“El Paraíso viene a nosotros”

Homilía de D. Javier Martínez, arzobispo de Granada, en la Misa del sábado de la V semana del Tiempo Ordinario, el 13 de febrero de 2021.

 

El texto del Génesis que continúa el relato de la caída, el encuentro del Señor, de Dios con Adán y Eva después de haber pecado, pone de manifiesto cómo el pecado trastorna todas las relaciones del hombre. Ayer hablaba de cómo se dieron cuenta de que estaban desnudos, es decir, cómo cambia la relación que tienen con su propio cuerpo. Y hoy habla de la relación entre el hombre y la mujer, que también han sido afectadas por el pecado. De la relación del hombre y la mujer con la tierra y con el trabajo, y también con los bienes de la tierra entre sudores y la misma relación de la maternidad. El texto va describiendo todas esas partes o dimensiones de la vida del hombre, que han sido todas ellas afectadas por el hecho del pecado.

Y, finalmente, la expulsión del jardín. Con respecto a esta expulsión del jardín hay una leyenda oriental preciosa que no renuncio a contaros. Una leyenda probablemente del siglo IV o siglo V. Es un poco como un catecismo para contar la historia de la Biblia a personas, pues en las tiendas de los desiertos de los beduinos de Irak, y de Mesopotamia, y de Irán, fue una de las leyendas más difundidas en el oriente cristiano. Se llama: “La cueva de los tesoros”. Y cuando narra la expulsión de Adán y Eva del jardín, cuenta que Dios les acompañó hasta los árboles que había al borde del jardín, hasta el final del jardín, y que Dios iba llorando porque el destino… también porque le iba a privar de las conversaciones que tenía con Adán al caer la tarde por el jardín; pero es bonito pensar a Dios llorando y diciéndole a Adán: “No temas hijo, mi justicia te tiene que expulsar del jardín para que sepas que no se puede pecar, pero mi misericordia no te va a abandonar. Y yo cuidará de vosotros de algún modo hasta que pueda enviaros a un Redentor cuando la mujer aplaste la cabeza de la serpiente y mandaré a Mi Hijo para que os vuelve a conducir aquí, hasta el Paraíso”. Y le dio Dios a Adán tres recuerdos del Paraíso (que si os digo los que son, os van a chocar y que forman luego la trama de cómo se cuenta toda la historia de la Biblia en esa perspectiva de este catecismo oriental, de esta leyenda oriental): les dio oro, incienso y mirra.

Y les pidió que lo guardaran siempre junto al sepulcro de Adán. Y Adán guardó aquellos tesoros que había venido del jardín y se quedaron a vivir cerca del jardín, para que, por lo menos, les llegase el perfume que salía del jardín. Luego, cuenta cómo las familias se fueron estropeando y descendieron al Valle del Senaar, que es el valle del Tigris y el Éufrates, en Mesopotamia. Y cómo, cuando murió Adán, enterraron a Adán y pusieron junto a su sepulcro los tres dones. Y le enterraron en un sitio que no os imagináis. Es poner un poco toda la historia de la Salvación poniendo en relación unas cosas con otras. Le enterraron en un sitio que era el centro del mundo y que se llamaba “Gólgota”. Ahí enterraron a Adán.

Allí cuando Abrahán viene de Mesopotamia y se encuentra con el rey de Salem, con Melquisedec, que era el que estaba guardando el sepulcro de Adán, cuando los babilonios conquistan Jerusalén, saquean la tumba de Adán y se llevan los tesoros. Y cuando los persas conquistan Babilonia, también se llevan los tesoros que habían venido del Paraíso, y os imagináis que cuando Cristo muere y Su sangre cae sobre el sepulcro…; bueno, primero, que los persas cuando se enteran que ha nacido el Hijo de Dios, le llevan los tres tesoros del Paraíso a quien le pertenecían por derecho propio y cuando Jesús muere, Su sangre cae sobre Adán y Adán es reintroducido de nuevo en el Paraíso.

Es una leyenda bonita, preciosa, llena de detalle finos, pero que nos enseña cosas: me conmueve siempre pensar la idea de Dios llorando, acompañando a Adán y Eva a la expulsión del Paraíso, diciendo “mi justicia no le queda más remedio que echaros, pero Mi misericordia os va a acompañar toda la vida”. Luego, hasta la imagen de la espada, los mismos que compusieron esa leyenda decían “el Señor puso a la entrada del Paraíso una espada”, y luego una espada abrió el costado de Cristo y abrió el Paraíso, aquella misma espada. El texto oriental usa la misma palabra para la espada de los querubines que protegían el Paraíso y la espada del centurión que abrió el costado de Cristo en la cruz.

Os parecerá un cuento de niños, y es en cierto modo una manera de contar la Biblia como para niños. Es como un catecismo legendario, pero lleno de delicadeza, que pone de manifiesto la unidad de toda la historia de la Salvación, la unidad de toda la historia humana presidida y acompañada por el designio de Dios.

Pero, yo pensando en la Eucaristía que íbamos a celebrar, el Paraíso viene a nosotros. No es que nosotros tengamos que conquistar el acceso al Paraíso, sino que el Paraíso mismo en Jesucristo ha venido hasta nosotros. Y se ha abierto para nosotros al entregar Su vida por nosotros.

Y también, cuando brota del costado abierto por la lanza el agua y la sangre, los cristianos entendían siempre que esa agua se refería al bautismo y que esa sangre se refería a la Eucaristía. Es decir, del Paraíso abierto que es Cristo, que ha venido a morar entre nosotros, brotan los Sacramento de la Iglesia. Y en la Iglesia vivimos ya. Es verdad que vivimos en un mundo de pecado y en un mundo de muerte, pero, puesto que vivimos una relación de hijos con el Señor, o mejor dicho, el Padre ha establecido con nosotros esa relación que por el hijo y en el Espíritu Santo, nos hace participar de la vida divina. Vivimos ya en el Paraíso. Tenemos ya la oportunidad de vivir con la alegría de quienes ya conocen la vida eterna. Y la conocemos aquí, en medio de este mundo de dolor y de muerte, y de pecado. La conocemos porque esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, único Dios verdadero y a Tu Hijo Jesucristo.

Nosotros participamos de esa vida. El Señor nos la comunica en cada Eucaristía. Qué don tan grande. Qué alegría tan grande. Qué gracia tan grande la que el Señor nos concede. Repito, no tenemos que conquistar el Paraíso: el Paraíso viene a nosotros, en busca nuestra, para instalarse y florecer, y llenar de la alegría del jardín nuestro corazón y nuestras vidas.

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

Iglesia parroquial Sagrario Catedral

13 de febrero de 2021

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