Homilía en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre de 2014, en la S.I Catedral.
Queridísima Iglesia del Señor, Pueblo Santo de Dios, Esposa de Nuestro Señor Jesucristo;
muy queridos sacerdotes concelebrantes;
amigos todos:
Está muy de moda -más que de moda forma parte de la cultura popular- el dogma de la evolución de las especies, pero no de una manera verdaderamente científica y sólida, sino, simplemente, eso queda reducido en la imaginación popular a «el hombre viene del mono». Y lo que se quiere decir con eso es algo parecido a lo que nos transmiten -y sobre todo transmiten a los niños pero también a los adultos- miles de películas de dibujos animados donde los animalitos hablan como para establecer que no hay en realidad una diferencia sustantiva entre el ser humano y el mundo animal.
En la tradición cristiana naturalmente nosotros sabemos que hay una parte de nosotros, hay una dimensión de nosotros que pertenece al mundo animal, pero también sabemos que ningún animal puede cantar como canta Veronika (nd. Salmista en la S.I Catedral) o que ningún animal ha construido edificios como esta catedral y ningún animal, aunque fuera el más listo de los perritos o así, ha compuesto la Séptima Sinfonía de Beethoven, por no decir la Novena.
En realidad, hay cinco reinos (y al decir esta frase lo que voy a decir ahora es glosar a un autor que lo ha dicho mucho antes que yo, hace casi dos siglos): está el reino mineral, está el reino vegetal, está el reino animal, está el reino humano y está el reino cristiano. Y este autor glosaba que cada uno de esos reinos es como una creación de Dios nueva, que introduce una novedad absoluta o un salto cualitativo o una discontinuidad con el reino anterior. No nos damos cuenta de la enorme discontinuidad que hay entre una piedra y una planta, o una flor, y los ritmos y la vida de la que participa; y la discontinuidad enorme que hay entre una planta y la belleza y la constitución y el crecimiento y la forma interior y el movimiento de una planta y el movimiento de un animal; es una creación nueva. Y estamos perdiendo la consciencia. Yo creo que eso es consciente en nuestra cultura del salto cualitativo inmenso y digo que es consciente en nuestra cultura porque yo esto lo digo con frecuencia, incluso en las Confirmaciones o así, y los chicos vienen a discutírmelo, o sea, que soy consciente de que es uno de los elementos…: no, no somos más que una especie más desarrollada del mundo animal, con un cerebro un poco más complicado… Hay muchas contradicciones en esa historia, porque resulta que la evolución, se suele decir, siempre ha ido a mejor y, mira tú por donde, sólo en el caso del hombre esa evolución que parece que ha ido a mejor por la complicación de nuestro cerebro resulta que nos ha causado el sufrimiento, el llanto, el dolor, el ser conscientes de que nos morimos, el ser conscientes de nuestra enfermedad, el vivir la enfermedad como si no fuera algo natural para nosotros, sino como si pudiéramos, en efecto, y podemos hasta cierto punto, luchar contra ella.
Hay un interés en que nos concibamos a nosotros mismo como en el orden del mundo animal. No sé si habéis visto un par de documentales estupendamente bien hechos y con la cooperación de muchísimas instituciones académicas y científicas de muchos estados. Uno se llama «Nómadas del viento». Es sobre los pájaros, la vida de los pájaros. Otro me parece que se llama «Océanos» y describe la vida de los animales en el fondo marino. Son bellísimos y utilísimos para conocer, pero tienen dos ideas de fondo terribles, que, además, la niega, las mismas imágenes que estamos viendo las niegan de plano, que todo eso sólo ha sucedido porque unos seres buscaban alimento y luchaban contra otros para conseguir el alimento. Dios mío, ésa es la raíz de todos los totalitarismos. (…)
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
8 de diciembre 2014
Solemnidad Inmaculada Concepción
S.I Catedral