Homilía de D. José María Gil Tamayo, arzobispo de Granada, en la Eucaristía celebrada en la S.A.I Catedral el 15 de diciembre de 2024.
Queridos sacerdotes concelebrantes y diácono;
queridos hermanos y hermanas:
Estamos ya muy próximos a la Navidad. La tercera vela de la corona de Adviento nos lleva la cuenta atrás de este tiempo privilegiado de preparación para las fiestas de la Navidad del Señor. Y estamos en el Domingo Gaudete que se nota incluso en el color de las vestiduras de los sacerdotes.
El revestimiento también del ambón donde se proclama la Palabra de Dios. Es un morado atenuado. Porque hay un ingrediente en el Adviento, que es la alegría junto con la esperanza. El Señor nos invita a ello. El Papa Francisco dice que nos han robado la alegría a los cristianos. Tenemos un déficit importante de alegría. La alegría, queridos amigos, no está en tener muchas cosas.
La alegría no está en mover los músculos de la cara o provocar un jolgorio interior. No está en una fiesta simplemente. Nuestra alegría no es la de mover unos los músculos de la cara. Nuestra alegría nace de algo mucho más profundo, de que el Señor está cerca, de que el Señor está en medio de nosotros. Gritad jubilosos, el Señor está en medio de ti, está en medio de nosotros.
Y este saludo, con el que en la liturgia se nos saluda por parte del oficiante, “el Señor está con vosotros”, es una realidad. Dios está con nosotros. Y esto ha pasado también a los saludos del pueblo: quedaos con Dios, vaya usted con Dios, Dios os guarde. Este sentido cristiano de la presencia de Dios que hoy recordamos de una manera especial en la Navidad, en su primera venida en medio de nosotros, de la humanidad, de nuestra condición. En la humildad de nuestro ser como hombres débiles.
Él, que no tiene pecado, asumió nuestra naturaleza. Él ha tomado lo nuestro para redimirnos, Él se ha encarnado. Dios se ha hecho hombre para que el hombre se haga a Dios. Ese es el gran misterio de la Navidad y que puede, como oscurecerlo, todo lo que hemos ido añadiendo y que se convierte para mucha gente simplemente en unas fiestas de invierno, o un motivo para el consumo.
Los cristianos tenemos que quitar toda la hojarasca que ha ido ocultando el verdadero sentido de la Navidad y recuperar la alegría profunda que es patrimonio de los cristianos. El Señor está cerca. Vamos a pedirle este don al Señor en esta alegría, porque es lo que hemos rezado en la oración colecta que se repetirá en todo el mundo. Permítenos llegar jubilosos, llenos de alegría, a las fiestas que se acercan y celebrarlas con gozo desbordante.
Celebrarlas cristianamente. Celebrarlas, sí, en familia. Sí, también en lo exterior. Pero que no nos falte la alegría de la celebración litúrgica, de la gloria de Dios, del júbilo que está por dentro. Pero, queridos amigos, a ello nos ha invitado el profeta Sofonías seis siglos antes de Cristo. Invita al pueblo, que está en el destierro, a que tenga alegría y júbilo, porque va a volver a la tierra.
Y hemos escuchado también el texto de la carta a los Filipenses. El Señor escribe a esos primeros cristianos de Filipo que tenían dificultades, muchas más que nosotros, que vivían en un ambiente hostil y pagano. Decid: “Estad alegres en el Señor”. Os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca. Es más, les invita a poner sus preocupaciones en manos del Señor.
Y la paz de Cristo, que sobrepasa todo conocimiento, custodiará vuestros corazones. Qué necesidad tenemos de esto, de verdad. ¿Pero cómo invitar a la alegría en medio de cómo está el patio? ¿Cómo invitar a la alegría a los que están sufriendo la DANA? Los que han sufrido esas consecuencias desastrosas, han perdido seres queridos. ¿Cómo invitar a la alegría y a la esperanza a gente que se ha quedado colgada en medio de las dificultades, de las contrariedades, a quien está en medio de una enfermedad incurable?
¿Cómo invitar a la alegría a las personas que viven en las necesidades y en las carencias más absolutas, o viven en nuestro mundo, en medio de guerras, de divisiones? O al mismo tiempo están buscando unas mejores condiciones de vida, atravesando fronteras y siendo marginados. ¿Cómo invitar a la alegría a tantas personas desfavorecidas?
¿Cómo invitar a la alegría a tanta gente que tiene necesidad? Pues este es el anuncio cristiano, porque nuestra alegría no se basa en tener cosas. Se basa en Dios, que está a nuestro lado, que es el Emmanuel, el Dios con nosotros. Cuando ponemos nuestra alegría y nuestra esperanza sólo en las cosas temporales, vemos que las cosas cambian, que a la vuelta de la esquina aparece otro problema. Que nos venimos abajo, que siempre hay un motivo de preocupación propio de nuestra condición humana, de que estamos vivos.
La alegría es mucho más profunda. La alegría la puede tener el enfermo en medio de sus dificultades cuando tiene fe y esperanza. La alegría la puede tener esa persona cuando pone su confianza en Dios, a pesar de que le llega el agua al cuello y que todo le dice que está en contrario. Queridos hermanos, recuperemos la esperanza y la esperanza en un Dios que nos salva.
La esperanza en un Dios que nos invita a unirnos a su cruz. La esperanza en un Dios que tiene otra lógica, la lógica de las bienaventuranzas. La lógica de la confianza infinita en la providencia de Dios. Y eso nos dará esa paz que anuncia el apóstol Pablo en la carta a los Filipenses. Esa paz que nace de vivir conforme a lo que Dios quiere.
Y hemos escuchado en el Evangelio los consejos que da uno de los protagonistas principales del Adviento, Juan el Bautista. Cuando llega él y la gente le dice: ¿Qué tenemos que hacer? ¿Qué tenemos que hacer nosotros, Señor? ¿En qué tengo yo que cambiar para recobrar la alegría y la esperanza cristiana? Que se basa en ti, que se basa en la confianza en los demás, que se basa en dejar de darme vueltas a mí mismo, en mi egoísmo, a mis cosas y pensar más en los demás. Pensar más en Ti, vivir la vida en gracia, tener al Señor dentro por la vida en gracia. Con una conversión, qué buena manera de prepararnos para la Navidad con una buena confesión. Para que el Señor sí encuentre lugar en nosotros, para que no le echemos.
Queridos amigos, tenemos esta oportunidad de preparar la Navidad de verdad, de manera más profunda, para que esa paz, esa caridad que aflora en nosotros, no termine el día 7 de enero. Sino que nazca realmente de su fuente, que es Dios mismo, y la repartamos en la vida de familia, en nuestras relaciones con los demás. En la Navidad en que parece que recobramos un poco la inocencia de cuando éramos niños.
Vamos a pedirle al Señor esto y vamos a pedirle hacer lo que Él nos pide, vivir como Dios manda. Que es lo que le va diciendo Juan el Bautista a cada uno. Les dice a todos que sean justos. Les dice, después a los publicanos, encargados de cobrar los impuestos para los romanos, les dice que no extorsionen a la gente. Les dice después a aquellos soldados que tenían entre su obligación el orden público, les dice que no sean corruptos, que no sobrecarguen a la gente. Di cosas concretas. ¿En qué puedo yo cambiar? ¿Qué tengo yo que hacer en mi vida para que esta Navidad sea realmente una Navidad donde el Señor esté con nosotros? Y a través de cada uno de nosotros, con nuestra familia, con nuestros amigos.
Es lo que le vamos a pedir al Señor, celebrar las fiestas de la Navidad del Señor con alegría desbordante, y veréis como esa alegría no pasa.
Vamos a pedirle ayuda a la Virgen. El Señor la saluda por medio del ángel, precisamente diciéndole: “Alégrate, María, el Señor está contigo”. Claro que está con ella, va a estar en sus purísimas entrañas.
Llevar a Cristo es una responsabilidad, pero es también una alegría. A la Virgen acudimos diciéndole que es causa de nuestra alegría. Nos ha dado la mayor alegría del mundo, nos ha dado a Cristo. Pues vamos a ser unos cristianos más alegres. No vayamos por la vida como pidiendo perdón de que lo somos. No vayamos por la vida taciturnos, sino que se muestre con esa alegría verdadera, no falsa. Con esa alegría compatible con el dolor y con el sufrimiento, pero que trata de remediarlo y de superarse, con esa alegría que es contagiosa, de hijos e hijas de Dios, que se saben las manos de su Padre. Que tienen a Dios consigo y que al mismo tiempo lo dan a los demás.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
15 de diciembre de 2024
S.A.I Catedral de Granada