“La oración cristiana está marcada por el acontecimiento cristiano”

Homilía de Mons. Javier Martínez en el XXIX Domingo del Tiempo Ordinario y Jornada Mundial por la Evangelización de los Pueblos, el 20 de octubre, en la S.I Catedral de Granada.

Queridísima Esposa de Nuestro Señor Jesucristo, pueblo santo de Dios, Iglesia del Señor, mis queridos sacerdotes concelebrantes, saludo también de manera especial al coro de Nigüelas, que ya regularmente, al menos una vez al año, o de vez en cuando, venís por aquí a acompañarnos en la celebración de la Eucaristía y nos permitís también gozar de vuestra alegría.

Queridos hermanos y amigos todos:

La liturgia de hoy nos pone antes los ojos el tema de la oración y nos dice algunas cosas preciosas sobre la oración, sobre este aspecto tan mágico de toda vida de relación con el misterio, que es Dios, y también, naturalmente, de toda vida cristiana.

En toda religión se dan formas de oración, y en la vida cristiana también. Son muy diferentes a veces, y puedo señalar algunos rasgos. Por ejemplo, nosotros nunca nos postramos (…)… poquísimas ocasiones, el día de Viernes Santo o el día que se ordenan sacerdotes, diáconos u obispos, para mostrar la indignidad del ser humano antes un misterio (…), pero oramos de pie y nos dirigimos a Dios de pie; y no olvidemos que muchos de los gestos de la liturgia provienen del mundo oriental y tienen que ver con lo que eran las cortes orientales, pues porque Cristo es presentado desde el principio como Señor, ante todo, Señor del Universo, Señor del tiempo y del espacio. Y hasta ese señorío de Cristo se representa en la mitra que lleva el obispo, que con las transformaciones del paso de los siglos, pero es el turbante que llevaban el rey de reyes en los ámbitos del Imperio Persa en la Antigüedad, eso es lo que representa, y del resto del turbante quedan esas dos cintas que cuelgan por detrás; era un turbante de seda, normalmente con piedras preciosas, que el obispo emplea en unos momentos en la liturgia en que representa a Cristo de la manera más expresiva, y se la quita siempre cuando tiene que dirigirse a Dios. (…).

Pero oramos de pie, normalmente, y oramos de pie, en una corte oriental. Si habéis leído alguna vez el libro de Ester, nadie se presenta delante del rey sin permiso, y se postra en tierra. Los cristianos oramos de pie, de la misma manera que al rezar el Padrenuestro decimos «nos atrevemos a decir» porque somos hijos, y los hijos tienen libertad para dirigirse a su padre. Los hijos del rey entran en el salón del trono y también se dirigen a su padre de pie, no temen; ¿por qué?, porque son hijos, porque tienen el mismo espíritu de hijos que el Hijo de Dios nos ha comunicado en el Bautismo y nos comunica cada vez en la Eucaristía. (…)

Y los padres, un Padre de la Iglesia, creo recordar que San Ambrosio, en un discurso suyo dice: «Los gentiles se dirigen a Dios con las manos hacia arriba porque se dirigen a Él como mendigos, que pide una limosna». Los cristianos le enseñamos las llagas de Cristo, nos escondemos, por así decir, detrás de las llagas de Cristo. Le mostramos al Padre ese gesto que recuerda un poquito a la crucifixión, y por eso terminamos también toda oración diciendo: «Por Jesucristo, Nuestro Señor», por Jesucristo Nuestro Señor estamos de pie y nos dirigimos a Dios como hijos a su padre, no como siervos a su Señor, no como esclavos ante el rey, sino como hijos a su Padre, y por Jesucristo Nuestro Señor, sabemos que nuestra oración puede ser escuchada.

Entro en todo este preámbulo para decir que la oración cristiana está marcada por el acontecimiento cristiano, no es simplemente la oración del hombre que se resume en esa oración, la oración del hombre que no ha conocido a Jesucristo podría resumirse en esa oración con la que empieza siempre la oración de las horas: «Dios mío, ven en mi auxilio». Eso es lo que el hombre, como criatura, puede decirle a Dios. Pero la liturgia de las horas, los laudes y las vísperas va avanzando, y al final termina diciendo «Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre…». De ese grito de auxilio -es decir, el hombre dirige a Dios ante la conciencia de la fragilidad de su propia vida, de la fragilidad de su amor, de la fragilidad de su permanencia en el bien-, ante ese grito que es la oración del hombre -podríamos decir al hombre pagano, del alma pagana- pasa, a través del anuncio y de la liturgia de la Iglesia, a ser ese hijo que compadecía con libertad de espíritu, con confianza, se dirige a su padre y se atreve a decirle «Padre Nuestro que estás en el cielo». ¿Qué ha pasado entre medias? Pasa el Espíritu de Dios. (…)

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

20 de octubre de 2013. S. I Catedral

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