El Señor confirma su Alianza de amor

Homilía en la celebración del Sacramento de la Confirmación en la S.I Catedral de Granada, con personas procedentes de la parroquia de Ogíjares, el 14 de mayo de 2021.

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa muy amada de Jesucristo, que os reunís y camináis en la parroquia de los Ogíjares, Pueblo Santo de Dios al que todos pertenecemos (también yo soy parte de ese pueblo y me siento orgulloso de serlo. Cuando hablamos de Pueblo Santo no se refiere sólo a los fieles cristianos laicos: se refiere a todos. Todos formamos un pueblo, cada uno con una misión dentro de ese pueblo);

saludo a los sacerdotes también que nos acompañan. (A uno lo conocéis mucho. Don Ángel es vuestro párroco y vuestro amigo, y él os conoce a todos. D. Manuel, el otro sacerdote, es quien a mí me ayuda en las celebraciones de la Catedral todos los domingos, además de cuando hay una celebración especial, como hoy); queridos hijos:

Yo no voy a deciros qué es la Confirmación, porque para eso os habéis estado preparando y vuestros catequistas os han preparado. Yo quiero deciros algo mucho más básico. ¿Qué es el cristianismo? En definitiva, qué es ser cristianos, porque la Confirmación constituye un paso, como nos acaban de decir, en ese camino de pertenencia a Jesucristo y a su Iglesia, que es la vida cristiana.

El cristianismo no son cosas que nosotros hacemos por Dios y que tenemos que hacer por Dios para que Dios nos quiera o nos trate bien, o para que Dios tenga misericordia de nosotros y nos perdone. No. El cristianismo es el descubrimiento de lo que Dios ha hecho y hace por nosotros. De lo que ha hecho dándonos la vida, que es el primer regalo que Dios nos hace, y un regalo de amor, porque Dios nos da la vida como una participación ya en Su vida y eso explica el deseo profundo de alegría, de belleza, de amor, de verdad y de bien que hay en el corazón de cada uno de nosotros. Ese deseo de un amor infinito, de una vida que no sea fatiga y cansancio, sino de una vida que pueda ser vivida en alegría.

Jesús nos dice en el Evangelio de hoy: “Os he hablado de esto, para que mi alegría esté en vosotros -fijaros que lo dice en la víspera de su muerte y para que vuestra alegría llegue a plenitud”. Es la explicación más bonita de para qué ha venido Jesucristo. Ha venido para que nosotros podamos vivir contentos; contentos porque nos acompaña en el camino de la vida. Él, que nos ha entregado Su Espíritu; Él, que nos ama con un amor infinito, que os ama a cada uno. Se podrían volver a repetir los nombres uno por uno. No me importaría el decir “a ti, Fulanito, Dios te ama con un amor infinito”. Y estarás pensando por dentro, ¿pero cómo me va a querer a mí Dios si soy un desastre, si mi vida es un lío, si muchas veces no me aguanto ni yo, si tengo unos defectos de los que soy muy consciente y si no, ya me lo recuerdan mis padres o mis hermanos de vez en cuando…? ¿Cómo va a ser que el Señor me quiera así? Pues, Dios, sólo por el hecho de que estemos vivos significa que Dios nos ama. Y nos ama como Dios sólo sabe amar, porque Dios es Amor. No es como nosotros. Nosotros tenemos amor, pero tenemos muchas otras cosas además de amor: tenemos intereses, tenemos envidias, tenemos rabia a veces contra nosotros mismos o contra otros. Pero, Dios no. Dios es Amor y cuando Dios dice “te amo”, lo dice primero por toda la eternidad. Es decir, os ama desde antes de que hubiera hombres en la tierra, desde antes de que existieran las estrellas. Él te conoce. Te conoce y te ama. Y te ama para siempre. Porque Dios no pone condiciones a Su amor. Si no, no sería un amor infinito.

Es en esta vida, cuando uno pone condiciones y dice “te voy a querer mucho si te portas bien conmigo” o “te voy a querer mucho si tienes salud”. Yo he conocido incluso alguna pareja que bastó que a ella la diagnosticaran un cáncer para que él la dijera, “ahí te quedas”, y esos dos últimos años de su vida ella tuvo que vivir sola y hacer frente a su cáncer. Es decir, nosotros mismos nos damos cuenta de que un amor con condiciones es un amor envenenado por dentro, canceroso, que está herido. El amor de Dios no tiene condiciones. Te ama porque eres tú. Te ama porque eres su hijo, su hija y Él quiere que vivas. Y te ama para siempre. Nosotros podemos, nos olvidamos muchas veces. Yo me olvido, me distraigo, me preocupan urgencias u otras cosas y es verdad que puede estar ahí siempre en el fondo de mi conciencia, y además siendo sacerdotes, como que casi no te deja el Señor distraerte y nos distraemos, igual que vosotros. Mil cosas, en lugar de vivir como un niño que juega en la presencia de sus padres, de un niño pequeño que juega en casa en la presencia de sus padres. Así podríamos vivir nosotros, que somos hijos de Dios.

Lo que quiero decir es que cuando Dios dice “te quiero”, y nos lo ha dicho a cada uno, es desde siempre y es para siempre. Si nosotros nos olvidamos de Dios, Él no se va a olvidar de nosotros. Si nosotros Le damos la espalda, Él va a seguir a nuestro lado, con nosotros, en nosotros. Nunca, nunca. Y esa es la fuente de una alegría que no se acaba, que es capaz de vencer todas las dificultades, todas las circunstancias adversas. Yo sé que estáis cansados de pandemia, ¿verdad? No hacéis ningún gesto con la cara, porque estáis escondidos detrás de las mascarillas, pero yo sé que estáis así de cansados de la pandemia. ¿Por qué? Porque no es esa una situación normal, no estamos hechos para vivir de este modo. Si, además, se dan circunstancias de que hemos visto pasar el virus a alguien en nuestra familia o sufrir o morir a seres queridos o muy cercanos, no podemos menos de estar así.

Sin embargo, lo que yo quiero deciros es justamente que el Señor nos quiere y nos quiere con un amor sin condiciones y sin límites. Tendríamos que querer expulsarlo de nuestra vida y aún así no dejaría de querernos. Nosotros nos perderíamos el bien que Dios supone, el bien que Dios es si yo expulso a Dios de mi vida. “No quiero saber nada de ti, estoy harto”, y eso lo podemos decir, porque somos libres. Pero tú lo expulsas de tu vida y Él sigue allí a tu lado por si cambias de opinión, por si un día cambias. Y no te va a decir “fíjate qué mal te has portado conmigo”. No te va a reprochar nada. Sólo te va a decir lo que nos ha dicho de una vez para siempre: “Te quiero”.

El cristianismo es saber esto y el cristianismo es vivir esto. El Señor nos ha dicho “te quiero” de mil maneras, pero nos lo ha dicho sobre todo en Jesucristo, en Su Hijo: “Como el Padre me ha amado, así os he amado Yo. Permaneced en mi amor, guardad mis mandamientos, lo mismo que yo guardo los mandamientos de mi Padre y permanezco en Su amor”. El mandamiento de Su Padre no era más que el deseo de que nosotros pudiésemos vivir como hijos de Dios”. Esa ha sido la voluntad de Dios, esa es la voluntad de Dios: que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Que todos los hombres vivan. Esa es la Gloria de Dios. Esa es la alegría de Dios, que vivan en plenitud, que vivan en la libertad de los hijos de Dios. Que vivan sin temor. Ni siquiera la muerte, porque la muerte no tiene la última palabra. No es más fuerte la muerte que el amor de Dios. Y ese es el mandamiento que Jesús ha cumplido y lo ha cumplido haciéndose hombre, compartiendo nuestra condición humana, y yendo hasta la muerte y la muerte de un malhechor, para que nadie se sintiera solo en los sufrimientos de esta vida. El amor consiste en llegar hasta el don de la vida por aquellos que uno ama. El Señor nos ama. Nos ha hecho amigos suyos. Él da la vida por nosotros y cuando dice “cumplid mis mandamientos como Yo he cumplido los mandamientos de mi Padre”, su mandamiento es muy sencillo: “Quereos. Quereos unos a otros”. Algo que sabemos que es muy bonito. Es muy bonito quererse, claro que es bonito. Todos intuimos que lo que nos hace felices, lo que haría un mundo feliz sería un mundo donde nos supiéramos querer bien todos unos a otros. Pero no sabemos o nos cansamos. Nos cansamos enseguida de querer. Le ponemos una medida. Estropeamos el amor muchas veces y, entonces, necesitamos al Señor y necesitamos el amor del Señor, que regenera nuestro corazón, que es como si volviéramos a nacer. De hecho, el Señor lo dijo así: “El que no nazca de nuevo, del agua y del Espíritu, no puede entrar de nuevo en el Reino de Dios”. Y hablaba de un anciano y le dice “¿pero cómo puede uno entrar en el seno de su madre y volver a nacer?”. Para Dios no hay nada imposible. Se vuelve a nacer cada vez que uno abre el corazón al Señor.

El Señor nos dio su amor en la cruz. Eso es lo que celebramos en Semana Santa, el amor infinito de Dios que ha vencido al mal, que ha vencido a la muerte en Su Pascua, en Su muerte y en Su Resurrección. Y que está vivo. Y que nos comunica ese amor a través de los signos de la Iglesia. A vosotros ya os lo ha comunicado en el Bautismo. Pero todos los que estáis aquí ya os bautizasteis cuando no os dabais cuenta. Tenías unos días, unas semanas o unos meses nada más, cuando os bautizasteis todos. Si no, no estaríais aquí. Entonces, es como si el Señor repitiera el don de Sí mismo que hizo en la cruz, pero como –repito- la Palabra de Dios es eterna, lo hizo en la cruz. Nosotros hemos participado de esa Alianza de amor que hizo en la cruz, cada uno el día de nuestro Bautismo. Y el Señor confirma. Es el Señor quien hace la Confirmación, no el obispo. El obispo no es más que un instrumento, una especie de canal, por que el amor de Dios basta a vosotros. La vida de Dios basta a vosotros. Y no sois vosotros los que os confirmáis, aunque usemos esa palabra muchas veces: “Me confirmo la semana que viene”. El Señor confirma su Alianza de amor eterno contigo en esta tarde. Y eso es lo que hace bonita esta tarde. Eso es lo que hace grande esta tarde y eso es lo que es la fuente de una alegría que no depende de que haga sol o de que llueva, de que saque buenas notas o no las saque, de que haya seguido bien las clases online o no las haya seguido. De que se me dé bien el inglés o no se me dé. No depende de nada de eso.

El Señor confirma la Alianza de amor que hizo contigo en la cruz y te vuelve a decir “te quiero”. Y ese “te quiero” convierte esta tarde en el primer día de la Creación, convierte esta tarde en un comienzo absoluto. No porque vayamos a salir cambiados de aquí por una varita mágica a lo Harry Potter. Que no. Sois los mismos. Vais a salir los mismos. Tendréis las mismas cualidades y los mismos defectos, y tendréis las mismas inclinaciones y los mismos límites, y los mismos anhelos de amor y de felicidad en vuestro corazón. Sois los mismos, pero el Señor está con vosotros y os dice que está con vosotros y Se da a vosotros, de una manera y en un momento donde sois capaces de comprender lo que significa este don. ¿Y qué significa? Algo tan sencillo como que nunca estamos solos, aunque lo parezca. Eso es lo que significa ser cristiano. Eso es lo que significa conocer a Jesucristo. No estar nunca solos. Porque el Señor, que nos ama con un amor infinito, está siempre con nosotros, 24 horas al día, siete días a la semana, 30 o 31 días al mes, todos los días de nuestra vida, todos los segundos de nuestra vida. Y eso es una fuente de libertad, de alegría, de gozo, y eso es lo que yo Le pido al Señor que podáis vivir. Ese es Su Espíritu. Esa es la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

Vamos, pues, a pasar al Sacramento y entendéis un poquito mejor por qué os decía que veníamos aquí a disfrutar, y que es un momento precioso de la Historia de Dios con nosotros. Primero hacéis una profesión de fe, que no es parte del Sacramento, sino su condición. El poder decir, delante de mí y delante de esta comunidad, que conocéis a Dios; que conocéis Su amor y que confiáis en ese amor, porque esperáis de Él el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. (…) Nadie nos puede dar el perdón de los pecados, nadie nos puede dar la vida eterna si no es Dios. Entonces, en la profesión de fe lo que decís al Señor es “yo Te conozco, Padre de nuestro Señor Jesucristo, y Espíritu Santo, que me vas a ser dado en mi comunicado por el ministerio de la Iglesia”. Matías fue como el primer obispo y yo soy como un sucesor de Matías. Porque los Doce habían estado con Jesús. Uno de ellos fue traidor, Judas, y nombraron como sucesor suyo a Matías, y luego han seguido nombrándose o pasándose el don que habían recibido los Doce y llega hasta mí, este pobre pastor vuestro. Pero tengo el don que el Señor dejó a los Apóstoles y, en nombre de ese don, yo os transmito y os comunico el Espíritu de Dios, para que podáis vivir con la certeza de que el Señor os acompaña siempre.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
14 de mayo de 2021
S.I Catedral

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