“La Eucaristía es el alimento de nuestro caminar cristiano”: Homilía en la Misa de la Cena del Señor

Homilía del arzobispo de Granada, Mons. José María Gil Tamayo, en la Misa de la Cena del Señor, el 17 de abril de 2025, en la S.A.I Catedral.

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes;
Queridos seminaristas;
Queridos hermanos y hermanas;
Queridos miembros de la Cofradía Sacramental del Sagrario de nuestra Catedral:

Hoy es un día grande. Uno de esos jueves que brillan más que el sol. Esperamos que el agua no nos estropee los pasos profesionales. Y tres son los motivos que acuden a nuestro corazón para dar gracias al Señor en esta celebración solemne. Por una parte, la institución de la Eucaristía. Pero podréis decir, si habéis estado atentos a la proclamación del Evangelio de San Juan, que no se ha hablado para nada de la Eucaristía. Jesús nos ha hablado del amor fraterno, pero no nos ha hablado de la Eucaristía ni de la institución del sacerdocio el Evangelista Juan.

Y es que el Evangelista Juan, al contrario que los Sinópticos, que sí nos hablan de la Eucaristía en la Última Cena cuando Jesús la instituye –“Tomad y comed. Esto es mi cuerpo-; lo mismo que en el Cáliz nos dice que es el Cáliz de la Nueva Alianza, sellada con su Sangre –“Tomad y bebed”. Pero ha sido San Pablo en la Primera Carta a los Corintios, tomando pie con una fórmula que es quien ha recibido la tradición y que a mi vez os he transmitido, lo mismo que hará cuando hable de la Resurrección, es el que nos ha hablado de la institución de la Eucaristía. Y efectivamente, Jesús instituye la Eucaristía, el primer jueves santo de la historia. Pero, el Evangelista Juan ya, de una manera extensa, nos ha hablado en el capítulo 6 del Evangelio de la Eucaristía del Pan de Vida, enmarcándolo en ese maná que Dios nos da y que muestra la Presencia de Dios en medio de su pueblo que es alimentado por Dios en el Antiguo Testamento. Hoy, el libro del Éxodo nos trae también ese momento liberador en que Dios, a través del sacrificio del Cordero Pascual, con su sangre libera al pueblo, como una señal de la dominación del faraón. Y ese pueblo recobra la libertad, de tal manera que Cristo es designado por Juan el Bautista como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Luego, ya tenemos, por una parte, el texto del libro del Éxodo, que nos habla de la liberación y del sacrificio de la Antigua Alianza, que recuerda el momento central de la liberación del pueblo de Israel, de la esclavitud, del dominio del faraón y recobra la libertad y con ello el sentido de pueblo y de pertenencia de Dios. Por otra parte, hemos escuchado el momento de la institución del que nos habla San Pablo, recogiendo el eco de las primeras comunidades cristianas. Pero San Juan nos ha dicho que sabiendo Jesús que había llegado a su hora, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo. Y Jesús se pone por los suelos. Dios por los suelos. Instituye el mandamiento nuevo del amor, primero con el gesto; con el gesto de lavar los pies a sus discípulos, que es un gesto propio que tiene que hacer el esclavo, el criado, ante los invitados. Y Jesús se pone a la mesa como el que sirve.

Jesús quiere hacerle ver a sus discípulos que el verdadero discípulo suyo es el que sirve, el que está, digamos, puesto a los pies: el más pequeño. Jesús en esa misma cena abre Su corazón y dirá el mandamiento nuevo del amor, un mandamiento nuevo os doy: “Que os améis unos a otros como Yo os he amado. En esto reconocerán que sois mis discípulos”.

Luego, queridos amigos, institución de la Eucaristía; institución del mandamiento nuevo del amor, que es el distintivo de los cristianos. Y nos falta también otro motivo para dar gracias a Dios: la institución del sacerdocio, “haced esto en memoria mía”. Jesús, aquellos apóstoles, que, como sabemos, sus defectos son innegables, los muestra así el Evangelio, no se los calla. Jesús se sirvió de ellos. Jesús los elige, a pesar de los pesares, que ningún jefe de personal los hubiese aceptado. Jesús los elige para ser sus ministros, para ser los dispensadores de sus misterios. Como el Señor nos ha elegido a cada uno de nosotros.

Luego, queridos amigos, hoy es un día de acción de gracias. Pero también para examinarnos. Para examinarnos en cómo amamos la Eucaristía, esa Presencia real y verdadera de Cristo en medio de nosotros, que es renovación incruenta del sacrificio de la cruz. “Haced esto en memoria mía”. “Cada vez que coméis y vivéis de este cariño, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva”. Cada celebración eucarística es la actualización del Misterio de la Redención de manera incruenta. El Señor está en medio de nosotros. Escuchamos Su Palabra. Al mismo tiempo, nos alimentamos de esa Palabra, para vivir nuestra vida a concorde con lo que Dios nos pide. Pero, a la vez, nos alimentamos con Su Cuerpo; con Su Cuerpo que se entrega, que es Cuerpo entregado, que es sangre derramada para el perdón de los pecados. Y ese sacrificio de Cristo que se renueva es un sacrificio de adoración a Dios; es un sacrificio de expiación por nuestros pecados; es un sacrificio de acción de gracias, por eso se llama Eucaristía; y es un sacrificio, al mismo tiempo, impetratorio. Por eso, en la Eucaristía, llevamos nuestras peticiones, nuestras intenciones, pedimos por los vivos, por los difuntos, por nuestros seres queridos. Y al mismo tiempo, nos sentimos en comunión con los santos y con los ángeles.

La Eucaristía es el regalo más grande que ha recibido la Iglesia. Y la Eucaristía es también el alimento de nuestro caminar cristiano. Es el viático, pero es el alimento: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día”. Y Jesús nos dice también: “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”. No será quizá, queridos amigos, que nuestra flojera cristiana muchas veces viene porque no vivimos la Eucaristía, porque no apreciamos la Presencia de Cristo en nuestros sagrarios, porque no acudimos con verdadera hambre a recibirLe en la Comunión con el corazón limpio, porque no vivimos el domingo y la celebración dominical de la Eucaristía, a la que os invito encarecidamente como señal de nuestra pertenencia cristiana.

Queridos hermanos, amemos la Eucaristía. Granada ama la Eucaristía. En su tradición religiosa, es una de sus improntas fundamentales, que hace que haga fiesta, que salga Cristo a sus calles, en el Corpus. Pero eso tiene que estar refrendado por una vida eucarística, de adoración, de verdadera hambre de Cristo y a la paz, de verdadera celebración de la Eucaristía dominical.

Queridos hermanos, la Eucaristía es posible porque Jesús instituye el ministerio sacerdotal. Los sacerdotes tenemos defectos innegables. Hoy son puestos en evidencia. Pero hay tantos sacerdotes buenos. No nos fijemos sólo en quienes, como seres humanos, se han podido ver arrastrados por la tentación o por los defectos. Fijémonos en tantos y tantos sacerdotes que han dejado su vida de manera escondida en nuestros pueblos, en nuestros barrios, que han llevado la fe a los sencillos, que han cuidado la proclamación de la Palabra de Dios, que han estado acompañando en nuestro dolor, en nuestras alegrías, en nuestros sufrimientos, en nuestros gozos, que están esparcidos por nuestra diócesis y por el mundo entero.

Pero, fijémonos también en el mandamiento nuevo del amor. Jesús no nos dice que nos amemos unos a otros, que nos amemos como a nosotros mismos. Jesús da un paso más: “Amaos como Yo os he amado”. “Y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo
-hemos escuchado- los amó hasta el extremo”. En Dios no hay medianías. En el amor no puede haber término medio. O amamos o no amamos. Jesús nos lo dice: “El que no está conmigo, está contra mí”. El que no recoge, desparrama. Luego, tomemos más en serio el mandamiento nuevo del amor.

Los cristianos tenemos que vivirlo más. Se tiene que notar en nuestras relaciones familiares. Se tiene que notar en nuestras relaciones sociales. Se tiene que notar en la vida social, en la vida política. Y no es así. Nuestro mundo está fragmentado. A nuestro alrededor encontramos brechas importantes de pobreza. Esa mirada de la Iglesia a los más pobres, a los más necesitados, esa mirada a quienes están excluidos forma parte consustancial del cristianismo. El cristianismo no es una religión de culto exclusivamente. Es una religión integral que comprende la vida de la persona entera. Y el culto es la manifestación de la autenticidad de nuestra relación con Dios. Pero, cuidado amigos, el culto sólo es auténtico si se vive el amor fraterno. “Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar -dice Jesús- te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda y vete antes a reconciliarte con tu hermano”. No podemos vivir una religiosidad simplemente externa, simplemente de barniz, simplemente de calle, o incluso de culto si no hay un amor fraterno, si hay divisiones entre nosotros, si hay rupturas en las familias, si hay odios, si hay separaciones de unos de otros y exclusiones. Nuestro mundo tiene que ponerse a estrenar el mandamiento nuevo de Jesús.

Y ahí estamos los cristianos. Queridos amigos, y además, en el momento en que demos cuenta a Dios, Dios nos va a preguntar, no nuestros títulos, no nuestros méritos académicos o profesionales, nos va a preguntar si hemos amado. “Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui peregrino y me acogisteis, estuve enfermo y en la cárcel. – ¿Cuándo lo hicimos Señor? – Cuando lo hicisteis con uno de estos humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.

Luego, queridos amigos, la caridad forma parte de la vida cristiana. Y la caridad no es beneficencia. La caridad no es dar ropa usada. La caridad es ayudar de manera integral a las personas. Y la altura de una sociedad se mide cuando hay un bienestar repartido para todos, cuando no hay brechas. En Granada, hay más de 300 personas que viven en la calle, que están tirados en las aceras, que se quitan los bancos de las calles para que no puedan pararse.

Queridos hermanos, abramos los ojos del corazón. Vivamos una generosidad que está más allá de una limosna puntual. Hagamos un compromiso con instituciones humanitarias y, por supuesto, con Cáritas. Luego, el cristianismo no es sólo de templo para adentro, no sólo de calle y de procesión; es también de compromiso social, de transformación social, de hacer un mundo más justo, pensando en esa plenitud a la que Dios nos llama. El cristianismo no es el opio del pueblo. El cristianismo es transformador, porque el Señor nos invita a ser la sal de la tierra y la luz del mundo.

Luego, no puede haber cristianismo sin compromiso social. No puede haber cristianismo sin abrir el corazón y las entrañas. Y eso es lo que el Papa quiere enseñarnos. Esta tarde, estando como está, se va a la cárcel de Roma. Ese es nuestro cristianismo. Ese es el cristianismo que ha vivido Granada en la acción social. Ese es el cristianismo de san Juan de Dios. Ese es el cristianismo de las Hermanitas de los pobres. Ese es el cristianismo en la educación con los más necesitados, de las Escuelas del Ave María, y de tantas y tantas instituciones.

Queridos hermanos, no hagamos un cristianismo corto. Vivamos y recobremos el espíritu de generosidad de la tradición religiosa de Granada y, al mismo tiempo, vivamos ese mandamiento nuevo. Vivamos un profundo espíritu eucarístico. Y demos gracias a Dios por nuestros sacerdotes, a la par que pedimos al Señor que envíe obreros a su mies; que haya vocaciones sacerdotales que renueven en nuestro pueblo esa Presencia de Cristo que perdona, esa Presencia de Cristo que consagra, esa Presencia de Cristo que predica, esa Presencia de Cristo que bendice.

Que Santa María, la Madre de Dios y Madre Nuestra, Santa María, Madre de la Caridad, Madre de los sacerdotes, Madre de la Eucaristía, que llevó en sus entrañas al Verbo hecho carne, nos ayude a descubrirLe en la Eucaristía y a verLe presente en quienes más lo necesitan.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

17 de abril de 2025
S.A.I Catedral de Granada

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