Queridos sacerdotes concelebrantes;
querida abadesa y comunidad de Comendadores de Santiago;
excelentísimos generales, jefes oficiales, oficial mayor del Ejército del Aire y del Espacio de la Guardia Civil;
queridos jefes de la Policía Nacional;
queridos hermanos y hermanas presentes;
también miembros de la cofradía:
Me da mucha alegría. Estamos celebrando los 525 años de la primera comunidad religiosa contemplativa de Granada, en este mismo monasterio, en este mismo lugar, que mi primer antecesor, el obispo Fray Hernando de Talavera, adquiere estas casas que nos dice la tradición que pertenecían a la madre de Boabdil. Aquí se establece, y con el impulso de la Reina Isabel, esta comunidad primera de Granada de Comendadoras de Santiago.
Esto nos hace mirar a nuestros orígenes cristianos, pero, sobre todo, la fiesta de Santiago nos hace mirar a nuestros orígenes de Santiago. Esos orígenes en que él en nuestra patria, según la Tradición, sembró el Evangelio, no sin dificultades, que permanecen a lo largo de la historia y que vemos actualmente. Cuesta ser cristiano. No es un estatus adquirido ya para siempre, sino que permanentemente hemos de vivir esas luchas, que ya no son contra enemigos físicos, pero sí contra nosotros mismos, sí también contra el egoísmo, contra el pecado, en definitiva, lo que en el Catecismo llamábamos “los enemigos del alma”. Pero también por el ambiente que muchas veces nos impide, nos obstaculiza vivir como cristianos en un secularismo, en un materialismo, en un consumismo que lleva al olvido de Dios, que lleva a poner la primacía en el ser humano sin más, pero no en la grandeza y en la dignidad del ser humano, que sin Dios no tiene sustento, sino en nuestras propias vanidades, que se convierten al fin y al cabo en una lucha de unos contra otros, en unos ambientes de polarización, de exclusión, de quien no piensa igual; en definitiva, en un mal ambiente al que no somos ajenos como observadores de la vida social y la vida política. Esto es una situación que exige siempre la protección del Apóstol.
Queridos amigos, le hemos pedido al Apóstol que se mantenga la fe en los pueblos de España. También en los pueblos hermanos donde España llevó la fe cristiana, hasta el punto de que hoy es la mayor parte de la Iglesia Católica, de los que rezan en castellano, en español. Esa fe es la fe que ha pervivido a lo largo de estos siglos, alimentada también con la oración de estas hermanas, con su vida contemplativa.
El Apóstol Santiago se convierte así en una referencia a que refresquemos nuestros principios cristianos, a que refresquemos nuestra adhesión al Evangelio, que es una adhesión de servicio, que es, en definitiva, la lógica de Cristo, que el Apóstol San Pablo nos ha descrito en la Segunda Lectura. Una lógica que pasa por la cruz y no sólo en Semana Santa como expresión, sino como significado de la vida del cristiano, es el signo del cristiano. Esa cruz, incluso en forma de espada, de lucha, queda como reminiscencia también, no sólo símbolo de la Orden de Santiago, nacida de los hermanos de Cáceres hace ya más de 800 años y después como centro león o euclés, se disputan, pervive y sobre todo después de los Reyes Católicos, unida a la Corona de España y por eso no sólo el rey es el Gran maestre de las órdenes militares, sino que él también es objeto de oración hoy por su persona, por su servicio a España. Él, y en su representación, hoy se hace la ofrenda al Apóstol.
Pues, que nosotros nos unamos a esa ofrenda pidiendo por nuestra patria. Pero no lo olvidemos, nuestra patria tiene unas raíces cristianas que han formado parte de su identidad y forman parte de su identidad y no pueden ser excluidas, no pueden ser obviadas, no pueden ser enterradas como si fuese algo irrelevante en la vida de los hombres y mujeres de hoy y del futuro. Al menos por antigüedad tenemos el derecho adquirido, así que esa identidad no es un cuadro honorífico. Esa identidad forma parte del ADN de nuestra vida, de nuestras costumbres, de nuestra manera de entender la existencia, de nuestra manera de entender la muerte, de manera de entender el amor, el trabajo, la vida de familia, nuestra cultura, que sin esa fe traída por el Apóstol y que siempre tiene como referencia para ser renovada los principios de la vida de cristiana, los principios de la Iglesia y que se actualizan en un día como hoy, pues la vivamos aquí.
Recibimos un testigo, para que nosotros lo transmitamos a las generaciones que vienen detrás. No podemos perder nuestra fe cristiana, no podemos edulcorarla, ahogarla o descafeinarla, como queráis llamarlo; no podemos contemporizar con los principios fundamentales de la fe en Dios, en Nuestro Señor Jesucristo, en el Espíritu Santo, en la Trinidad, en definitiva, y en el sentido de la salvación, que nos ha salvado y que hace que vivamos con una dignidad inigualable ganada por Cristo y que se ha traducido en la civilización cristiana para nuestro pueblo y para tantos pueblos de la tierra.
Queridos amigos, esto no es cuestión de pasado. Una celebración como la de hoy de 525 años y más de 800 de la Orden de Santiago no son una mirada al pasado, sino que además es una mirada al presente. No se trata de espadas ni de caballos, pero sí se trata del esfuerzo por vivir esa militancia cristiana en el vivir de cada día y sobre todo en el compromiso de fe y de amor; de fe y de amor que es el mayor argumentario para los demás, para que al vernos sientan el atractivo de esa fe fresca, de esa fe nacida de Jesucristo, de esa fe nacida del Evangelio, que nos lleva, y más en la situación que vivimos, a estar unidos, a estar cohesionados, a buscar la paz, la convivencia pacífica, a buscar el bien común, a buscar tantas cosas que nacen de la civilización cristiana y que se han traspasado a la vida cívica y que, a veces, se olvida en enfrentamientos partidistas, en ruptura de esa unidad también conseguida por la fe en nuestro pueblo, en nuestra tierra, en nuestra nación.
Queridos amigos, esta no es una fe que se quede en el interior de los templos, es una fe transformadora, es una fe que como el grano de mostaza crece, como la levadura fecunda y hace que tenga vida y que se ensanche, es una fe que como la sal sazona la sociedad.
El Señor nos ha enseñado a que no podemos guardar la luz bajo el celemín, Cristo mismo es la luz y el que le sigue a él, como nos ha dicho, no vive en las tinieblas, sino en la verdad, en la libertad de los hijos de Dios. Luego, el cristianismo es el aporte de grandeza que hace grande la dignidad humana porque Jesucristo, el Hijo de Dios, ha tomado nuestra condición y como nos dice el concilio, Él se ha convertido en la vocación suprema del hombre. Luego, no oscurezcamos la fe en Jesucristo traída por el Apóstol, no renunciemos a nuestras raíces cristianas que tanto fruto han dado.
Nuestra fe no es una fe que se ha perdido. Está viva. Puede en algunos sitios quedar como rescoldo, pero es una fe y tenemos que mantenerla en nuestro pueblo mirando al futuro porque es el mayor aporte que podemos dar a las generaciones presentes y futuras. Esa fe está viva, esa fe en Jesucristo, el Señor, de quien dio testimonio el Apóstol Santiago, el primero en derramar su sangre, el primero en beber el cáliz del Señor y cambiar esa lógica de poder de sentarse a su derecha o a su izquierda por el servicio y por la entrega de sí mismo. Ese es el camino cristiano.
Que la Virgen Santísima, que confortó al Apóstol ante el desánimo de la evangelización en España, en Zaragoza, que Ella nos conforte, nos ayude, nos proteja: la Virgen del Pilar. Pues, vamos a pedirle a nuestra Madre que nosotros permanezcamos fieles a la doctrina de los Apóstoles, permanezcamos fieles al Sucesor de Pedro y vivamos esa fe que en este monasterio se ha cultivado, se ha expandido y por la que se ha rogado tanto.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
Iglesia convento de Comendadoras de Santiago
25 de julio de 2025