En Cuaresma, “se nos pide conversión, se nos pide oración”

Homilía del arzobispo de Granada, Mons. José María Gil Tamayo, en la celebración del miércoles de ceniza en la S.A.I Catedral el 5 de marzo de 2025, con la que da inicio la Cuaresma, con la presencia de la Orden Hospitalaria San Juan de Dios, que celebra el 475 aniversario de la muerte del santo y por ello es Año Jubilar, y ante las reliquias en el tabernáculo de san Juan de Dios.

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes;
querida comunidad de hermanos hospitalarios de San Juan de Dios;
queridos hermanos y hermanas:

Estamos en un día grande, con un sentido cuaresmal ciertamente. Y en este día, comenzamos este triduo de acción de gracias a Dios por la vida santa del santo de Granada, de San Juan de Dios, de Juan de Ciudad. Se cumplen, dentro de unos días 475 años de su muerte, y al mismo tiempo en esta celebración, ante sus reliquias, que están en el altar mayor de nuestra catedral, vamos a pedir especialmente por el Papa Francisco. Él está ahora sufriendo la enfermedad en momentos difíciles, y San Juan de Dios es especialista en ayudar, en curar, en acompañar.

En este día, el del miércoles de ceniza de 2025, con que iniciamos la Cuaresma, son tres los ejes fundamentales que hemos escuchado en el Evangelio que ha sido proclamado. Por una parte, la oración; por otra parte, el ayudo y la limosna, pero eso nos ha invitado a todos a la conversión. Y este hombre que vino, andariego, recorrió Europa, la península ibérica, acompañó a la familia a Mérida, a Ceuta. Vivió también en Gibraltar. Este librero que puso a tienda ante el arco de Elvira, ¿qué puede decir eso hoy? ¿O es una figura que se nos pierde en la noche de los tiempos ya casi medio milenio?

No, queridos hermanos. Porque Juan de Dios se parece sobre todo a Jesús. Él sí que ha vivido la conversión. Él sí que se encuentra de manos de otro santo. Los santos llaman a los santos. En nuestra Granada del siglo XVI, Juan Ciudad, el librero, acude a un sermón en el día de san Sebastián, de San Juan de Ávila. San Juan de Dios queda tocado absolutamente, enloquecido, por la conversión. Es la primera conversión de Juan de Dios. ¿Cómo asimilar ese toque de Dios en un hombre que está llamado a una grandeza espiritual y humana única?

Los santos, queridos amigos, son los grandes benefactores de la humanidad. Por eso, su recuerdo está entre nosotros. Por eso, es patrono de Granada. Y patrono, para tomarnos medida. Patrono, para fijarnos. Patrono, para que interceda por nosotros. San Juan de Dios no es una figura a la que admiramos, pero como un viejo caballero del siglo XVI del Imperio Español, se nos pierda en los siglos. Y no fue tan viejo. Este muchacho que nace en Montemorro, en Portugal, que acaba en tierras toledanas próximas a Guadalupe. Y allí, en el entorno de Oropesa, san Juan de Dios, deseoso de aventura, se une a las tropas españolas para defender Fuenterrabía en favor de Carlos V. Después, para llegar hasta Viena y defender la cristiandad frente a los turcos. Y ese Juan de Dios, andariego, aventurero, se va; ese que viene, después de andar de un lado a otro, que pasa por Sevilla, que viene y acaba en Granada. Ese hombre que busca ya sentarse con una estabilidad de librero, va a encontrarse con Jesús, a través, como os decía, del santo apóstol de Andalucía, san Juan de Ávila. Y lo toma bajo sí, que le hace su pupilo, que lo acompaña espiritualmente.

Queridos hermanos, no hay progreso espiritual sin acompañamiento. No podemos ir a los silvestre en las cosas de Dios. San Juan de Dios queda enloquecido, hasta el punto que es el loco de Granada. Por esta plaza, antes, con otra configuración en aquel tiempo, san Juan de Dios, medio desnudo, Juan Ciudad, llamaba la atención y pensaban que estaba loco. Como nosotros vemos a los sintechos y cambiamos la mirada. Granada ha sido tierra de acogida y especialmente de los pobres y los enfermos. Y no podemos olvidarla.

Nuestra belleza de ciudad no queda empañada por los pobres. No se pueden esconder a los pobres de Jesús. Siempre los tendréis con vosotros. Y Juan de Dios acaba en el Hospital Real, como un loco. Y allí tiene otra conversión. Esa conversión que es la vuelta a Dios. Esa conversión que es la vuelta al hombre. Esa conversión que es, en definitiva, la vuelta a la primacía del amor de Dios y del amor a los hermanos. Y Juan de Dios, que entra como un loco, sale después, después de haber aprendido, después de haber defendido a los pobres y a los enfermos, de haberse dado cuenta de las carencias hasta el punto de que él los cambiará en el sistema hospitalario, siendo avanzado de una mezcla maravillosa de caridad y cuidado.

Juan de Dios, el que enloqueció en el campo de los mártires; Juan de Dios, el que estuvo encerrado como un loco en el Hospital real. Con esa locura que es la que San Pablo nos dice en la Primera Carta a los Corintios, es la de la cruz. Por eso, el escudo de la Orden lleva la cruz encima de Granada. Queda enloquecido con la locura del Evangelio, con la locura de las bienaventuranzas, con la locura del amor de Dios por los demás. Él sí se creyó el Sermón de la montaña. Y nos enseña a nosotros que ése es el camino. San Juan de Dios no es un personaje desencarnado, sino al contrario: se encarnó hasta el punto de que nada de lo humano, nada de lo que su Señor le sirvió desaparezca. Forma parte de lo fundamental humano: la debilidad.

Juan de Dios comprendió que, en la enfermedad, que en el sufrimiento, como nos dice Jesús en las Bienaventuranzas, está una felicidad escondida para este mundo, pero cuando sabemos cuidar, cuando sabemos ayudar, cuando sabemos amar, es la mejor compensación, porque es anticipo de vida eterna.

Juan de Dios, con esas dos conversiones, busca consejo, busca a su maestro, que ya está en Baeza, y allá que se dirige. Juan de Dios, que, de las tierras extremeñas, limítrofe con Toledo, en la Oropesa de los Austrias, en aquellos campos que ha pastoreado, la devoción a la Virgen tiene un nombre, Guadalupe. Y él acude al monasterio de los Jerónimos en Guadalupe, al santuario más importante en la España de los Austrias, donde hay hospitales, y él allí aprende la ciencia del cuidado. Y no se lo guarda para sí, sino que vuelve, y vuelve a repartir lo que ha recibido. Este andariego de Dios, vuelve a Granada para empezar la obra de sus sueños: el hospital. Y va a ser cómplice de ese amor de Dios, ‘hermanos, haceos el bien a vosotros mismos’, a su obra que todavía pervive y está extendida por todo el mundo.

Como veis, los locos cambian el mundo. Como veis, este loco de Granada cambió el cuidado cristiano. Puso un estilo nuevo, cuando no había realmente el cuidado especial por los que más sufrían.

Pero Juan no pudo haber hecho esto sin oración, sin dejarse vaciar para coger el don y la inspiración del Espíritu Santo que le lleva por sus caminos, sin tratar a Dios con confianza de hijo, de quien es débil y sabe que para esa empresa necesita sus fuerzas. Sólo los débiles oran. El orgullo, en cambio, nos hace creernos que somos los mejores y sólo en caso de necesidad y de miedo acudimos a Dios. Juan de Dios vive esta dimensión de la Cuaresma permanentemente. Juan de Dios ayuna. Ayuna para compartir, ayuna para tener esa comunión con los pobres y los enfermos sin tener nadas, trayendo la leña desde el Albaicín para venderla a la Plaza de Bibrambla y llegar después a quienes lo necesitan. Juan de Dios vivió realmente el sentido más literal de la palabra castellana compasión. La Semana Santa de Juan de Dios no fue de pasos que vería pasar, sino que fue de identificarse, como nos dice San Pablo, “completar en vuestra carne lo que falta en la Pasión de Cristo”, para compartir el destino o la suerte de los pobres y de los enfermos. Juan de Dios no hizo demagogia.

Juan de Dios no fue un activista. Juan de Dios fue un cristiano claro, a imagen de Cristo. Como esos campeones de la caridad. Juan de Dios, la otra dimensión de la Cuaresma, la de la limosna, la de la caridad, esa dimensión que vive con una entrega sin límites hasta el heroísmo, hasta el olvido de sí mismo. Y al mismo tiempo, invita a gente de Granada; invita, ciertamente, a los discípulos de Juan de Ávila, que viven en Granada, familias nobles, para que se den cuenta que su dinero y su riqueza no son sólo de ellos, sino que tiene una hipoteca social, la de la caridad para con los demás: “Hermanos, haceos el bien a vosotros mismos”.

Queridos amigos, se nos pide conversión, se nos pide oración. Hay que rezar en Cuaresma, hay que rezar en Cuaresma. Se nos pide ayuno, que es compartir con los más pobres, enfermos y, al mismo tiempo, poner límite a nuestra superficialidad, a tantas y tantas formas de vida que, basándose en el tener, nos olvidamos de que lo nuestro no es nuestro. A tener ese ayuno para frenar las pasiones, para ponernos un poco de mortificación en esta época en que el placer se ha convertido en un absoluto, el pasarlo bien, el bienestar y no el ser mejores.

Queridos hermanos, querido pueblo de Granada. Limosna, caridad. Y caridad no es beneficencia, no es dar ropa usada, no es dar lo que sobra, es darnos a nosotros mismos, como san Juan de Dios. Por tanto, la caridad de Juan de Dios nos lleva también a ser muy de los demás y muy de Dios.

Que Santa María de Guadalupe nos ayude a nosotros como a Él, a cambiarle, a darle junto a esas intuiciones del Espíritu y esas inspiraciones la ciencia humana, para saber obrar con la sencillez de la paloma y, al mismo tiempo, con esa audacia de la serpiente, sabiendo sacar partido a todos esos dones que Dios puso en Él y que no se ha guardado, sino que toda la humanidad se ha beneficiado, se beneficia y se beneficiará.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo

Arzobispo de Granada

S.A.I Catedral de Granada

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