En Adviento pedimos que venga la gracia

Homilía en el II Domingo de Adviento en la S.I Catedral, el 7 de diciembre de 2014.

Queridísima Iglesia del Señor, pueblo Santo de Dios, Esposa de Nuestro Señor Jesucristo,

muy queridos sacerdotes concelebrantes,

amigos y hermanos todos:

Hay un escrito muy poco conocido por el pueblo cristiano, excepto por los especialistas de literatura cristiana antigua o de lo que en los estudios de teología se suele llamar «patrología» o estudio de los padres, de nuestros padres en la fe, que es probablemente el escrito más antiguo de la Iglesia fuera de los escritos del Nuevo Testamento. Se llama «La enseñanza de los doce apóstoles» y es una especie de manualito pequeño (no tiene más que ocho o diez páginas) de cómo hacer una comunidad cristiana, de las reglas para hacerla, de cómo formarla, de cuál sería el reglamento de vida de esa comunidad; y tiene una parte dedicada a la celebración central de la comunidad cristiana, que, naturalmente, es la Eucaristía.

Es curioso que en ese texto (que los estudiosos suelen atribuir hacia el año 80 ó 90 del siglo primero y que, probablemente, proviene del Líbano o de Siria), ciertas oraciones de la Eucaristía son prácticamente las mismas que hacemos hoy en el ofertorio: el «Bendito seas Señor, Dios del Universo» prácticamente está igual; pero hay una oración que, probablemente, era la aclamación que se hacía, después de la consagración, que, de alguna manera, la seguimos haciendo porque seguimos diciendo «Ven, Señor, Jesús», pero la formulación que tiene en ese escrito es: ‘que pase este mundo y llegue la gracia’. Es muy fuerte, se puede interpretar de una manera superficial diciendo: ‘Bueno, es que los primeros cristianos estaban esperando en seguida el fin del mundo o así’. Pero yo creo que hay una manera más profunda de interpretarlo, y de entender esa… pedimos que pase, como cuando pedimos que en nosotros pase el hombre viejo, y que el Señor cree en nosotros el hombre nuevo a la medida de Cristo, a la medida del misterio de Cristo, y de la persona de Cristo, a la medida del Hijo de Dios, que es nuestra vocación, ser hijos de Dios.

¿Qué es lo que pedimos que pase cuando aquellos cristianos pedían y nosotros, con otras palabras, pedimos que pase este mundo? Que pase todo lo que este mundo es ausencia de Dios. No sé si habéis visto esa película terrible por su fuerza inmensa de Bergman que se llama el silencio, que es justamente la descripción de un mundo en el que Dios está ausente. Es horrorosa. No sólo por escenas durísimas, que las tiene, pero menos que otras de las películas que se ven, sino sencillamente describe lo horroroso que es la vida en un mundo, vivir en un mundo donde uno no entiende el lenguaje, donde no se sabe, donde no hay familia, donde las relaciones humanas están todas corrompidas y podridas, donde hay una violencia, no cesan de pasar tanques en la habitación de ese hotel en un país extranjero donde una mujer agoniza, y toda la película se pasa agonizando.

Es en un inmenso hotel barroco vacío donde un niño pequeño se pasea por el hotel mirando los techos sin entender nada. Ese silencio, ese mundo en el que no existe casi el lenguaje, no existe la comunicación verdadera, sólo queda la violencia; cuando falta Dios del todo, sólo queda la violencia y la mezquindad humana, y el intento de escapar vanamente de esa violencia sin conseguirlo. Pues, eso es lo que pedimos que pase en el Adviento, que venga la gracia, Dios mío.

¿Recordáis la primera lectura de la Misa del Gallo en Nochebuena? Ha aparecido la gracia de Dios. Eso es lo que anhelamos. Nosotros no somos capaces, incluso en el mejor de nuestros casos, con la mejor de nuestras voluntades, de hacer un mundo de hermanos, de hacer un mundo construido sobre la verdad, de hacer un mundo construido sobre el afecto entre las personas, pero un afecto lleno de respeto, de reconocimiento del misterio. No somos capaces de caminar en la verdad de lo que somos, porque la verdad de lo que somos es la verdad de Dios, porque somos imagen de Dios, porque estamos hechos a imagen de Dios, y necesitamos vivir una vida cuyo centro, y que esté toda ella, por así decir, desde dentro, configurada por un amor como el de Dios, para que esa vida sea plenamente humana, para que sea verdaderamente humana. Y eso no somos capaces de hacerlo por nosotros mismos, y por eso suplicamos: «Ven, Señor, Jesús, y que venga la gracia». (…)

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

7 de diciembre de 2014
S.I. Catedral

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