“El secreto de la vida humana es amor”. Domingo de Ramos

Homilía en la Eucaristía en la S.I Catedral, en el Domingo de Ramos. Previamente, tuvo lugar la bendición y procesión de las palmas y ramos por los alrededores del templo catedralicio.

Queridísima Iglesia del Señor, Pueblo santo de Dios, Esposa de Jesucristo;

queridos amigos todos:

Da vergüenza siempre tratar de hablar después del texto de la Pasión. Es un texto tan esencial, tan grave, tan intenso que cualquier palabra tiene uno la sensación de que lo estropea.

Alguien, estudioso de los Evangelios durante toda su vida, escribía al final de su vida que los Evangelios eran un relato de la Pasión con un prólogo largo. Y es verdad. Para las generaciones inmediatas después del Misterio Pascual, después de la muerte y la Resurrección de Jesús, lo que había que explicar era por qué Jesús había sido condenado a muerte. Era eso lo que, como el mismo San Pablo, que era fariseo y refleja en muchas maneras de hablar los sentimientos o las maneras de pensar de los hombres de su tiempo, decía que la Pasión, la muerte de Jesús, era locura para los gentiles y escándalo para los judíos.

Locura para los gentiles, ¿por qué? Porque los gentiles no podían oír hablar de un Dios que estuviese entregado a la muerte por amor a los hombres. Fuera de la experiencia cristiana, cuando los hombres pensamos en Dios, proyectamos inevitablemente algunas ideas que nosotros tenemos sobre la grandeza, sobre la nobleza, sobre el poder, sobre la dignidad, sobre la belleza incluso, y no nos podemos representar, el ser humano no puede representarse que Dios sea Dios, un Dios azotado, un Dios arrastrado por el suelo, un Dios muerto con una de las muertes más espantosas que los hombres han ideado a lo largo de la historia, lleno de llagas, herido, y eso es una locura; y que eso lo haya hecho por amor al hombre, cuando cualquier ser humano con un poco de inteligencia se da cuenta de que nuestra vida es apenas un soplo en el curso de las generaciones, eso como que no nos cabe en la cabeza, nos explotaría la cabeza si solo tuviéramos la cabeza para pensar.

Y escándalo para los judíos. ¿Por qué escándalo? Escándalo significa «piedra de tropiezo», es decir, que uno va por un camino, se distrae mirando el paisaje, hay un pedrusco en mitad del camino, tropieza uno y se cae. Eso es lo que significa etimológicamente la palabra escándalo: es una piedra en el camino, que te hace tropezar. ¿Por qué tropezaban los judíos con la Pasión de Jesús? Evidentemente, porque Jesús había sido condenado a muerte por el Sanedrín, y el Sanedrín era la suprema autoridad del judaísmo del tiempo de Jesús, la suprema autoridad religiosa. Y aunque es verdad que ellos no podían dar muerte a nadie, y para que fuese condenado a muerte tenían que presentárselo al Procurador romano, para que el Procurador romano les diese autorización, porque si no (y eso era una ley romana), en las provincias un poco díscolas y un poco levantiscas como era la provincia de Judea, los judíos tratarían de matar a todos los que eran más amigos de los romanos y por lo tanto, usar su derecho a matar, su derecho de ejecutar una muerte por motivos políticos; el caso es que los judíos así presentaron la causa de Jesús, pero la razón por la que fue condenado es por blasfemia porque perdonaba los pecados, y entraba en casa de los pecadores, cosa que estaba prohibida por la Ley, y curaba en sábado, cosa que estaba prohibido hacer por la Ley, y actuaba, decía, en nombre de Dios, y decía que el Padre y Él «somos Uno», y se presentaba como el Esposo del pueblo de Israel, el Esposo del que habían hablado los profetas cuando Dios hablaba a Israel como un Esposo enamorado y traicionado por su Esposa, y todo eso era hacerse Dios y aunque no le podían pillar en una palabra concreta, pero una y otra vez era evidente que Él se presentaba con la autoridad de quien afirma de sí mismo que tiene el poder y la autoridad de Dios.

No podían los judíos con eso. No podían. Y sencillamente era necesario explicarlo. Y eso es lo que la tradición evangélica en sus orígenes hizo, contada de boca en boca, como se transmitían las tradiciones orales, como los rabinos transmitieron durante siglos los dichos de los maestros y de los sabios. Así se transmitió el Evangelio. ¿Por qué os digo esto? Leemos este año el Evangelio de San Lucas, a lo largo de todo el año, y la Pasión que hemos leído hoy es la Pasión de San Lucas. Y los estudiosos, también, de los Evangelios, cuando estudian la relación que hay entre los cuatro Evangelios, suelen decir que el relato de la Pasión de San Lucas, como otras cosas, también el relato de la infancia, que está llena de frases… , que, aunque están escritos en griego (San Lucas sabía escribir muy bien en griego, muy bien, con un estilazo), por ejemplo, el prólogo, pero en cambio, empieza el Evangelio de la infancia y aquello está lleno de faltas de gramática por todos lados; pero es por lo que él dice: yo he querido verificar con los que fueron testigos de los acontecimientos y ministros de la palabra la tradición que hemos recibido. De tal manera, que la versión de la Pasión que tenemos de San Lucas es la más cercana también que tenemos a los acontecimientos; aunque él no fuera el primero de los evangelistas, la más cercana. Esto puede parecer que es un conocimiento para el trivial, pero no, es un conocimiento que nos ayuda a mirarla con un cariño especial, con un respeto especial. Es la tradición más antigua que tenemos sobre la Pasión, sobre la condena y la sobre la muerte de Jesús, que luego los otros evangelistas completan en cosas. San Juan por ejemplo, que es el último, él es consciente, él ha leído los otros evangelios, él los conoce, y pone cosas y luego pone su manera de contar, que es muy distinta de la de los demás, pero pone cosas, dando por supuesto que la gente conoce la tradición sobre Jesús. Por ejemplo, es solo San Juan el que dirá «nosotros tenemos una ley, y según esta ley tiene que morir porque se ha hecho Hijo de Dios», o es el único que dirá «nosotros no podemos dar muerte a nadie», y eso se verifica en la legislación romana de la época y en las fuentes judías, pero el relato más antiguo de la Pasión, el que tiene más cercanía a los acontecimientos es justamente el relato de San Lucas. Diréis: pero con esto no podemos rezar, con esto que nos está diciendo.

Dios mío, yo lo que pido es que entremos en la Semana Santa como el Señor ha entrado en nuestra vida. Al entrar en esta iglesia, hoy yo he tenido el impulso de tirarme al suelo y besarlo, como quien entra en un mundo bendecido por Dios, como quien entra, y eso es a lo que nos invita, estamos en el Año de la Misericordia, la idea de la Puerta Santa, del mismo Jubileo.

Vivimos en un mundo regido por unas categorías, regido por unas categorías muchas veces de intereses, de búsqueda inmediata del placer, de búsqueda de una cierta tranquilidad, de la infinitud de problemas que rodean nuestra vidas cotidianas, del cansancio y de la fatiga de esa ansiedad, que se ha logrado generar en el mundo actual. También con mucho desasosiego, porque es imposible casi ver un telediario sin llenarse de inquietud y de preocupación y de desasosiego por la situación del mundo, por la situación de nuestras sociedades. Dices: ‘Señor, hay un mundo diferente a éste, y quisiéramos que la belleza de esta Iglesia, que la belleza del lugar expresase eso’. ¿Qué es lo que hace bella la vida? El perdón, el amor, la misericordia, y ese es el mundo posible, por el amor infinito de Dios, ese amor que no le ha hecho al Señor detenerse ante la muerte para que nosotros entendiéramos que su amor por nosotros, por ti, seas quien seas, sea cual sea tu historia, por mí, que no lo merezco en absoluto, ese amor por cada uno de nosotros es un amor infinito. Y eso, mis queridos hermanos, cambia el corazón. Pone belleza donde no la había, pone orden donde había caos, pone un bálsamo donde todo son heridas y picazones y cicatrices mal curadas e infec
ciones y pus, pone el Señor su amor y su misericordia y renace una humanidad nueva. Esto tendría que ser nuestra Semana Santa.

Hay quien llama al Evangelio de San Lucas el Evangelio de la Misericordia. Solo dos pasajes de la Pasión que solo están en San Lucas, una frase de Jesús, que podría resumir todo el Evangelio: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Le estaban matando y le estaban matando con una muerte espantosa. No ha habido pecado en la historia, no hay pecado en la historia más grande que la Pasión y la condena a muerte del Hijo de Dios, y la reacción de Dios es esa: interceder por nosotros, ponerse Él, por así decir, para recibir todos los dardos, de la justicia y de la ira y de la venganza para proteger a quienes le estaban matando. Ese es Dios. Eso es lo que hace creíble el Dios cristiano, el único Dios verdadero porque es el único del que se puede decir Dios es amor. Y el secreto de la vida humana es amor, porque Dios es amor y nosotros somos su imagen.

Y la otra, el malhechor crucificado a su lado tenía que ser una especie de terrorista. El delito que se pagaba con la cruz en el mundo romano era el delito de sedición, de querer, por así decir, revelarse contra la autoridad y contra el poder romano, y encima con muerte, lo que hoy llamaríamos un terrorista, perfectamente. Y aquel hombre, que había crecido en un mundo de odio, y que estaba condenado a muerte, él dice que, justamente, le dice: «Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino. Kyrie Eleison». No dice más que eso. «Señor, ten piedad». Le bastó eso.

¿Y qué responde Jesús? Si uno puede representarse lo que es la tortura de la cruz, en medio de aquella tortura: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso». Señor, te basta que uno de nosotros te pueda decir «Señor, ten piedad», y Tú puedas prometerle tenerle junto a Ti para toda la eternidad. De nuevo, ese es nuestro Dios. Ese es el único Dios verdadero. Es el Dios que ama al hombre por encima de todo. Es el Dios que es amor. Ese es su poder. Su poder no está en hacer el Big-Bang, ni las galaxias. Su poder está en que es capaz de despojarse de Sí mismo para comunicar su vida a su pobre criatura, a nosotros, a mí. No hay palabras en la vida para tanta gratitud, ni años en la vida para tanta gratitud.

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

20 de marzo de 2016
Domingo de Ramos

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