Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, el 11 de enero, en la S.I Catedral, presidida por el Arzobispo Mons. Javier Martínez y concelebrada por el Prior de los Carmelitas en Granada y el Deán catedralicio, con la participación de la Schola Pueri Cantores de la Catedral de Granada. Al inicio de la celebración, Mons. Martínez asperjó agua bendita sobre los fieles, recordando así nuestro Bautismo.
Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, Pueblo santo de Dios;
muy queridos sacerdotes concelebrantes;
hermanos y amigos todos:
La verdad es que si nuestra mirada fuese la mirada limpia de un mundo sin pecado podríamos reconocer muy fácilmente en toda la Creación signos, signos por todas partes del Creador, signos del Dios vivo. Y en los gestos humanos, en los que en un mundo sin pecado no habría nunca mentira, también podíamos reconocer la imagen y la semejanza de Dios. Por desgracia, la introducción del pecado, que ha roto mucho el orden de las cosas, y también la cultura que vivimos que acentúa ciertos aspectos, nos hace difícil reconocer los signos.
Rara vez vemos en la Creación una especie de regalo, un signo del Dios que nos ama. Rara vez reconocemos en la mera existencia de las personas, en la mera presencia de las personas, justamente una ventana al infinito, una ventana al misterio grande de Dios que hace a cada persona imagen y semejanza suya, por el hecho de existir, por el hecho de ser.
En nuestro mundo los signos solemos considerarlos como arbitrarios porque quizá el modelo de la palabra signo, o la referencia que tenemos cuando hablamos de la palabra signo, son los signos de circulación, que son arbitrarios: todos los seguimos, todos los entendemos, pero son signos creados por los hombres en un momento determinado y fruto, por lo tanto, del artificio de los hombres. Exactamente pasa igual con la otra referencia muy fácil que tenemos todos en este momento al hablar de signos, que son los iconos de la informática; esos iconos también son creados por el ser humano, a veces con alguna referencia a realidades, por ejemplo, las carpetas, los documentos, cosas de ese tipo que están dibujaditas ahí, pero que también son en gran medida arbitrarios. Pero en nuestra cultura, el sentido de que la realidad entera es como una gran sinfonía en la que todo nos habla de Dios y en la que todo nos dice cosas acerca de Dios, y en la medida en que nos habla de Dios nos habla también de nuestro destino, del sentido de nuestra existencia, de lo que significa vivir y, por tanto, ilumina esa existencia, eso es como una luz muy apagada en nuestro mundo.
Y eso hace que el lenguaje cristiano a veces nos resulte chocante, no sólo la aspersión del agua bendita, como memoria del Bautismo, como signo del Bautismo. De momento, nos resulta un gesto un poco extraño. Pero yo diría que toda la liturgia, por ejemplo, o la sinfonía que hay entre la Palabra de Dios y la liturgia, que es como un dúo en el que –vosotros sabéis de eso mucho más que yo- la Palabra de Dios hace memoria de un acontecimiento que está cargado, siempre cargado, de mucho significado. Cuando los cristianos decimos misterio no decimos una película de miedo. Cuando los cristianos decimos misterio estamos hablando de una realidad que desborda por todas partes de la riqueza de su ser, de su significado simbólico, de su carácter de remitirnos a algo más grande. Y al mismo tiempo, la liturgia está llena de referencias a la Palabra de Dios y los gestos de la liturgia (en la liturgia no hay ningún gesto que no tenga una razón de ser). Cuando hay gestos que no tienen razón de ser es una mala liturgia. Pero la liturgia no tiene adornitos por adornitos. La belleza verdadera nunca es una belleza ornamental, lo ornamental termina cayéndose. La belleza verdadera es el esplendor de la verdad y, por lo tanto, una liturgia bella es una liturgia en la que se hacen aquellos gestos que expresan el misterio que se está viviendo, que es la permanencia de la Palabra de Dios de Jesucristo vivo y resucitado en medio de su pueblo, en medio de nosotros.
Perdonad esta especia de largo marco para decir lo que quiero decir. Celebrar el Bautismo de Jesús es mucho más que celebrar un episodio de la vida de Jesús con el que empieza su vida pública y que, por lo tanto, viene cronológicamente después de las celebraciones de la Navidad. Es volver a celebrar la Navidad. De hecho, desde la antigüedad más grande a la fiesta de la Navidad, que era la fiesta de la Epifanía en el mundo antiguo, el más antiguo, seguía la fiesta del Bautismo del Señor, que era como un eco de la Navidad, como un eco de la fiesta de la Encarnación del Hijo de Dios. Y lo mismo, la semana siguiente, se recuerda siempre en las lecturas el primer signo de Jesús, las Bodas de Cana, de nuevo, donde vuelve a resonar el eco de lo que significa el Emmanuel, de lo que significa Dios-con-nosotros: la presencia de Jesucristo, del Hijo de Dios, en medio de nosotros. Lo de las Bodas de Cana queda para el domingo que viene, no os lo voy a explicar hoy, que es un significado precioso, y precioso justamente como lugar desde el que se puede iluminar también lo que significa una boda y el amor humano. Pero el Bautismo, qué significa el Bautismo en esta clave simbólica, pero que es un mundo para asomarse y para reflexionar sobre él y para adentrarse en él. En esa clave simbólica, qué significa el Bautismo de Jesús. Significa la bajada del Hijo de Dios al abismo. El Bautismo de Jesús une la Encarnación, la Navidad, con la Semana Santa; une la Encarnación con la pasión y la muerte de Jesús. (…)
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
11 de enero de 2015
S.I Catedral