Homilía en la Eucaristía de D. José María Gil Tamayo, en la S.A.I Catedral, el 10 de noviembre de 2024, en la que se instituyeron cuatro nuevos acólitos procedentes del Seminario Diocesano San Cecilio y del misionero Redemptoris Mater. Ese mismo día se celebraba en la Iglesia en España el Día de la Iglesia Diocesana, con el lema “¿Y si lo que buscas está en tu interior?”.
Queridos rectores y formadores del Seminario Diocesano San Cecilio, del Seminario Diocesano Redemptoris Mater de nuestra diócesis de Granada:
Quiero, ante todo, empezar dándoos las gracias por vuestro servicio, vuestra tarea. La vuestra y la de los que os han antecedido en la formación de estos candidatos al sacerdocio que hoy recibirán el Ministerio de Acólito.
Queridas familias, como les decía a los padres y familiares de Lenon, vosotros y vuestras comunidades, como la viuda del Evangelio, no sólo habéis dado una limosna, no sólo habéis dado algo, habéis dado a alguien: lo más grande que teníais, que son vuestros hijos. Gracias, en el nombre del Señor.
Queridos Lenon, Iván, Juan Pablo, Javier, hoy es un día de alegría para la Iglesia de Granada. Y lo es para vuestras familias y para vosotros, para vuestras parroquias, para vuestras comunidades.
Queridos hermanos y hermanas de las Comunidades Neocatecumenales, de nuestras parroquias, del movimiento que nos presenta a Lenon, sed hoy gratificados en el nombre del Señor:
Son varias las celebraciones que concurren en esta Celebración con mayúscula, de la Eucaristía Dominical. Y lo hacemos también en un ambiente todavía sobrecogidos por la desgracia de la DANAS, en Valencia, en Albacete; por el sufrimiento acarreado a tantas y tantas personas. Muchas de ellas han perdido la vida. El dolor y la herida abierta en sus familiares, muchas veces incomprensible absolutamente. “¿Por qué nos ha tocado a nosotros?”. Y al mismo tiempo, esa devastación material produce esa herida en el corazón. Vamos a pedir por ellos. Vamos a tenerlos muy presente. Al mismo tiempo, confortados por ese movimiento de solidaridad, de cariño, de tantas y tantas gentes en que esa semilla de Dios les abre a vivir lo más esencial, que es la fraternidad, que es la caridad. Y que han salido ayuda de todas partes de España, especialmente los jóvenes, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, nuestras Fuerzas Armadas, tantos y tantos servidores públicos, bomberos, tanta y tanta gente y tanta gente de Iglesia. Es un motivo para dar gracias al Señor. Y al mismo tiempo que pedimos, que haya concordia y que haya coordinación y cooperación entre los políticos y quienes nos gobiernan en beneficio del bien común de los ciudadanos.
Seamos generosos. Como sabéis, la Iglesia en España ha establecido una colecta especial el domingo, día 24 de noviembre, para los damnificados por la DANA. Que seamos generosos, porque necesitan mucho.
Y hoy también concurre en nuestra celebración el día de la Iglesia Diocesana, de nuestra Iglesia de Granada. Tenéis un folleto que, si no lo habéis cogido, si no lo habéis tomado, os pido que lo leáis, porque da noticia de la realidad de nuestra Iglesia de manera concreta. Creemos en la Iglesia, vamos a confesar, que es “una, santa, católica y apostólica”. Es la Iglesia universal de Cristo, extendida por toda la tierra que preside en la caridad el Obispo de Roma, el Papa Francisco. Pero esa Iglesia está presente, porque Dios lo ha querido así, por institución divina, en las Iglesias particulares. En las Iglesias locales, que llevan el nombre de los sitios. Y la nuestra de Granada desde los tiempos apostólicos, desde San Cecilio.
Esta Iglesia que tiene tras de sí una historia larga, una historia con momentos de sufrimiento y de martirio, con sufrimiento en tantos santos de la puerta de al lado. Pero, al mismo tiempo, esos santos insignes para la Iglesia Católica, desde san Juan de Dios, desde antes san Gregorio Bético. También aquí hemos tenido san Juan de la Cruz. Aquí hemos tenido san Juan de Ávila. Aquí hemos tenido tantos y tantos santos que nos han dado testimonio de Jesús, que han predicado el Evangelio. Y también, santos contemporáneos, como Conchita, como la madre Riquelme, como la hermana Estela, declarada ya Venerable. Los santos no son cosa del pasado, están vivos en la Iglesia. Pero hay tanta realidad, tanto servicio, tantas personas atendidas, tantas personas evangelizadas que nos acostumbramos y parece que eso es normal. Pero mantiene la fe apostólica en esta Iglesia y en sus gentes.
Tanto y tanto que se ayuda a personas desfavorecidas en las obras sociales, en las obras educativas. Tantos y tantos que celebran al Señor en la liturgia. Tantas realidades nuevas de movimientos presentes con la frescura del Evangelio y de la renovación de la Iglesia.
No seamos pesimistas, queridos hermanos. No estamos administrando la decadencia de una Iglesia, aunque parezca que el Señor ha desaparecido del horizonte y parece que hay un secularismo que nos invade. Que es verdad. Pero hay tanto bien, hay tanta gente buena, hay tanta gente que hace presente a Jesucristo en sus vidas. En nuestra Iglesia de Granada. Hoy es un día para pedir por la Iglesia en Granada.
No sólo con la limosna, que sí os digo que va a estar dedicada íntegramente a lo sacerdotal. A renovar el lugar donde los sacerdotes mayores pueden pasar los últimos momentos, los últimos años de su vida. Sed generosos.
Pero lo que os pido, sobre todo y lo voy a coincidir con esta celebración en que cuatro hermanos nuestros venidos de América… Yo siento hoy, queridos familiares de Iván y Lenon, que os hayamos dado el madrugón esta mañana por el cambio horario entre Brasil y Argentina, pero merece la pena. Y son también dos hijos de Granada, Juan Pablo y Javier. Es expresión de la universalidad de la Iglesia, que es un cuerpo. Y nosotros también le traemos lo que tenemos al Señor. No nos faltará el aceite, no nos faltará la harina, como nos dice el Primer Libro de los Reyes. Esa pobre viuda que el profeta le pide de comer y su generosidad es premiada por Dios. Y vemos también la viuda del Evangelio, esa viuda que se acerca y antes Jesús nos ha advertido.
Queridos Lenon, Iván, Juan, Juan Pablo y Javier, este no es un camino de sobresalir, de relumbrón, de carrera, de honores. Este es un camino de servicio. Y el Señor nos advierte permanentemente de esto. No estamos para que nos aplaudan, estamos para servir. Y este servicio tiene estos momentos en ese caminar vuestro hacia el sacerdocio ministerial. Y hoy es una estación que os aproxima ya con más proximidad, para participar de ese sacerdocio de Cristo del que participamos todos y que nos lo ha descrito la segunda Lectura de la Carta a los hebreos: “Jesucristo es el único Sumo y Eterno Sacerdote”. De Él participamos por nuestra condición de bautismo, en el sacerdocio real. Para ofrecer sacrificios espirituales, para hacer de nuestra vida una ofrenda a Dios, porque estamos tomados, poseídos por Cristo, revestidos de Cristo. Y esa es nuestra grandeza y nuestra dignidad, como decía san Agustín. Pero Dios, como dice el prefacio de la ordenación, ha querido escoger entre los hombres de su pueblo, aquellos que participen de la capitalidad de Cristo para guiar a la Iglesia.
Y esa es vuestra vocación. Ya reconocida por la Iglesia, sellada en el Ministerio del Lector y hoy en el Ministerio del Acólito, que os aproxima al altar, porque el sacerdote, como nos dice la Carta a los hebreos también, está tomado de entre los hombres para servirnos en las cosas que a Dios refiere. Y vuestro culto, ahora, como acólitos, vinculados estrechamente al altar, a la Eucaristía, están para hacer la Eucaristía sirviendo y ayudando a los sacerdotes, ayudando a los diáconos en el servicio de la Eucaristía, al pueblo de Dios, repartiendo el Cuerpo de Cristo, especialmente a los enfermos. Y se unirá Eucaristía, que es donde se nos muestra el amor supremo de Cristo, porque nos amó hasta el extremo. Y es donde se renueva ese sacrificio único que nos ha hablado la Carta a los hebreos, que Cristo ofreció de una vez para siempre en el ara de la cruz y que se renueva de manera incruenta cada vez que se celebra la Eucaristía.
Vosotros vais a ser repartidores, servidores del Cuerpo de Cristo. Pero, al mismo tiempo, queridos hermanos, estáis llamados a que el servicio se marque en vuestras vidas. Ser sacerdote es una expropiación. Ya no nos pertenecemos, somos de Cristo. Eso que nos dice San Pablo: “Todo es vuestro, vosotros de Cristo, Cristo de Dios”. En el sacerdote ya no tiene primera persona, ya es Cristo, que un día impersonaréis a Cristo al celebrar la Eucaristía, al perdonar los pecados. Seréis otros cristos.
Y eso, queridos amigos, exige una responsabilidad grande por vuestra parte, sabiendo que somos poca cosa, que sólo tenemos los cinco panes y los dos peces, que sólo tenemos ese panecillo que le lleva a la viuda al profeta, que sólo tenemos las dos monedillas de la viuda del Evangelio. Pero el Señor sabrá multiplicarlo si no nos ponemos las medallas, si no nos atribuimos a nosotros su fuerza. Es el Señor el que pone el incremento.
Así, queridos amigos, tomar esto en cuenta: no vais a hacer carrera, no vais a tener grandes premios o grandes aplausos. Vais a pasar a un segundo plano. Vais a ser como la alfombra, para que vuestros hermanos pisen blando. Y es eso a lo que estamos llamados. Y es esa nuestra vida. Pero eso exige una fibra cristiana. Eso exige una vida de identificación con Jesucristo. Eso exige lo que San Pablo en la carta a los Filipenses nos dice: “Tener los sentimientos propios de una vida en Cristo”. Y a continuación, nos pone el himno cristológico de Filipenses II, la kénosis, el abajamiento de Cristo. “Yo estoy en la mesa como el que sirve”, dice el Señor. “No he venido a ser servido, sino a servir y a dar mi vida en rescate por muchos”. Os aproximáis. Que este tiempo de estudio y de servicio sea también de maduración para vosotros, porque se aproxima.
Queridos hermanos, familiares, amigos, comunidades de Shalom, Comunidades Neocatecumenales, rezad por estos hermanos nuestros. No es fácil ser sacerdote hoy. Acompañadlos, no me dejéis solo a los curas, cuidarlos en este ambiente de sospecha; que hay unos jóvenes que son valientes. No seáis espectadores de una decisión valiente. Sed imitadores y, sobre todo, los más pequeños, rezad a Jesús para que haya curas, para que haya sacerdotes. Y si alguno, el Señor le llama, que no se haga el sordo, como cuando mamá o papá os mandan las cosas (“luego, ya lo haré”). Con el Señor, no. Y el Señor nos habla al corazón.
Queridos fieles, en este día de la Iglesia diocesana, sí, os voy a pedir dinero para la Casa Sacerdotal, para el Hogar sacerdotal. Pero, sobre todo, os voy a pedir que recéis por las vocaciones sacerdotales. Nuestra diócesis está necesitada de sacerdotes. Gracias que algunos vienen de fuera. Este año han venido dos, de los que han expulsados de Nicaragua, por la dictadura de Ortega y su mujer. Han venido también algunos sacerdotes de Colombia. Vendrá otro. Y de África. Están nuestros hermanos del Congo en el Seminario, formándose. Y después, se quedarán cuatro años. Pero, vamos a hacer producción propia, ¿no? Vamos a trabajar el asunto. Vamos a ser generosos, porque el Señor pone de su parte todo. Pero, al menos hay que traer los cinco panes, las dos monedas y la torta de aceite.
Eso es lo que Le vamos a pedir al Señor hoy. Así que vamos a rezar por vosotros. Os entregaré la patena con el pan, para ser consagrado. Identificaros con la Eucaristía, vivir la piedra eucarística en este tiempo, especialmente. Servid a los pobres, sed generosos y sed agradecidos.
Queridos hermanos, pidámosle a la Virgen, Nuestra Señora, que Ella nos ayude. Que Ella nos proteja. Que Ella, Nuestra Señora de Luján, Nuestra Señora de Aparecida, la Virgen de las Angustias, son los nombres con los que el pueblo cristiano invoca desde sus mayores esa fe que nuestra en Iglesia es apostólica, y a mucha honra. Pero no podemos vivir sólo del pasado, queridos granadinos, hay que mirar al futuro.
Gracias, gracias, muito obrigado. Que todos vivamos esta ceremonia con un verdadero sentido de fe y ahora pidamos especialmente por estos jóvenes.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
10 de noviembre de 2024
S.A.I Catedral de Granada