Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía del I Domingo de Cuaresma, celebrada en la S.I Catedral de Granada.
Queridísima Iglesia del Señor,
Esposa amada de Nuestro Señor Jesucristo,
Pueblo santo de Dios,
muy queridos sacerdotes concelebrantes,
y amigos todos:
En la liturgia de las Horas de esta mañana, de este primer domingo de Cuaresma, hay una frase preciosa. Dice: «Hoy es un día consagrado al Señor, no hagáis luto, ni hagáis duelo, ni ayunéis, porque es una fiesta y un día consagrado al Señor». Y me diréis: ‘Pero estamos en el primer domingo de Cuaresma’. Sí, claro, pero eso no significa necesariamente ni hacer duelo ni tener una conciencia inclinada al auto flagelo.
Y me ha llamado la atención el canto que habéis hecho justamente antes del Evangelio. Decía: «Lo viejo ha pasado». Y quiero explicaros muy brevemente cómo eso, precisamente, es lo que dice el Evangelio cuando narra las tentaciones de Jesús: empieza una nueva historia. Con Jesús, con Jesucristo, empieza algo nuevo, que no ha existido jamás en la historia humana. La historia humana es la historia de nuestras pasiones; también de la Gracia de Dios, que trabaja misteriosamente el corazón de los hombres. (…). «Tu senda, Señor, son misericordia y lealtad», hemos cantado también. O se podría traducir, a mi juicio, con más exactitud: misericordia y fidelidad, la misericordia del Señor es fiel, y no ha dejado a los hombres perderse en el juego y en la trama inacabable como aquella túnica de la Odisea, tejiendo una túnica que no se acababa jamás, la túnica de Ariadna (si recuerdo bien). No. Una túnica de pasiones, la historia humana: de soberbia, de avaricia, de odio, de envidias, de luchas de poder, de todo eso. Nunca ha faltado ahí la Gracia de Dios. Pero esa Gracia de Dios se manifiesta desde el origen, en la lectura del diluvio y de cómo la alianza que Dios hace con la humanidad después del diluvio, y cómo -seguirá recordándonos los distintos domingos de Cuaresma- el Señor nunca retiró esa alianza, que la volvió a hacer con Moisés, que la volvió a hacer con Abraham; con Moisés la renovó a través de los profetas, hasta que la ha cumplido en su Hijo Jesucristo.
Con Jesucristo empieza una historia nueva; empieza algo radicalmente nuevo en la historia humana. Y es: la última palabra sobre la historia ya no la tienen las pasiones humanas. Se pone de manifiesto que la tiene la fidelidad, la misericordia de Dios, el amor de Dios, derramado de manera sin límites, sin bordes, de una manera mucho más derrochadora que la misma Creación, que ha llenado el mundo de criaturas diversas y de millones y millones de cada criatura. Y si tiene razón el físico Hawking (que no sé por qué le parece a él que eso es una objeción a la existencia de Dios), millones de cosmos, millones de universos, con millones de «big-bans», y cada uno con millones de galaxias dentro de él, pues fantástico. Si es que por muy grande que pudiera imaginarse el universo, nunca llegaría a ser mas que una mota de polvo en la mano del Señor; por muy grande que pueda ser el amor o la miseria humana, ni la miseria es capaz de agotar la misericordia de Dios, ni el amor humano con toda su belleza, en la más grande de las bellezas que uno pueda imaginar, llegan para nada a parecerse, apenas a tocar, como dice un autor cristiano antiguo, «el arca que cubrió todas las montañas y que cubrió toda la tierra no llegó a tocar las plantas del Paraíso».
Bueno, pues, el Paraíso se ha hecho presente en la tierra y eso estaba en el Evangelio de hoy, aunque los hombres de hoy, al escucharlo, no nos damos cuenta.
Cuando Cristo vence las tentaciones en el desierto, dice el Evangelista San Marcos (los demás no lo dicen, pero él sí): «Y los ángeles le servían». Qué cosa más curiosa. En la literatura judía del tiempo de Jesús, en la literatura de los sabios y de los rabinos judíos, cuando se describía el Paraíso, se describía la vida de Adán y Eva en el Paraíso, se recuerda precisamente ese hecho: que los ángeles servían a Adán y a Eva, para expresar así cómo la dignidad humana es una dignidad que está por encima de la dignidad de los ángeles. Y eso también sólo se descubre a la luz de la Encarnación, plenamente, del todo, sólo se descubre a la luz de la Encarnación del Hijo de Dios, que se hace hombre, que asume nuestra humanidad, que la abraza en toda su miseria, en toda su pequeñez, en toda su pobreza, en toda nuestra pobreza, nuestra miseria y nuestra pequeñez.
El Señor nos ha abrazado en la Navidad, se ha hecho uno con nosotros; nos ha dado su amor fiel, su alianza nueva y eterna (que recordamos en cada Eucaristía), que nadie podrá retirar jamás, que nadie podrá quebrar de tal manera que Dios se harte de los hombres y diga: ‘Pues, ya está, no quiero saber nada con vosotros, si es que no vale la pena luchar por vosotros’.
El Señor se nos ha dado y se nos ha dado de una vez para siempre, con una misericordia y con una fidelidad que son eternas. (…)
+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada
22 de febrero de 2015
I Domingo de Cuaresma, S.I Catedral