“El amor de Dios nos ha precedido siempre”

Homilía en la Misa del viernes de la III semana de Cuaresma, el 12 de marzo de 2021.

Mis queridos hermanos:

 

La verdad es que la Lectura de Oseas es lo que es: una poderosa invitación a la conversión. Es como si Dios nos suplicara que nos convirtiéramos y “volved al Señor”. Esa llamada a la conversión tiene como fondo el conjunto del Libro del Profeta Oseas, que yo creo que es una de las cumbres del Antiguo Testamento, porque revela que el amor del Dios de la Alianza es un amor sin límites y se aproxima de algún modo al amor que Jesucristo nos ha revelado. Por eso, es uno de los momentos culminantes del Antiguo Testamento.

Para eso hay que comprender la historia de Oseas: Dios le pide a Oseas (como les pedía a veces a los profetas) que hicieran acciones simbólicas, y le pide que se case con una mujer infiel, que le dé hijos de prostitución. Y pone de manifiesto la ira de Dios que en un momento quiere renegar de la Alianza con Su Pueblo (porque toda esa acción es simbólica), entonces refleja la relación de Dios con Su pueblo. Dice: “Ya no te llamaré Mi pueblo, ya no serás Mi hijo”. Y luego, Dios se arrepiente, como si no pudiera vivir permanentemente en su cólera y en su ira. Y vuelve a decirle a Oseas: “La seduciré, la llevaré al desierto, le hablaré al corazón como los días de su juventud, ella me dirá ‘Dios mío’ y yo le diré ‘pueblo mío’. Es decir, se renovará la alianza matrimonial que Dios había hecho con Su Pueblo.

Ese es el contexto de esa súplica del Señor a la conversión. Dios sabe que somos infieles. Dios sabe que no reconocemos, como dice el Salmo, “las acciones que Dios ha hecho en favor nuestro”. A nosotros no nos ha sacado de Egipto. A nosotros no nos ha introducido en la Tierra Prometida de forma física, pero nos ha dado la vida, nos ha permitido conocer al Señor, nos ha permitido conocer cuál es nuestro destino y encaminarnos hacía él, aunque sea cojeando y pobremente, pero en un camino que desemboca en la vida misma de Dios porque nos ha hecho hijos Suyos. Y ese es el verdadero motivo. Porque convertirse tiene como fundamento siempre reconocer las gracias, los beneficios de Dios. No es un acto voluntarista: “ya está, yo he elegido convertirme porque es mejor obedecer las leyes de Dios que no obedecerlas”. Es cierto que es mejor obedecerlas que no obedecerlas, pero ése no es el motivo para agradar a Dios o para vivir según el designio de Dios. El motivo es siempre reconocer que el amor de Dios nos ha precedido siempre, ha venido siempre delante de nosotros, está siempre por delante. La Creación no era un derecho nuestro, el ser lo que somos no era un derecho nuestro, nos ha sido dado. Todo lo que somos es don de Dios: las cualidades que tenemos (aquellas de las que, a veces, presumimos tanto). Todo es gracia. Todo es don. Y esa experiencia de que todo es gracia, todo es don, y esa mirada que, si miramos con limpieza de mente y de corazón no nos queda más remedio que reconocer, es lo que justifica el mandamiento de Dios. Veréis, no es complicado. El Evangelio de hoy lo pone con toda claridad delante de nuestros ojos. ¿Qué es lo que espera Dios de nosotros?, ¿qué podríamos nosotros hacer que le podamos dar a Dios y que Dios necesite de nuestra generosidad o de nuestras dádivas? No necesita nada. Nos quiere a nosotros. Por eso, el mandamiento principal de la Ley de Dios es “amarás al Señor, tu Dios, con todas tus fuerzas, con tu inteligencia, tu voluntad”. Sólo se puede amar cuando uno se sabe amado. Sólo podemos responder a Dios con amor cuando uno se sabe preferido, elegido, querido, bien querido.

Señor, Tú nos has dado todo lo que somos y nos pides que volvamos a Ti, para que vivamos. Es precioso cómo Oseas dice: “Serás como el vino del Líbano, serás como la flor de una viña. Si vienes a Mí, tu vida florece”. Nuestra vida florece cuando nos acercamos al Señor. Y el amor al prójimo no se mantiene si no nos mantenemos, si Dios no nos mantiene en el amor a Él. Es cierto que amar al prójimo como a uno mismo es que es toda la tarea de la vida. Querer a Dios y querernos unos a otros. Aprender a querer al Señor y aprender a querernos unos a otros lo mejor posible, de la mejor manera posible y lo más posible. Eso hace la vida bonita, hace la vida grande. Verdaderamente. Semejante a la de Dios que es lo que somos, imagen y semejanza suya. Cuando nos acercamos al Señor es cuando somos verdaderamente nosotros mismos.

Señor, en este tiempo que nos das justamente para volvernos a Ti, haz que reconozcamos Tus dones y cambia nuestro corazón de piedra en un corazón de carne, que pueda realmente florecer sin preocuparnos de nada más que de darte gracias y de poder quererTe con nuestra pobreza, como seamos capaces, y enséñanos a querernos unos a otros también de la mejor manera posible. En el Mandamiento de la Ley antigua: “Amad al prójimo como a vosotros mismos”; en el Mandamiento de la Ley nueva: “Amaos unos a otros como Yo os he amado”, y Cristo vincula el amor a los demás con el amor a Dios de una manera mucho más íntima, y mucho más profunda.

Que el Señor haga brotar en nosotros el amor a Él y el amor a todos los hombres.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

12 de marzo de 2021
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral

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