Homilía en la fiesta de la Epifanía del Señor

Homilía del arzobispo Mons. José María Gil Tamayo en la Eucaristía de la fiesta de la Epifanía del Señor, el 6 de enero de 2025, celebrada en la S.A.I Catedral.

Queridos sacerdotes concelebrantes;
Querido diácono;
Queridos hermanos y hermanas, que a pesar del frío y ser una mañana después de una noche, pues de ilusión para los pequeños, pero también de trasnochar para los mayores… Os habéis dado cita en nuestra catedral:

Bienvenidos todos.

Estamos celebrando la Epifanía del Señor. ¿Qué significa esto? Al principio se nos ha dicho, es la manifestación de Dios a todos los pueblos, a todas las gentes.

Dios no se ha hecho hombre solo para los pueblos de Israel. La llamada universal a la santidad que Dios quiere, y a la salvación en consecuencia y previa, es que Dios quiere que todos los hombres se salven. Que lleguen al conocimiento de la verdad. No está reducido ya a un pueblo a una casta, a un lugar. Es la universalidad salvífica que trae el misterio cristiano, el Mesías.

Nos lo ha dicho San Pablo, del que hemos escuchado palabras suyas en la carta a los Efesios estos días. Ayer nos invitaba que el Señor nos dé espíritu de revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a esos santos. Y hoy, el mismo apóstol en esa carta nos dice que también los gentiles y los no judíos son coherederos, son miembros del pueblo de Dios.

Esa es una de las novedades cristianas, de la gran novedad traída por Jesucristo. Y hoy el Evangelio de Mateo nos presenta precisamente esa realidad en los Reyes Magos. La tradición dice que eran reyes. El Evangelio no dice que eran reyes, dice que eran unos magos, probablemente unos astrólogos de Persia. Buscadores en todo caso de la verdad y que rastrean las huellas de Dios en la creación. Y que creen descubrir, pues, cosas nuevas, mundos nuevos, rastreando las estrellas.

Y aparece una estrella como un signo de esa presencia de Dios. Y estos hombres se ponen en camino. En la primera lectura, también del libro de Isaías, se invita al pueblo de Israel a la esperanza, a ese pueblo minúsculo, ese pueblo del destierro, ese pueblo que vuelve a la tierra. Ese pueblo, en definitiva, al que se le promete en los tiempos mesiánicos la venida de los reyes, de todas partes del mundo conocido.

Desde Sabá a Tarsis. Esos territorios y esos confines vendrán a Jerusalén, traerán riquezas. Son esos tiempos mesiánicos que son imagen de lo que serían los tiempos del Mesías real. Pero, queridos hermanos, en el Mesías real que aparece, no aparece ese esplendor y esa gloria, esa realeza. Sino que aparece la humildad, la sencillez, la universalidad. Sí, lo esencial. Y aparece el gran misterio revelador, como nos ha recordado San Pablo en el texto que hemos escuchado de la Carta a los Efesios. Ha aparecido la gracia de Dios en su Hijo Jesucristo.

Y vemos esa escena de estos hombres inquietos, estos buscadores de la verdad, que en definitiva es la esencia del hombre. El hombre que se pregunta por la razón, por el sentido de la vida y de las cosas. De dónde viene y a dónde va. Qué es lo que es, qué es lo que ha de hacer. El ser humano, que no solo vive de medios de vida con los que satisfacer sus necesidades físicas o con los que sobrevivir, sino de unas razones por las que vivir.

En definitiva, ese ser racional que Dios le ha dado la inteligencia para que lo busque. Esa inteligencia y esa razón que, aunque dañada por el pecado, vislumbra y otea los rastros del Creador en la creación, de la inteligencia creadora, en definitiva, de Dios en su obra. Y estos hombres vienen preguntando. Son inquietos, preguntan, no lo saben todo. Son conscientes de que no lo saben todo y es una de las manifestaciones de su sabiduría.

Y estos hombres, ciertamente poderosos, preguntan a Herodes. Aquel que solo mira con una visión humana, con una visión egoísta, hasta el punto que es capaz de sacrificar a esos inocentes martirizándolos porque les da celo de un niño que dicen que es el rey de Israel. Y los magos preguntan también y preguntan a la Escritura, la Palabra de Dios, a la revelación.

Y el profeta les anuncia que en Belén nacerá el Mesías. Y allá que se encaminan y descubren de nuevo la estrella, cuando ya han perdido de vista los criterios humanos, rastreros, de Herodes. Y ven la estrella de nuevo y se alegran. ¿Y qué es lo que descubren? A un niño con María, su madre, en un pesebre. En la pobreza.

Y este es el misterio cristiano. Que el Dios omnipotente, que se ha revelado en su Hijo Jesucristo y se manifiesta a los pueblos, se muestra en la condición humilde de nuestra naturaleza humana. Se nos muestra en la cruz. En definitiva, que estos magos saben superar el escándalo de los gentiles ante el misterio de la cruz, y reconocen, nada más y nada menos que la sabiduría de Dios en los balbuceos de un pequeño.

Y como nos muestra el evangelio de San Mateo, lo adoran. La adoración solo es propia de Dios. Es el culto que se rinde a Dios, y esos dones son simbólicos. Lo único que podría servirle algo a la Sagrada Familia es el oro. El incienso y la mirra ya me diréis. Y vienen a perfumar aquel pobre establo.

¿Pero qué ocurre? Que el significado y la simbología que expresa es precisamente que son los dones debidos a Dios. Nosotros tenemos que abrir el corazón para evitar todo nacionalismo en el Espíritu. Todo encerramiento en nosotros mismos, para abrirnos a esa universalidad de la Iglesia y sentir el sentido misionero de anuncio en nuestras circunstancias. Para que los que no conocen a Cristo descubran que también están llamados a participar de esa salvación plena que seguro han recibido de pequeños, pero que la paganía ambiental, la secularización o los avatares de la vida le ha hecho enfriarse.

Y necesitamos anunciar a Jesucristo. La Epifanía es manifestación de Dios, pero es también asunción de la responsabilidad misionera, evangelizadora de cada uno de nosotros. Anunciar a Jesucristo. Y en este año, este año jubilar. Este Año Santo, estamos llamados a ser partícipes de esa gracia que se nos ofrece y de manera especial. De esa perdonanza y esa conversión que exige mostrarle a todos para que realmente sepan descubrir en Jesús de Nazaret el misterio del Dios hecho hombre. La grandeza de Dios en la pequeñez de nuestra humanidad y al mismo tiempo la grandeza del hombre redimido en Jesucristo.

Que María, también a nosotros nos muestre Jesús. Eso es lo que les pide el pueblo cristiano: Muéstranos a Jesús, el fruto bendito de tu vientre. Que Jesús sea el centro de nuestra vida. Que Jesús sea el centro de nuestros pensamientos. Que Jesús sea el centro de nuestro obrar. La oración colecta de este día es una oración que pide que sepamos captar la belleza del misterio de Dios en su Hijo Jesucristo.

Le hemos pedido a Dios: oh Dios, que revelaste a tu Hijo a los pueblos gentiles por medio de una estrella, concede a los que ya te conocemos por la fe, nosotros, contemplar un día la hermosura infinita de tu gloria.

Que así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

6 de enero de 2025
S.A.I Catedral de Granada

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