dolores y, hasta nuestros remordimientos, el amor de Dios y la gracia de Dios es infinitamente más poderosa y más grande, que todas aquellas cosas que podrían ser para nosotros motivo de ansiedad, dolor, amargura o desesperanza. (…)
En la vida hay una herida muy profunda. Si hacemos depender de esto nuestra alegría, casi nunca podríamos estar contentos, ni el día de Navidad ni ningún día del año. Sólo que la vida tiene tantas cosas que nos olvidamos (…) de que esa realidad sangra (…), de que estamos enfermos y necesitamos un salvador. Y podemos vivir fingiendo que somos felices y engañándonos a nosotros mismos (…). Lo que hace la Navidad es obligarnos a pensar a afrontar la realidad de los que somos, pobres seres humanos, incapaces de alcanzar la gloria de Dios para la que hemos sido creados y heridos por la herida del pecado. (…)
Hay un motivo para la alegría, y no es que nosotros funcionemos bien. (…) Nuestra alegría nace de que siendo lo miserables que somos, Dios ha creído que valía la pena venir hasta nosotros, darse a nosotros, abrazarnos y llamarnos a su Reino, a su vida divina. Ésa es la alegría y ésa es la fe. (…) Yo no celebro la Navidad porque todos hayamos sido buenos y estemos tan contentos con el mundo que tenemos. Celebro la Navidad porque ha aparecido la gracia de Dios y su amor a los hombres. Ha aparecido la única medicina que es capaz de hacer desaparecer nuestras heridas, no porque las haga desaparecer de una manera mágica, sino porque es más grande que nuestras heridas y nos abre a un horizonte de mirada, que va más allá de la muerte y de nuestras miserias y de nuestros males. Y ésa está entre nosotros, está aquí, nos es dada en cada Eucaristía; cada Eucaristía es una pequeña Navidad. (…) Siempre podemos estar alegres. Sólo quien está alegre da gracias, y en cada Eucaristía somos invitados a dar gracias.
Que el Señor nos conceda suplicarLe su venida, conscientes de lo que suplicar esa venida significa.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada