“El pastor es el que da la vida por sus ovejas”

Homilía del arzobispo de Granada, Mons. José María Gil Tamayo, en la Eucaristía del IV Domingo del Tiempo Pascual, el 11 de mayo de 2025, en la S.A.I Catedral.

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,

Diácono,

Seminaristas,

Queridos miembros de la vida consagrada que estáis presentes,

Querido Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Misericordia,

Autoridades quienes acompañáis,

Queridos hermanos y hermanas de la Hermandad,

Queridos hermanos y hermanas, todos en el Señor,

Como os decía al comienzo, son muchas las motivaciones, las efemérides que concurren en este día, en este domingo IV de Pascua. El domingo, llamado del Buen Pastor. Porque el Evangelio se refiere especialmente a esas palabras de Jesús, sobre todo en el Evangelio de Juan, en la que se presenta como el buen Pastor. Una imagen del pastor muy querida por el pueblo de Israel. Dios se compara a un pastor y lo entienden perfectamente. El pueblo de Israel, que es un pueblo que ha sido nómada, nómada también, desgraciadamente en la historia.

Un pueblo que ha ido buscando la tierra prometida por Dios a su pueblo. Se ha sentido protegido por aquel que es su Señor, que es su pastor. Y esto, que es colectivamente entendido por el pueblo de Israel, lo es también de manera personal por el creyente. Nosotros, nuestra cultura ha perdido esas referencias. Yo me acuerdo de mis primeros pueblos de cura, que le preguntaba a los muchachos en las comarcas de la serena extremeña ¿Tu padre, qué es? Mi padre es pastor.

Y había pastores, muchos, de ovejas y buen queso. Pero hoy hemos perdido, desgraciadamente, esas referencias. El pastor es el que da la vida por sus ovejas, es el que las cuida, es el que las protege y defiende del lobo. El pastor es esa imagen de los cuidados de Dios, esos cuidados de Dios, queridos hermanos y hermanas, que vemos reflejados en Cristo.

Él es el Buen Pastor. Él ha dado su vida por las ovejas. El Buen Pastor no huye, no es un asalariado. Cristo ha dado su vida por nosotros, se ha entregado y en la cruz es donde nos ha mostrado precisamente esa misericordia de Dios. San Juan Pablo II, en la encíclica “Dives in Misericordia” dice que la cruz es el peso de Dios sobre la herida del pecado del hombre.

La cruz es donde Cristo nos ha mostrado hasta qué punto nos ama Dios. Dios… Y le gustaba tanto al Papa Francisco referirlo, que es amor… Y al Papa Benedicto… Es misericordia. Ese es el gran calificativo de Dios. Es misericordia. La misericordia de Dios que nos mira con el corazón. La misericordia de Dios que nos perdona y sale a nuestro encuentro.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único. Y nos dice la Escritura: por el hombre justo tal vez se atrevería uno a morir, pero la prueba de que Dios nos ama es que nosotros, siendo pecadores, Dios entregó su Hijo por nosotros. Hemos costado nada más y nada menos que la sangre del Hijo de Dios. El gran precio, Cristo en la cruz.

Y esta representación tan querida por el pueblo de Granada, esta representación tan bella, esa imagen de Cristo muerto en la cruz, nos muestra hasta qué punto Dios nos habla. Tras la cruz de Cristo, en estos momentos de nuestro mundo, la cruz, que es precisamente reconciliación, misericordia, perdón… Mostrar en estos momentos la cruz no solo en nuestras casas, que va desapareciendo, no solo sobre nuestro pecho, no solo en nuestras tumbas, sino mostrar la cruz, los senderos de la vida.

Algunos les molesta que aparezcan cruces en nuestros caminos o en edificios públicos. La cruz es lo contrario a las divisiones a las polarizaciones, a los enfrentamientos. La cruz, lo que muestra son esos brazos abiertos de Dios que abraza a la humanidad entera en su Hijo Jesucristo. Cuyo corazón abierto y sangrando nos ha librado del pecado y de todas las maldades humanas que a los hombres nos separan y nos enfrenta.

La cruz de reconciliación. La cruz es misericordia. La cruz es la victoria para un cristiano. Se ha cambiado un instrumento de ignominia en un instrumento de salvación. La cruz es el cayado del Buen Pastor con el que somos salvados. La cruz es el cayado por el que nos conduce a la vida. Es el árbol nuevo donde aquel que venció en un árbol… El demonio fue en un árbol vencido en la cruz.

Por tanto, queridos hermanos y amigos de la Hermandad, vivir este estilo y este sentido de la misericordia y del amor de Cristo. Y fijaos en él, como decía Santo Tomás de Aquino, que había aprendido más de un crucifijo, que de los libros. Cristo en la cruz es la lección abierta de la misericordia de Dios. Y ese pastoreo de Cristo, ese pastoreo del Buen Pastor que es Dios nuestro Señor en su Hijo Jesucristo, que nos agarra su mano, que nos da la vida eterna, como hemos escuchado en el Evangelio, exige de nosotros como de los primeros cristianos, la valentía de anunciarlo. De no tener miedo, como Pablo y Bernabé muestran a Cristo con valentía en Antioquía de Pisidia. Hemos escuchado en el libro de los Hechos de los Apóstoles, aunque a algunos les moleste, aunque algunos no les caiga bien, aunque el mensaje de Jesús provoque rechazo, lo ha provocado a lo largo de la historia.

Es más, el Maestro nos ha dicho que hemos de coger nuestra cruz y seguirle, y es la señal de estar con certeza en el camino de Cristo. La cruz es como nos muestra ese amor de Dios, pero nos da esa valentía para anunciarle. Así lo hacen Pablo y Bernabé y los discípulos ante esa persecución que les lleva a tener que huir. A tener que huir…

Y han usado sus enemigos las mismas armas. Convencen a las señoras pudientes de la ciudad de Antioquía y tienen que huir sacudiendo sus sandalias en señal contra ellos, contra los que les habían expulsado. Pero nos dicen los Hechos de los Apóstoles que los discípulos se quedaron llenos de Espíritu Santo y alegría. Esa alegría a la que nos invita Cristo con esperanza en la Pascua y que representa de este tiempo lo que hemos escuchado del libro del Apocalipsis. A pesar de las tribulaciones, de las dificultades, de las cruces, que cada uno tiene la suya, con sus señas de identidad y a su medida en el dolor, en la enfermedad, en la soledad, en los contratiempos, en las contrariedades y en los dolores colectivos de nuestro mundo. De las guerras abiertas. Pero el Señor nos conduce hacia ese final, que para un cristiano está en la resurrección. Donde ya nadie nos separará de Dios y Dios enjugará nuestras lágrimas, como hemos escuchado en la segunda lectura.

Pidamos por el Papa León. El Señor cuida su Iglesia. El Señor, extiende su pastoreo en la historia a través del ministerio ordenado y de las vocaciones de especial consagración.

El ministerio ordenado en el que Dios elige a hombres de su pueblo para que le representen. Pidamos hoy para que el Señor nos conceda vocaciones. Vivimos escasos. El sentido religioso se ha perdido en muchos sitios. Se ha perdido en las familias. La entrega a Dios para toda la vida y no a plazos sigue siendo un bien escaso. Pidámosle al Señor que los jóvenes sean generosos.

Y vuelvo a repetir, pidamos por el Papa León para que su ministerio de sucesor de Pedro, en estos tiempos difíciles, donde la paz en el mundo está tan amenazada que el Papa Francisco llamaba que vivimos una tercera Guerra Mundial a trozos. Vamos a pedirle al Señor que cuide como pastor a su pueblo, que dé, como pedía al Papa León en su primera alocución, la paz y la unidad a nuestro mundo y la concordia.

Que la Virgen, a quien el pueblo cristiano también la invoca como la Divina Pastora, nos ayude, nos cuide y nos proteja.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

11 de mayo de 2025
S.A.I Catedral de Granada

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