Homilía en el Domingo de Ramos

Homilía de Mons Javier Martínez, Arzobispo de Granada, para el Domingo de Ramos en la S.I Catedral.

La Tradición de la Iglesia a lo largo de los siglos ha hecho que en estos días leamos no sólo un fragmento de la Pasión, sino la Pasión entera. Cada año se lee la del evangelista que se está leyendo a lo largo de todo el año en la lectura de los domingos -este año el evangelista San Lucas- y luego, el día del Viernes Santo se lee siempre el relato de la Pasión según San Juan.

El relato de San Lucas tiene alguna peculiaridad. Dicen los estudiosos que correspondiendo a eso que él mismo dice en el prólogo, que se percibe también en el relato de la infancia de Jesús, de que ha procurado informarse bien de los que fueron testigos de los acontecimientos y ministros de la Palabra en las primeras generaciones cristianas, él ha tratado de relatarlo todo con orden; y puesto que los evangelios son, en el fondo -decía también un estudioso de principios del siglo XX-, relatos de la Pasión, con un prólogo muy largo, lo cierto es que el relato de San Lucas lo consideran los estudiosos como el más cercano a los testimonios primeros de la muerte de Jesús, y por lo tanto, aquél cuyos detalles históricos, cuyos pequeños matices que apenas lo diferencian del relato de San Marcos del relato de San Mateo son, por lo general, absolutamente dignos de confianza.

Pero nosotros no escuchamos en la Semana Santa la Pasión como unos historiadores que buscan los detalles. Nosotros escuchamos el relato de la Pasión con fe. Venimos a enriquecernos con el tesoro de vida que hay en lo que celebramos estos días: la muerte y resurrección de Cristo, en el misterio pascual de Cristo, del cual participamos ya por el bautismo. Hemos sido, en el gesto del bautismo, en los primeros siglos era más expresivo: se bajaba a las aguas, en una piscina que solía tener siete, al principio, y luego tres escalones, en recuerdo de los tres días de la muerte de Cristo, y se salía de las aguas para ponerse la túnica nueva, la vida nueva de Cristo resucitado, como un gesto que nos incorporaba a su muerte y a su resurrección. Eso es lo que vivimos en esta Semana Santa.

Y sería vano después de escuchar un relato como éste, tan sobrecogedor, tan esencial, el decir: «Bueno, ¿en qué me fijo?, ¿qué conclusiones saco?». Yo recomiendo que si tenéis algún ratito en estos días, que lo podáis leer en casa, en silencio, y escoged el de San Lucas, si queréis, ensimismaos en él. Hay muchos, muchos, muchos detalles. Casi no hay frase en la que uno no pudiera sacar riqueza para la propia vida, luz para el camino. Pienso, fijaros, me vienen espontáneamente a la mente, la tradición de Judas. Señor, ¿cuántas veces te he traicionado yo?: por vanidad, por orgullo, por egoísmo, por no complicarme la vida… por tantos motivos que no valen, y te he negado a Ti, como San Pedro. ¿Cuántas veces he negado conocerte? ¿Cuántas veces he llorado como él por haberte negado? Y sin embargo, siempre tu amor ha vuelto a mí, ha vuelto a nosotros.

Para leer la Pasión, ésta es la luz con la que hay que leerla, pero no para hurgar en nuestras miserias. Dios mío, suplico que no hagáis eso, jamás, no sólo en estos días, nunca. Hasta los exámenes de conciencia hay que hacerlos breves. De hurgar en nuestras miserias sólo saca ventaja y beneficio el enemigo, no es lo que Dios quiere. Cuando nos cocemos en nuestro mal, Dios mío, Dios sufre, porque eso nos aleja de la esperanza. Y Él ha venido hasta nosotros para abrir justamente en nuestro corazón el horizonte de la esperanza.

Leía yo esta mañana un texto de los primeros siglos que comentaba la Pasión, y no quiero deciros más que una frase, porque más importante que recordar aquí o sacar la riqueza que hay en tantísimos pasajes, hasta la frase de Jesús «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen», uno cae en la cuenta lo que significa decir eso cuando uno está siendo víctima de un suplicio semejante a la cruz. Es muy bonito perdonar en abstracto, o perdonar en términos genéricos, cuando no te están abofeteando, cuando no te están haciendo sufrir. Pero cuando uno se da cuenta de lo que significaba la cruz y uno dice Dios mío, el hijo pródigo, la oveja perdida, el perdón a la adúltera, que acabamos de recordar. Todos los episodios del evangelio en el que el Señor anunciaba, Él anunciaba a los pecadores, los has hecho carne también en este momento. Repito: no hay pasaje de la Pasión del que uno no pueda sacar riqueza.

Pero me parece que más importante que ir uno tras otro, que sería como empobrecer o hacer más vano un texto tan extraordinariamente grande y rico y sobrecogedor, al que la mejor respuesta es el silencio y el dejar que su riqueza cale en nuestros corazones con la ayuda de la gracia, me parece justo dar la clave. Y este autor cristiano del siglo IV al que hacía referencia antes, comentando la Pasión decía: «El banquete de bodas tiene sed de invitados sin fin». Lo que celebramos en la Navidad, os decía al principio, cuyo culmen sucede, es decir, la unión de Cristo con nuestra condición humana recordamos en estos días, porque llega hasta el final, hasta la muerte, hasta la soledad, hasta la traición, hasta el abandono, hasta la soledad y el silencio en el sepulcro, porque no se le tienen barreras, es una fiesta de bodas: la unión de Cristo con nuestra condición humana es vista desde nosotros lo que queráis, pero vista desde el Señor es el amor más fuerte que la muerte, y es una fiesta de bodas. «Y esa fiesta de bodas», decía el Padre de la Iglesia, «tiene sed de invitados sin fin», es decir, quiere que todos podamos participar, y eso es lo que yo quisiera deciros.

Dios mío, seas quien seas, mires tu vida como la mires, veas tu historia como lo veas, a lo mejor te parece que es un desastre, a lo mejor eres incapaz de mirar a esa historia porque no ves más que pobrezas y mediocridades… o que ninguno de los grandes deseos que tenías en tu vida se han cumplido, o que te has equivocado en las cosas verdaderamente importantes de la vida, a lo mejor hasta en tu matrimonio, en la educación de tus hijos… o en tu orientación en la vida, y te parece que es demasiado tarde como para poder poner de nuevo orden o arreglar lo que rompiste un día, o las heridas que te fueron hechas, que no tienen cierre, que no tienen curación… sea cual sea tu situación, somos invitados a la fiesta de bodas: es el Señor quien nos llama, es el Señor quien nos quiere decir «Yo te amo, doy mi vida por ti. Estoy a tu lado, no estás solo».

Sólo os pido eso, vivid estos días con esta conciencia y acoged al Señor, que no viene para destruir nada en nosotros, viene exclusivamente para estar junto a nosotros, para devolvernos la posibilidad de una alegría verdadera, de una esperanza que no defrauda, de un amor que no sea una especie de evasión de la dureza de la vida, una especie de entretenimiento o de distracción, sino un amor consciente, gozoso, libre, que se da porque la vida sólo es grande cuando uno la da. Y sólo es grande cuando la da porque tiene la experiencia de que Dios está con nosotros, y de que Dios se ha entregado para que yo pueda vivir con esa libertad, y para que yo pueda vivir de ese amor que, sin embargo, mi alma anhela con todo su ser.

Vamos a adorar el amor de Dios, vamos a pedirle que Él abra nuestros corazones a su ternura, a su abrazo, a su gracia, a su misericordia, a su amor, que lo necesitamos. Lo necesitamos, y se hace más patente quizás en estos tiempos que vivimos, que se ha hecho en otros como el aire para respirar, para que nuestras vidas sean sencillamente vidas vividas en la paz, en la alegría, en la gloriosa libertad de hijos de Dios que el Señor nos ha conseguido con su preciosa sangre.

+ Mons. Javier Martínez

Arzobispo de Granada

24 de marzo de 2013, S.I Catedral

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