Homilía en el III Domingo del Tiempo Ordinario

Homilía del arzobispo de Granada, Mons. José María Gil Tamayo, en la Eucaristía celebrada en el III Domingo del Tiempo Ordinario, el 26 de enero de 2025, en la S.A.I Catedral.

Queridos sacerdotes concelebrantes y diácono,

Queridos seminaristas,

Queridos miembros de las comunidades neocatecumenales de las Angustias y quienes les acompañáis,

Queridos hermanos y hermanas,

En esta ocasión, en esta Misa dominical, en este domingo de la Palabra, concurre esta efeméride, este motivo importante de acción de gracias al Señor. De acción de gracias porque, como dice el salmo, el Señor ha estado grande con nosotros.

Pero también el salmo nos habla de que los que siembran entre lágrimas cosechan entre cantares. Este recorrido de medio siglo no ha sido fácil. Nos acompañan ya desde el cielo, en esa comunión de los santos, quienes han peregrinado han caminado y han llegado a una meta que es Jesucristo mismo. Ya participan en la Jerusalén del cielo, de la compañía de los santos, de la vida eterna.

Y todavía peregrináis, incluso algunos desde los inicios. Me ha saludado el padre Tomás, que es paisano mío, del pueblo de al lado. En los inicios, en esos momentos y en esos años difíciles para la Iglesia en que estaba acogiendo el Concilio Vaticano II y como gran novedad, el impulso evangelizador. Y esa novedad en una realidad nueva de la Iglesia, de esta Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo.

Vosotros sois el cuerpo de Cristo, dice San Pablo. Y nos ha puesto en este domingo en la segunda lectura, el texto de la primera Corintios, en que San Pablo, tomando pie del cuerpo, nos dice que todos formamos parte, cada uno con una misión, cada uno con una tarea. Cada uno es necesario en la Iglesia. Cada carisma que Dios va suscitando en la Iglesia a lo largo de la historia es necesario. Por eso nos ha dicho que el ojo no le puede decir a la mano no te necesito, etcétera.

En la Iglesia no se puede decir no se necesita el Camino Neocatecumenal, no se necesita otros movimientos, no se necesita… Todos somos necesarios, para gloria de Dios. Pero sabiendo que nuestra función es parcial dentro del cuerpo. Que todos contribuimos según nuestro carisma y nuestra misión a la misión general y común de la evangelización, que es la razón de ser de la Iglesia. Y hacerlo en la historia en momentos determinados, en este discurrir del pueblo de Dios a lo largo de la historia, hasta el final del encuentro con el Señor. Donde veremos y verán la Parusía, la venida gloriosa del Señor. Luego, queridos hermanos, dar gracias a Dios por un itinerario de 50 años es algo grande. Hay rostros concretos, hay personas concretas, hay gente que nos han precedido en la enseñanza de la fe y ya duermen en el sueño de la paz.

Ha florecido en multitud de gente y de lugares donde los frutos de vuestras comunidades se han esparcido en acción misionera. Y es para dar gracias a Dios. Para dar gracias a Dios, pero al mismo tiempo sabiendo que Él es en esa siembra quien pone el incremento. Y con esa humildad del testigo, del instrumento, con esa humildad de saber que no lo somos todo y que necesitamos de los demás en la Iglesia. Es como hoy dais gracias a Dios. Y en ese cuerpo, en esa jerarquía que ya nos ha establecido San Pablo en la primera corintios, poniéndonos primero a los apóstoles, es decir, al ministerio ordenado. Poniendo en primer lugar a quienes están llamados, en primer lugar, el sucesor de Pedro, y después a los que somos, sin méritos nuestros, sucesores de los apóstoles, como cuidadores de la unidad en el discernimiento de la unidad. En el acompañamiento y animación de la unidad en la Iglesia. A este pobre obispo vuestro le toca esta misión en Granada. Doy gracias al Señor por vuestra presencia y os animo a esa inserción plena.

En primer lugar, en la parroquia de las Angustias, en una comunidad que es comunidad de comunidades. Es así como se define la parroquia. Y después, en esa eclosión, que con la gracia del Señor, habéis llevado a cabo y lleváis a cabo en multitud de lugares. Lejanos, muchos de ellos, sembrando las semillas del Evangelio. Y también en nuestra Granada, también en nuestra diócesis, en familias, en consagrados, en jóvenes, en mayores.

Gracias sean dadas al Señor. Y en este domingo, que es el Domingo de la Palabra… Este domingo que ha instituido el Papa Francisco, para que los cristianos nos demos cuenta de la importancia de la palabra de Dios. La Palabra que veneramos, que besamos, que inciensamos. La palabra por la que Dios nos habla, que recoge esa tradición contenida en la Sagrada Escritura y después interpretada por la Iglesia en sus Santos Padres y en su tradición.

Esa palabra es venerada. Pero esa palabra no se puede mantener en conserva. Esa palabra no se puede quedar en la estantería. Y os digo a vosotros, que vivís esta acogida de la Palabra de manera especial desde los comienzos… Y recordáis a la Iglesia de Cristo con esa vivencia posconcilial especialmente, la importancia de la Palabra de Dios en la vida de los cristianos.

Seguid amando la Palabra de Dios. Seguid viviendo de ella. Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. “Tu palabra es mi esperanza”, ha puesto el Papa como lema en esta celebración. En ella está contenida lo que Dios espera de nosotros. Por tanto, estudiar la Palabra de Dios. Ser cristianos formados y forjados en la Palabra de Dios, para que de la abundancia del corazón hable vuestra lengua.

Acoger la Palabra de Dios con ese sentido religioso que hemos visto en el libro de Nehemías. Donde el sacerdote Esdras la proclama a la vuelta del destierro. Y todo el pueblo adora al Señor y acoge la palabra, haciéndola propia. ¿Qué nación tiene un Dios como Israel? ¿Qué nación tiene una ley como Israel? La Palabra del Señor. Pues esa palabra nos ha sido entregada. Pero sobre todo nosotros acogemos a la Palabra de Dios hecha carne.

Nos dice la Carta a los Hebreos que Dios habló de muchas maneras antiguamente a nuestros padres por los profetas. En esta etapa final nos ha hablado por su Hijo Jesucristo. San Juan de la Cruz, que vivió en nuestra Granada. San Juan de la Cruz dice que en Cristo Dios nos ha dicho la última y definitiva palabra.

Ya no podemos esperar ninguna revelación. Cristo es la Palabra de Dios hecha carne. El Verbo. Como nos dice San Juan en su prólogo “El Verbo se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros”. Y a cuantos le reciben les da potestad para ser hijos de Dios, los cuales no han nacido de la carne ni de la sangre, sino de Dios son nacidos. Esa es nuestra condición hijos e hijas de Dios.

Es en Cristo. Es la piedra angular que desecharon los arquitectos. No se nos ha dado otro nombre por el que seamos salvados, sino por Jesucristo. Luego, ahondar y profundizar en la centralidad de Cristo en el Camino Neocatecumenal, como lo es en la vida cristiana y tiene que serlo. Cristiano es ser de Cristo. Qué bien habéis entendido que no solo un discípulo teórico, sino, en el decir de San Pablo, conformarnos conforme a Cristo. Tened los sentimientos de Cristo, nos dice en la carta a los Filipenses.

Es más, nos llega a decir “Vosotros sois el cuerpo de Cristo”. Luego, esta conciencia de pertenencia a Cristo, todos vuestros, vosotros de Cristo… Cristo de Dios, dice San Pablo. Vivirla. Vivir una intimidad de oración con Cristo. Vivir la liturgia de las horas, orando con Cristo, por Cristo, con Él y en Él. Vivir la Eucaristía alimentándonos de Cristo, de su Cuerpo, de su Sangre.

“El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí, y yo en él”. “Lo mismo que el Padre vive, Yo vivo por el Padre. El que me come, vivirá por mí”, nos dice Jesús en el capítulo seis del Evangelio de Juan. Luego, queridos amigos, adelante. 50 años no son nada. Son nada para una persona. Y sobre todos los que sobreviven de los comienzos, pues se lo notan en su cuerpo.

Notan que ya tienen pastillero, notan que ya tienen achaques. Pero 50 años para la Iglesia es un suspiro. Además, viene esta gente detrás. Ese es el testigo que se da. Luego, queridos hermanos, esto no es un punto final. Esto es una piedra miliar, si queréis, en el camino. Pero adelante. Adelante. Que Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, os acompañe.

Perseveraban, nos dicen los Hechos de los Apóstoles, en la oración con María, la madre de Jesús, en la enseñanza de los apóstoles. Que esa sea vuestra vida y que Santa María, en la vocación de las Angustias, os proteja, os cuide, os acompañe.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

26 de enero de 2025
S.A.I Catedral de Granada

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