Homilía en la Eucaristía para celebrar la fiesta de Santo Tomás de Aquino, a la que asistieron docentes y alumnos de los Institutos de Filosofía «Edith Stein» y de Teología «Lumen Gentium» de la Archidiócesis, así como seminaristas y fieles en general.
Siempre empiezo mis homilías diciendo «queridísima Iglesia del Señor», y aunque hoy estemos en familia no va a ser una excepción. Como en el esquema conciliar de la «Lumen Gentium» primero viene la Iglesia y luego vienen los oficios y los estados que tiene la Iglesia, por eso hago yo ese comienzo siempre: primero me dirijo a la Iglesia, luego a mis queridos sacerdotes concelebrantes, y luego a todos los fieles. Y a veces, sobre todo en la Catedral, no os creáis que todos son fieles cuando digo hermanos y amigos, pues algunas personas a lo mejor no se sienten hermanos, o yo sé que muchas veces hay personas que no son ni siquiera cristianas; son de otras confesiones, lo sé porque me lo han dicho ellos: alguna vez, un profesor de Túnez que le gusta venir a la Catedral cuando viene a dar alguna charla a Granada, y es musulmán y viene. Y en otra ocasión, en Navidades, hemos tenido a un amigo judío, que ha estado asistiendo a todas las misas que se celebraban en la Catedral prácticamente.
Celebramos la fiesta de Santo Tomás y las lecturas de hoy yo creo que son muy iluminadoras para nuestras vidas, para las de todos como cristianos y para las vuestras como aspirantes al don precioso del sacerdocio.
Primero es ese elogio de la Sabiduría, que el Antiguo Testamento podría uno pensar que a veces es como una sabiduría humana. Pero incluso en el Antiguo Testamento, esa sabiduría aparece a veces así (…), claramente como la Sabiduría de Dios, prácticamente como el Logos.
Y el Nuevo Testamento, el prólogo de San Juan, identifica claramente esa Sabiduría, que es al mismo tiempo la Palabra de Dios, con Jesús: el Logos se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria; gloria como del Hijo único del Padre lleno de gracia y de verdad.
Y el prólogo de la Primera Carta dirá que esa vida que estaba en el Padre, esa luz que hemos visto y que hemos tocado con nuestros ojos es la que queremos comunicar a los hombres. En todo caso, la primera lectura de hoy nos dice que la verdadera Sabiduría es Cristo. Yo tengo cada vez más la conciencia de que el único tesoro del que somos portadores como Iglesia es Cristo. Ese es el verdadero tesoro. No tenemos más. Todo lo demás son derivaciones, consecuencias, implicaciones, si queréis, manifestaciones de la riqueza inagotable de Cristo. Pero el verdadero tesoro es Cristo.
La Sabiduría divina hecha carne. Y al hacerse carne, mostrándonos de alguna manera el abismo sin fondo del amor infinito de Dios, que no teme implicarse en nuestro barro; que no teme entregar al Hijo para rescatar al siervo; que no teme el desprecio o la miseria humana y el pecado humano, sino que, incluso en el momento de la Pasión, dice: ‘Nadie me quita la vida, yo la doy porque quiero’.
El Hijo del Hombre ha venido a ponerse en manos de los hombres. ¿Y qué Sabiduría hay en ello? Pues la Sabiduría de un amor que es infinitamente más grande que el pecado. Es infinitamente más grande que nuestras pequeñeces. Y ese amor se desvela así como tan verdadera y profundamente trascendente. Cuando digo trascendente no digo fuera, digo, sencillamente, que desborda toda la realidad, pero la llena, al mismo tiempo, por entero; que es capaz de iluminar todos los aspectos y todas circunstancias de la vida y que uno puede confiarse a Él porque el secreto de la historia es el amor (pero ese amor de Dios, no las imágenes que nosotros nos hacemos de lo que es el amor, sino el amor que Dios nos ha revelado en Cristo). (…)
+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada
28 de enero de 2015
Fiesta de Santo Tomás de Aquino
Monasterio de la Cartuja