Homilía en la Eucaristía de acción de gracias en la bienvenida y acogida en Granada de tres dominicas Hijas de Ntra. Sra. de Nazaret, de Colombia, para atender la Residencia de ancianas «El Refugio», obra de la Hdad. y Hospital de la Caridad y el Refugio.
Queridísima Iglesia del Señor,
muy querido don Alfonso,
queridas hermanas,
queridos miembros de la Hermandad del Refugio,
queridas residentes, familiares, amigos todos:
Hoy es, al menos para mí (lo digo con toda sencillez pero con mucho gozo), un día especial de gratitud al Señor y una gratitud muy grande. No hace tantos meses que estuvisteis vosotros a contarme la preocupación de qué podría pasar si algo que había marcado desde el principio de esta venerable y secular institución la vida de la residencia, que era la presencia de una comunidad religiosa, pudiera desaparecer. Sabiendo que las Hijas de la Caridad han sido un tesoro en esta Casa por las que nunca daremos gracias suficientes; pero es verdad que en este momento ellas no podían continuar.
Y yo no las tenía todas conmigo, lo confieso, porque los momentos no son fáciles, y en la vida de un obispo, como dice el título de un libro que acabamos de publicar en la editorial del Arzobispado, «El frente está en todas partes», realmente uno tiene que atender a tantas tareas, tantas necesidades, urgencias, preocupaciones, disgustos, gozos, a tantas cosas por un lado y por otro, que uno dice: ‘Dios mío, ¿y cómo lo vamos a hacer? ¿Cómo vas a concedernos una comunidad religiosa?’.
Hace muchos años (no muchos) pero quizá en torno a ocho o así, yo recuerdo que había pasado yo por la residencia con motivo del funeral de un sacerdote que había sido uno de mis maestros en la residencia de San Bernardo, en Madrid, y hablé con una de las hermanas, y le pregunté: ‘¿De qué congregación sois?’. Me lo dijo (yo ya no me acordaba este verano de cuál era la congregación), pero les dije: ‘Pero no estáis en Granada’. Y me dijo: ‘No’. Dije: ‘Bueno, pues sería cuestión de pensarlo’. Y dijo: ‘Bueno, pues habrá que hablar con la Madre Provincial’. Y dije: ‘Pues ya está’.
Eso quedó archivado en un rincón del disco duro como ahí presente y el hecho de que era una comunidad que llevaba una residencia de personas mayores, fundamentalmente sacerdotes, esa de San Bernardo, y que es una residencia conocida para todas las diócesis de España, para mí también era una garantía. Luego, son las mismas hermanas que llevan el Colegio Español de Roma, lo cual era otra garantía.
Y en un ataque de sensatez y de coraje al mismo tiempo, llamé por teléfono a San Bernardo y se puso la hermana María Luisa, y le dije: ‘Verá usted, que si pueden venir a Granada, ¿con quién tengo que hablar?’. Me dijo: ‘Soy la ecónoma provincial’. Y fuimos a explicarle. Les llevamos unas poquitas fotos del sitio, y fuimos a los dos o tres días a dejar aquéllo allí. Y vinieron luego ellas por aquí. Y se ve que la Virgen ha ido allanando el camino, como ha allanado tantos otros, en mi historia por lo menos, y sencillamente aquí estamos.
Entonces, con mucha sencillez ha decidido eso el Señor, de vuestra venida y de lo que representa vuestra presencia aquí. Los hermanos (ndr. cofrades) me lo dijeron con toda claridad: ‘Nosotros queremos de una presencia nítida y claramente de vida consagrada, de vida religiosa porque eso da un tono diferente a la residencia’. El tono que está expresado en la gratuidad de vuestro don al Señor, y gratuidad del don al Señor luego se traduce en la gratuidad del afecto, del cariño, a las personas, a todo ser humano.
Yo siempre recordaré (es como uno de los «leitmotiv» de mi vida) cuando San Juan Pablo II escribió muy al principio de su ministerio: «El profundo estupor ante la dignidad de toda persona humana se llama Evangelio, se llama también cristianismo». Es decir, es como una denominación de origen de lo cristiano: un afecto, un cariño, un cariño lleno de gratuidad, de respeto, de veneración, pero de cariño realmente a todo ser humano, sea cual sea su historia, sea cual sea su situación; todos estamos necesitados de misericordia, y ése es el motivo de la alegría de esta tarde. Estáis aquí, y casi yo me pellizco y digo: ¿Pero es verdad o no es verdad? Sí, sí que es verdad. Estáis aquí. Y bendito sea Dios. (…)
+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada
11 de febrero de 2015
Residencia de ancianas «El Refugio», Granada