“La universidad tiene que ser un espacio de diálogo sereno”

Querido señor Rector;
miembros de la Junta de Gobierno de la Universidad;
queridos profesores;
queridos alumnos;
queridos amigos todos:

Es un motivo de alegría empezar el curso con esta celebración. Con esta celebración en que desde la fe le pedimos al Señor pedimos que envíe Su Espíritu y que ayude en los trabajos.

Acabamos de escuchar la Palabra de Dios en que reivindica sabiduría. Esa sabiduría que, como decía Eliot, “¿dónde está la sabiduría que hemos perdido con el conocimiento?, ¿dónde está el conocimiento que hemos perdido con la información?”.

Hoy más que nunca tenemos un caudal de información infinito, inmenso. Tenemos un caudal inmenso de conocimientos, que se han ido adquiriendo y que constituyen el bagaje de la humanidad, transmitido de unos a otros y que, realmente, forma parte de nuestro acervo. Pero, en ese camino, tenemos que preguntarnos si no hemos perdido grados de sabiduría. En su sentido más genuino y profundo del sentido. El ser humano es el ser que busca el sentido; que busca el sentido de la existencia; que no se conforma con tener medios de vida, calidad de vida, esperanza de vida, se llama. No se conforma, simplemente, con la sociedad del tener, sino que aspira a saber y, sobre todo, aspira a ser más, mejor. Y estas dimensiones del ser humano, integradas en lo que es esa vida completa, esa vida buena de la que hablaban los clásicos, esa vida en plenitud, en definitiva, que la civilización cristiana ha ido conformando en la dignidad de la persona humana, con sus derechos inalienables; esa situación, ese estar, que nace del ser de la persona, de su naturaleza profunda, de lo que el Papa Ratzinger llamaba “de la gramática de la naturaleza”, de la constitución profunda de la persona…

Queridos amigos, eso es algo a preservar. Y preservar, sobre todo, cuando vivimos en un mundo enormemente complejo. Estamos en una zona en que los movimientos sísmicos casi nos hemos acostumbrado. Pero, estamos asistiendo a nuestro mundo, no solo a un cambio, estamos en un cambio profundo, no sólo en una época de cambios, sino un cambio de época. Estamos asistiendo, por primera vez en la historia, con una aceleración inusitada a una transformación, y no sólo a una transformación propiciada ciertamente por las nuevas tecnologías.

Estáis, todo el verano ha sido noticia la UGR por la inteligencia artificial. Yo os felicito que por fin esto pueda, porque detrás hay un esfuerzo, hay toda una ilusión y todo un trabajo. Pero no voy a hablar de política. En comunicación, se dice que la política la ha invadido todo. Si cogemos un periódico que es la expresión de la agenda de las personas, de la agenda de la sociedad, vemos que la política está en todo. Ocupa gran parte. De tal manera, que la vida ha quedado reducida a una página, a dos páginas, que ahora se llama de sociedad. Y al mismo tiempo, en esta sociedad convulsa nuestra, han aumentado las páginas de sucesos. Las páginas de necrológica han desaparecido, porque la realidad de la muerte no la queremos ver aparecer. Y Él nos ha dicho en la Escritura que el Señor nos ayude a calcular nuestros años, para que adquiramos una sabiduría.

Luego, en este mundo convulso, en este mundo acelerado, en este mundo de un acelerador no sólo de partículas que tenéis entre mano, sino en ese acelerador de la vida tenéis una función esencial. El rector decía el otro día que la universidad no es una máquina de expender títulos. No se trata simplemente de conseguir un título, de tener unos saberes -si queréis, unos conocimientos cada vez más parcializados o más especializados, pero, al mismo tiempo, sin el intercambio de la ‘universitas’ de saberes-, y toda esa armonía de saberes es lo que da la universidad. Y un crecimiento en cantidad no lleva consigo un crecimiento en calidad, en intensidad, en profundidad. Don Miguel de Unamuno, ilustre rector, decía que tenemos que cultivar el adentramiento, el adentro de la persona. Lo que nos da esa sabiduría que reclamaba Elliot, que la Sagrada Escritura nos propone como un don de Dios, como algo que nos hace saborear la vida: sabiduría-saborear.

Y desde esa sabiduría es la que hay que transmitir, hay que llevar a la gente. Con un sentido testimonial del profesor, del que profesa (hay un intercambio permanente en las terminologías entre los religiosos, no en vano de la universidad, la funda de la Iglesia); hay un trasvase entre el ámbito del conocimiento de la universidad y el ámbito litúrgico. La cátedra es donde se sienta el obispo, de ahí viene catedral-el que enseña; profesor viene de profesar, y profesar se llama al credo, la profesión de fe. Y profesar se llama cuando los religiosos, las religiosas, hacen la entrega de su vida, profesar.

Pues, yo os pido, queridos profesores, que profeséis un sentido y una sabiduría de vida que da sentido a lo que se hace y a lo que se transmite. Que tengáis un sentido testimonial, porque pasan por vosotros generaciones, para que salga con la información necesaria, ciertamente, sin esa polución informativa de la que se habla en el mundo de la comunicación. Que sepan seleccionar realmente lo que constituye algo bueno para el ser humano. Y al mismo tiempo, con un acervo de conocimientos, que ahora los llamáis competencias; un acervo de conocimientos, pero, sobre todo, con el desarrollo de algo que constituye uno de los elementos esenciales del humano, la curiosidad, la pregunta, el sentido. Y, lógicamente, que pongáis las bases de una sabiduría con la que moverse, con una recuperación del sentido común en nuestra sociedad, con una recuperación de lo obvio en un mundo de relatos, con una recuperación, en definitiva, de la persona que peligra en medio de esta vorágine, de esta aceleración de vida, de esta polarización que asistimos.

Vivimos un momento complejo. Y la universidad no puede ser no sólo una expendedora de títulos, sino simplemente un lugar; sino que tiene que encontrar en el ámbito social, en el ámbito público, y la vida personal de cada uno, un tiempo que marque, como un tiempo de profundización, de crecimiento, no sólo de adquirir competencias para encontrar un hueco en un mercado laboral, sino algo mucho más profundo, para saber y mejorar en ser, para saber y mejorar en la buena vida, en el sentido de la virtud.

Y esto es importante, queridos amigos. Y la fe viene ahí a iluminar, a dar sentido. Porque sin Dios se viene abajo todo. Sin el que es la verdad suprema, que es la respuesta. Y Jesús mismo nos dice “Yo soy el camino” (y al mismo tiempo, la meta, decía San Agustín), “Yo soy la verdad”, que da razón a nuestras preguntas, “Yo soy la vida”, que nos hace superar ese sentido de la hierba que nace y que muere y fenece por la tarde, sino que aspira a una plenitud por la que el ser humano es eso también: anhelo, plenitud, deseo, tensión, proyección. Todas esas cosas tenemos que… Y evitar la politización, por favor. Y al mismo tiempo, poner esos cortafuegos, que son tan necesarios en nuestra España, visto el verano que hemos pasado, para preservar la identidad del sentido originario de la universidad. Y aspirar a lo mejor, a formar hombres y mujeres que sepan ser personas, no sólo individuos o sólo elementos de un engranaje, de una cadena de mercado, según ofertas y demandas. Y, sobre todo, la recuperación del sentido social de la universidad, que no está sólo en su titularidad pública, sino en el sentido del quehacer. No es gente que sale para lucrarse, sino para servir. Fijaros, hasta los ministros vienen de la palabra servir. Y ahora se ha quedado para los elementos de informática, que son los servidores.

Queridos amigos, recuperemos el sentido genuino. Pensemos en esta sociedad nuestra. Y otra cosa que quiero transmitir. La universidad tiene que ser en esta España plural, en esta España que ha cambiado su rostro, un espacio de diálogo sereno, no de imposición ideológica. Una defensa con la razón, pero, sobre todo, con la paz de esa mansedumbre de la que habla Jesús. Con esa mansedumbre que no se puede tener violencia en nombre de Dios, en absoluto. Tampoco la universidad puede ser un escenario de enfrentamiento o de leña para la polarización que vivimos.

Tenemos que recuperar el sentido del quien piensa contrario y del respeto que va más allá de la tolerancia. El respeto se basa en las convicciones propias y en la certeza, a la que se ha llegado por unos saberes que incluyen la fe, al menos una recta razón, pero se lleva al respeto del otro y su dignidad. Por favor, vivamos una universidad que genere personas de paz, personas de convivencia, personas que sepan del respeto más allá de la tolerancia o de la coexistencia pacífica, sino personas que llevan el sentido del reconocimiento del otro en su grandeza y su dignidad. Y de ahí nace una solidaridad cimentada, no una solidaridad de eslóganes según moda o según estrategias políticas, sino una solidaridad que nace del amor a la persona por lo que es, no por lo que piensa ni por lo que tiene.

Todo esto lo vamos a pedir al Señor, al menos yo lo haré por vosotros, a la par que pido por vuestras familias y por el trabajo que realizáis. Y pido también por los difuntos de vuestras familias, de los profesores, de todos.

Que la Virgen, hoy celebra la Iglesia el Dulce Nombre de María, que Ella, con esta imagen de la Virgen de los Remedios, que también remedie tanta necesidad que tenemos.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
12 de septiembre de 2025
Parroquia Santos Justo y Pastor

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