“La hospitalidad es la forma más exquisita del amor, junto con el perdón”

Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía del Encuentro de Delegados y responsables de Pastoral Universitaria organizada por la Conferencia Episcopal Española en Granada.

Muy querido D. Alfonso, queridos hermanos y amigos todos:

Hemos oído muchas cosas y muy sabrosas a lo largo de la mañana. Por lo tanto, yo no quisiera que mi palabra alargase excesivamente cosas que ya tenemos un poco en nuestro interior. Y sin embargo, la celebración de la Eucaristía es el centro de la vida y el centro de cada día y el centro del mundo en realidad. (…) Estaba leyendo una cosa (…) que hablaba de la transustanciación. Y decía que una de las experiencias más traumáticas que puede uno imaginarse en la vida es la celebración de la Eucaristía, no sólo porque se afirma un milagro que sucede sobre el altar, sino porque la razón de ser de ese milagro es una transformación radical en nuestro ser. Lo que sucede es que nadie vamos a Misa pensando que va a suceder algo que cambie nuestra vida (…)

Me doy cuenta de que a nada que nos tomemos en serio lo que decimos, efectivamente la Eucaristía tendría que ser una experiencia, no traumática (…), pero, desde luego, es una experiencia nupcial en la Tradición de la Iglesia, aunque se nos haya olvidado eso y lo tengamos muy olvidado, y hasta las traducciones vaciado de sentido y marginado. Pensamos que Cristo viene aquí para hacernos más buenos y que nosotros nos podamos esforzar para que seamos un poquito más buenos. Y eso no sólo produce traumas, sino que es fuente de muchas frustraciones en nuestra vida. Con esa conciencia de que cuando rezamos el “Sanctus”, o si lo cantamos, en este momento está sucediendo el Acontecimiento de Cristo. Todo. La Navidad, la Pasión, la mañana de Pascua, la mañana de Pentecostés y sucede el Acontecimiento de Cristo que “he venido para que ellos tengan vida y la tengan en abundancia”. Eso por lo pronto nos abre el corazón y yo con ese corazón abierto que deseo para mí, porque lo deseo para mí, lo deseo para cada uno de vosotros.

Quisiera subrayar dos o tres cositas sencillas. Una es casi un tópico. Ya se ha convertido en una frase hecha o en un eslogan pastoral: “Iglesia en salida”. Pero si es que hay algo que caracterice desde que yo recuerdo en mi ministerio sacerdotal de la Pastoral Universitaria, es que es una Iglesia en un lugar que no es propio de la Iglesia, que normalmente es propiedad del Ayuntamiento, del Estado, o de quién sea, pero que no es propiamente nuestro. Entonces, una Iglesia “in partus infidelium” si queréis (…) La “Iglesia en salida” no es una moda. Es que nuestro Dios es Amor y el amor es un acto siempre de salida. De salida en la Creación, de salida en la Redención, de salida en la Eucaristía, de salida hacia nosotros (…)

El centro de la Iglesia está en la periferia. En ese despacho en el que tú entras y esa persona no es creyente y cuando sales sigue sin ser creyente, pero se ha encontrado con una mirada, con un modo de tratar, con un algo que le dan ganas de seguir esa relación. Un poco como los apóstoles Juan y Andrés que se quedaron y al día siguiente buscaban y decían “hemos visto al Mesías”.

El famoso pasaje de Filipenses 2, 6-11: “No tuvo como algo digno el retener ser igual a Dios, sino que se despojó a Sí mismo y tomó la condición de esclavo”. Y esa es Su autoridad. Nuestro Dios, el Dios que nosotros hemos conocido es el más grande porque es el Dios que es Amor y el amor hace que nuestro Dios sea una donación permanente. Abrir el corazón a Dios es entrar en esa corriente de salida, de amor de Dios que se da y que se da por el hombre como está. Da lo mismo cuáles sean las condiciones culturales, previas (…)

No poner condiciones al ser humano que viene como viene; que viene roto. Hasta el ejemplo de la relación con la samaritana, es uno de los ejemplos más bellos del Evangelio. No le dio unas lecciones sobre cómo tenía que ser el matrimonio en ese momento. Le abrió el significado de su misión, de su ser, de su persona y eso la transformó. Fue una experiencia traumática en el sentido que hablaba antes.

El segundo pensamiento que yo agradezco mucho que haya salido es la hospitalidad. Como forma especialmente se da en muchas tradiciones religiosas (…). Lo específicamente cristiano es que cada vez que nosotros pensamos que tenemos que acoger a un ser humano sucede lo inverso, somos nosotros los acogidos. Tenemos que acoger. Empiezo por la Eucaristía. Tenemos el don de Cristo que viene a nuestras vidas. Que no viene para que adoremos la omnipotencia del milagro de que se transforme el pan en el cuerpo y la sangre del Señor. Yo puedo creerme que soy quien lo acojo y que tengo que preocuparme de cómo acogerlo bien y transmitirle a los otros cómo acogerlo bien. Cuando, en realidad, si me doy cuenta, cuando yo recibo al Hijo de Dios, soy yo el acogido en la vida divina. Soy yo el que soy acogido por Dios y se me da la posibilidad de vivir en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Y entonces, esa dinámica de amor se convierte en una dinámica de acoger; de acoger al otro como yo he sido acogido. “Lo que habéis recibido gratis dadlo gratis”, y lo que hemos recibido es la hospitalidad de Dios.

(…)

No hace mucho leía yo también un libro sobre los niños. “¿Qué es un niño?”, se titulaba el artículo. Pretendía iluminar el significado de los niños. Un libro sobre teología y medicina. Y decía, ¿qué es un niño? Un niño es siempre un extraño. Un desconocido. No hay textos en el Evangelio sobre cómo tratar a los niños (…), cuál es el significado de la acogida de un niño, pero hay un montón de pasajes sobre la hospitalidad con los extranjeros y el niño es un extranjero que, de repente, viene a mi. Y nuestro mundo que se atrincheró detrás de muros y fronteras tampoco sabe acoger a los niños, porque no tiene el sentido de la hospitalidad, sobre todo no tiene la experiencia de que hemos sido nosotros acogidos. ¿Por qué no la tenemos? No la tenemos porque desde hace mucho tiempo hemos desaprendido a imaginarnos al Dios cristiano. Y hemos aprendido a imaginarnos a Dios como un ingeniero poderoso que trabaja fuera de la Creación y está fuera del mundo creado. Y a Jesucristo como algo que no tiene intrínsecamente nada que ver con la creación, ni con las cosas humanas, ni con las cosas de la vida, que permanece en el mundo de lo sobrenatural, de lo espiritual, en otro mundo que no es el de la vida real.

Entonces, resulta muy difícil sentirnos acogidos. Al revés, estamos, pase lo que pase, siempre tratando de buscar el culpable. Y un culpable muy fácil es Dios porque nos seguimos imaginando a Dios como un ingeniero o como el emperador de la Guerra de las Galaxias: alguien que está fuera y controla las cosas, cuando algo no funciona en el mundo…

(…)

Un Dios así no es un Dios que acoge; es un Dios que sólo está ahí para que le echemos culpas y para que le solicitemos que las cosas funcionen bien. Decía un teólogo amigo mío: “Todos rezamos cuando estamos enfermos”, pero casi nadie Le rezamos cuando estamos enfermos al Dios cristiano. Le rezamos al Dios de la teología natural, porque lo que pedimos es que el filamento que se ha roto por algún lado lo restaure. Pero ese no es el Dios de Jesucristo. Es el Dios de la teología natural.

Todo nuestro ser participa del Ser de Dios. Hay dos conceptos cristianos y que podrían ser acogidos por alguna otra tradición religiosa, pero que son específicamente cristiano: todo lo que es participa del Ser de Dios. Y luego está la analogía, pero eso significa que si estamos aquí, si estamos vivos, si nos oímos unos a otros, hemos sido acogidos por Dios dentro de Sí, porque el mundo no existe fuera de Dios. Dios es infinitamente más grande que el mundo sin duda, trascendente absolutamente, pero no fuera. En Él vivimos, nos movemos y existimos. Estamos en Dios, vivimos en Dios y eso significa que ser es ser acogido en el Ser de Dios. Ser amado por Dios y ser acogido en Su ser y eso cambia todas las relaciones con el problema del mal. Se le hace imposible a quien ha sido acogido en una casa echarle las culpas al dueño de la casa que te ha acogido. La hospitalidad es la forma más exquisita, probablemente, del amor junto con el perdón.

Que el Señor nos siga acogiendo, que no se canse de nosotros. Sabemos que no se cansa de nosotros. Que podamos abrirLe nuestro corazón, dejarnos amar por Él, siendo acogidos por Él, de forma que esa experiencia de ser acogidos sea nuestra experiencia de acoger al ser humano herido que nos encontramos diariamente: en la universidad, en las parroquias, en todas partes, porque el mundo en el que vivimos hoy no está sólo fuera de lo que llamamos la Iglesia, está igualmente dentro, está muchas veces en nuestro propio corazón.

Que el Señor tenga piedad de nosotros y nos abra Su corazón, para que podamos vivir permanentemente en la vida eucarística propia del cristiano.

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

14 de noviembre de 2019

Capilla San Juan Pablo II, Centro de Estudios Superiores “La Inmaculada”

Granada

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