Homilía del arzobispo de Granada, Mons. José María Gil Tamayo, en el III Domingo de Cuaresma, en la S.A.I Catedral el 23 de marzo de 2025.
Queridos hermanos sacerdotes,
Especialmente con José Alberto y don Ferdy, de la parroquia de la Zubia,
Queridos amigos de la Zubia,
Querido coro,
Queridos todos en el Señor,
Estamos en el tercer domingo de Cuaresma y no podemos perder de vista que es un itinerario. Es un camino. La Cuaresma es un tiempo que servía para los catecúmenos, para prepararse a recibir el bautismo en la noche pascual, en la madre de las vigilias, que conmemoramos la resurrección del Señor. Es más, hoy tenía lugar el primer escrutinio como acto sacramental en la preparación al sacramento del bautismo. Pero para los que somos cristianos ya de hace muchos años, el tiempo de Cuaresma, que es un tiempo de conversión, ciertamente de penitencia, que lo ha recordado hoy la oración colecta, especialmente en esos tres elementos: la oración, iluminada por la Palabra de Dios, el ayuno, la mortificación.
Para darnos cuenta tenemos que vivir desprendidos de los bienes, no poner en ellos nuestro corazón. En este mundo consumista. Y al mismo tiempo no para ahorrar, sino para ser generosos en nuestra limosna y en el ejercicio de la caridad que autentifica el culto cristiano, especialmente a los más necesitados. El tiempo de Cuaresma, ese tiempo de puesta a punto de nuestro bautismo, los que ya lo recibimos hace tiempo, sirve para que tomemos conciencia de los compromisos bautismales, para darnos cuenta de que somos hijos e hijas de Dios.
Para percatarnos de que nuestra condición de bautizados, de hijos de Dios, es nuestra dignidad, es lo más grande que ha podido ocurrirnos. Lo que San Pablo en la segunda lectura de hoy, nos habla de que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. En este tiempo jubilar, además, donde la esperanza… el Papa nos invita a que seamos peregrinos de esperanza. La esperanza no defrauda. La esperanza en nuestro Señor Jesucristo. La esperanza que nos mantiene alegres en medio de las dificultades, nace de que hemos sido salvados por nuestro Señor. Y nos ha dicho San Pablo: por un hombre justo… Tal vez sea por Él. Bueno, pues explica uno que uno pudiera morir, pero nosotros, siendo pecadores, Dios entregó a su Hijo por nosotros.
Hemos sido salvados. Tomar conciencia de la salvación es otra de las características de este tiempo. Ese tiempo de Cuaresma, de preparación a la Pascua, de renovación interior y bautismal. Acordaros que empezamos pidiéndole al Señor en el primer domingo de Cuaresma, avanzar en el conocimiento del misterio de Cristo, vivido en su plenitud. Se nos presentaban las tentaciones para darnos cuenta de que ser cristiano es lucha.
Y veíamos el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo luchando contra las tentaciones, que de manera simplificada resumen las tentaciones que puede sentir la persona. Y veíamos en el segundo domingo como el Señor, a nosotros y a siervos que se preparaban al bautismo, no solo les hablaba de lucha en la vida cristiana, sino también de participar en el anticipo de la gloria, que es la salvación.
Y por eso, los trasladaba con Jesús en la figura de los tres apóstoles amigos. Y teniendo presente a la ley y los profetas en la figura de Elías y de Moisés. Cómo se cumple en Jesucristo, a quien hemos de escuchar como el Hijo amado del Padre. Y hoy nos viene este diálogo maravilloso de Jesús con la samaritana. Jesús, cansado del camino, nos muestra esa humanidad de Cristo.
Dice San Agustín que Él que nos muestra su humanidad, nos da al mismo tiempo la fortaleza. Se hace humilde para hacer carne en nosotros, pero lo hace con la fuerza de Dios que habita corporalmente en Cristo nuestro Señor, Salvador nuestro. Y como siempre, los milagros en el Evangelio de Juan, estos encuentros provocan la fe, la fe de esa mujer que es de lo que tiene sed Cristo, como de nuestra fe.
Esa cesión personal, no ser cristianos de costumbre, simplemente. No ser cristianos con una fe supuesta pero que no se explicita en la vida, que no se confiesa en las palabras y en las obras, que es lo que convence de nuestro ser cristiano. Cristo necesita tu fe y la mía. Esa fe que es la que Jesús arranca de los samaritana cuando le dice que vendrá el Mesías.
Y Jesús le dice: “Yo soy el Mesías”. Se produce un verdadero encuentro con el Hijo de Dios. Ese Hijo de Dios que entra en la condición humilde del cansancio y que al mismo tiempo que le pides agua, se muestra como el dador del agua de la vida eterna que salta hasta la vida eterna. Ese agua viva que es el bautismo, que es el renacer del agua y del Espíritu Santo. Que es el don de Dios del que le habla Jesús a la Samaritana.
Y esa mujer, en ese diálogo, va cambiando hasta el punto de que se confiesa ante Cristo. El marido que tiene, como le dice Jesús, no es suyo. Y esa mujer se convierte. Y no sólo eso, sino que la conversión es expansiva. Otros vienen a conocer a Jesús. Con esto se enseña a los primeros cristianos. Con este pasaje del Evangelio.
Cómo tenemos que responder con la fe y a la revelación de Dios en su Hijo Jesucristo. Y cómo en él queda calmada esa sed que tenemos y que se nos ha puesto esa figura en el Antiguo Testamento ante la roca de Horeb. El pueblo que clama contra Moisés sediento. Y que Moisés, con el bastón con el que ha producido los milagros en Egipto, toca la roca, y de ella sale el agua viva para el pueblo.
Los Padres de la Iglesia ven en el bastón la cruz y la roca al pecho de Cristo, de donde nacen los sacramentos, de la Iglesia. Donde nace ese agua viva de la que nos alimentamos, de la que vivimos todos, que es la gracia de Dios. Luego, queridos hermanos, ¿cuánto contenido en estos diálogos para que nuestra fe sea viva? Qué es lo que quiere arrancar Jesús de nosotros.
Decía también San Agustín que Dios, que nos creó sin contar con nosotros, no nos salvará sin contar con nosotros. Dios es muy educado y exige la adhesión personal de cada uno. Que sí, la hemos dado en el momento de nuestro bautismo y la dieron por nosotros. Pero que hemos de renovar constantemente diciendo: “Señor, yo creo”. Es lo que pretende el evangelista, sacarnos de este encuentro con Jesús, como lo hará también con el ciego de nacimiento.
Los milagros nacen de la fe y llevan a la fe. Ojalá nuestra fe sea contagiosa, nuestra fe sea alegre nuestra fe y sea fuerte. Que así sea.
Le pedimos a la Virgen, que es precisamente feliz, porque ha creído, bienaventurada porque ha creído. Es la primera bienaventuranza del Evangelio, la que Isabel en la visita de María le sale al paso diciendo: “Bienaventurada tú que has creído lo que se le ha dicho de parte del Señor”.
Que ella nos sostenga. Aumento de nuestra fe, del Señor, para que nosotros también le confesemos en nuestras palabras y sobre todo con nuestra vida.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
S.A.I Catedral de Granada
23 de marzo de 2025